A mediados de los noventa, en plena expansión posthatcherista, los periodistas británicos se inventaron el término PIGS para denominar de manera informal a las economías del sur de Europa. Las iniciales del acrónimo hacían referencia a Portugal, Italia, Grecia y España, con la desafortunada coincidencia de que esa palabra en inglés significa “cerdos”. Eran otros tiempos, a mediados de los años noventa el Reino Unido era el país que más y mejor crecía de la Unión Europea, miraba a los demás por encima del hombro y se permitía hacer hasta desagradables chistecitos con los países del sur.
Las cosas han cambiado. En plena crisis de la deuda, con todos mirando fijamente a Atenas y de reojo a Madrid y Lisboa, ha pasado desapercibida la otra crisis, la del Reino Unido, que, tal vez por no estar en la eurozona, ha escamoteado sus propios problemas detrás del canal de la Mancha. Informaba la semana pasada The Independent que los británicos ven cada vez más la televisión, más que nunca antes, al menos desde que se realizan mediciones al respecto.
Los británicos disfrutan de una amplia oferta televisiva, de mucho fútbol, de las mismas series que aquí y de buenas pantallas planas compradas durante la burbuja. Se quedan en casa por todo eso, sí, pero también porque muchos no pueden ir a ningún otro lado, ya que el ocio más barato es aplastarse en el sofá delante de la tele.
Eso de quedarse en casa es sólo un indicador, y ni mucho menos el peor. El Reino Unido arrastra el mayor de los déficits públicos del G-20, del orden de un 13%, superior al de España, al de Grecia, al de Irlanda y al de cualquiera de los países con las cuentas seriamente comprometidas. La deuda soberana, por su parte, ronda el 100% del PIB, el doble que nuestro país. Si no se ha visto en las mismas que Grecia se ha debido a una cuestión puramente temporal.
Atenas ha tenido que refinanciar 20.000 millones de euros de un golpe mientras que a Londres los principales vencimientos le quedan aún lejos, a 14 años vista. La economía británica, bueno es recordarlo, es inmensa, una de las más grandes, completamente imposible de rescatar. Si llegase a suspender pagos su Gobierno el mundo entero se sumiría en una crisis sin precedentes. Eso en lo que toca al sector público.
En endeudamiento privado es altísimo. De promedio, cada británico debe a los bancos un 170% de su ingreso anual. Los hogares ingleses están incluso más endeudados que los norteamericanos. Los artificialmente bajos tipos de interés que ha fijado el Banco de Inglaterra no hacen más que intentar, en vano, reinflar la burbuja crediticia.
Una de las más urgentes tareas que tiene por delante el nuevo inquilino del 10 de Downing Street es reinventarse la política monetaria desde cero. En cuanto suban los tipos, que más tarde o más temprano lo harán, el dinero volverá a estar a un precio más acorde con el del mercado, pero se llevarán por delante a multitud de empresas y familias hipotecadas.
Más de 6 millones de funcionarios
Por de pronto, el Estado tiene que seguir pidiendo prestado fuera porque gasta tanto que no le llega. En el Reino Unido hay 6,1 millones de funcionarios, lo que no está nada mal para un país de 62 millones de habitantes, 15 más que España, y una población activa de unos 30 millones. Durante el periodo laborista el funcionariado ha crecido de un modo exponencial. Casi un millón en poco más de una década.
Unos funcionarios que ganan buenos salarios, mejores incluso que en la empresa privada y, para colmo, suben más rápidamente. Los números: los británicos que trabajan para el Estado ganan un promedio de 462 libras esterlinas semanales frente a las 451 de los que lo hacen para el sector privado.
Los primeros han experimentado una subida del 3,7% el último año frente a los segundos, que lo han hecho sólo un 1,8%. En resumen, por cada cuatro asalariados privados hay un funcionario. El Gobierno de Gordon Brown, por su parte, se ha conformado con presentar un proyecto de recorte de empleos públicos que afectaría a unas 350.000 personas, una cantidad inapreciable que, además, podría tener un coste político considerable en la calle.
Como en España, el sector privado se está ajustando el cinturón mientras el Estado gasta más. El desempleo se acerca al 8% y tiene ya en la cola del paro a 2,5 millones de personas. Una cifra ridícula en comparación con la nuestra, pero alarmante en un país en el que el desempleo había virtualmente desaparecido durante la última década.
A cambio, el Estado ha de gastar una suma altísima todos los meses en los subsidios a la población no activa, mayormente estudiantes, que suma la impresionante cifra de 8 millones de personas. El equivalente a toda Andalucía. Si cada vez trabajan menos, hay más funcionarios y crece la nómina de subsidiados el panorama es desesperanzador para el que venga.
La libra devaluada
Según muchos, una de las ventajas de no estar en la zona euro es que el Gobierno británico podría jugar con la moneda a placer dejándola flotar en los mercados o devaluándola directamente para recuperar la competitividad perdida por los altos salarios y la anterior fortaleza de la divisa británica. Y así ha sido, la libra se ha devaluado un promedio del 30% con respecto al euro en los dos últimos años.
Las consecuencias de la depreciación han sido también inmediatas. Se han drenado las reservas del país y sus ciudadanos son más pobres, especialmente, los que residen fuera. De España han tenido que salir ya varios miles de expatriados y jubilados que no podían soportar el alto coste de la vida. Una pensión británica, que daba para mucho en la Costa del Sol en 2007, hoy da para bastante menos.
Y si bien hace dos años esa devaluación pudo hacerle algún bien a la recalentada economía británica, hoy lo que muestra son sus puntos débiles. Nadie se fía de la libra porque el Gobierno gasta sin medida y porque el Banco de Inglaterra ha comprado cantidades ingentes de deuda soberana, es decir, ha monetizado esa deuda, la ha convertido en libras esterlinas de nueva creación que han ido directas a costear los programas gubernamentales, tal y como pretende hacer ahora el Banco Central Europea (BCE).
Esas libras se han extendido rápidamente por el resto del tejido productivo llamando a la puerta del verdadero coco de toda crisis económica: la inflación y su corolario de subida de precios. Mientras que en la zona euro la inflación se ha mantenido a raya gracias a la atonía de la demanda y a que el BCE no ha cometido ninguna locura, en el Reino Unido -ya sometido a presiones inflacionistas en plena fase de euforia- la inflación sobrepasa con holgura el 3% y llegó casi a tocar el 6% en 2008.
Si no ha subido más es porque el consumo se ha contraído y ha aumentado el ahorro. De todo ese dinero que el Banco de Inglaterra ha puesto en circulación parte se ha quedado en los bolsillos de los ciudadanos. Evidentemente no va a ser así eternamente.