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Jordi Sevilla reivindica a Marx

El economista y ex ministro de Zapatero, Jordi Sevilla, una de las caras moderadas del socialismo, se ha destapado en su blog reivindicando el marxismo y la figura de Karl Marx. Asegura que las dictaduras comunistas nada tienen que ver con el pensamiento del padre del comunismo.

Por la longitud y pretendida profundidad de la anotación que Jordi Sevilla, hoy flamante consultor de la firma PricewaterhouseCoopers, ha colgado de su blog, parece que se lo tenía guardado y no ha querido decirlo hasta concluidas las celebraciones del 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín.

Tal vez para no significarse demasiado y no complicarle la papeleta a su antiguo jefe, que ayer buscaba desesperadamente un sitio en la Puerta de Brandeburgo junto a Merkel y Sarkozy con intención de salir en las fotos.

Lo tuviese pensado o no, el hecho es que Sevilla ha vuelto mentalmente a sus años universitarios en los que militaba en el PCE y le ha dedicado tres páginas y más de 8.000 caracteres a revivir su pasión juvenil por el comunismo.

La “tesis” que dice defender es que “las dictaduras comunistas tuvieron tanto que ver con las teorías de Marx como la Inquisición católica con el Nuevo Testamento.” Con semejante declaración de principios, digna de alguien que quizá haya leído a Marx, pero que nunca terminó de entenderle, Sevilla se arremanga y comienza su análisis.

Cuenta que, tras una visita a Berlín cuando trabajaba en el gabinete de Felipe González, se percató de que “un sistema político y social que no puede ofrecer a su población artículos básicos de consumo y que tiene que obligar por la fuerza de las armas a sus ciudadanos para que no huyan en masa del país, es un fracaso de magnitud colosal.”

Lógico, los ciudadanos del este no vivían bien y por eso protestaban y trataban de largarse a donde se vivía bien. Pero de la falta de libertad ni palabra, de la omnipresente policía política y de los campos de concentración nada de nada. Según Sevilla el socialismo real se hundió porque no pudo “ofrecer a su población artículos básicos de consumo”. Revelador. Cinco años de carrera y una oposición para esta simpleza.

Pero la culpa de las escaseces no fue de Marx sino de sus intérpretes terrenales. Los orígenes de la perversión del inmaculado y “humanista” ideario de Marx hay que buscarlos, siempre según Sevilla, en “el ascenso de Stalin y el asesinato de Trotsky”. Se sobreentiende que Lenin sí supo administrar bien la doctrina del padre.

Lo hizo tan bien que condujo a Rusia a una gran hambruna y tuvo, forzado por las circunstancias, que cambiar su política económica, de un marxismo ortodoxo a una socialdemocracia blandita. Eso Sevilla o no lo sabe o prefiere no recordarlo. Quizá porque le estropea el mito de Lenin, uno de los mejor cuidados de la ruina comunista, pero, como mito que es, más falso que un duro de cartón.

Como de historia no debe saber mucho, Sevilla la deja a un lado y desempolva los rudimentos teóricos del marxismo, extraídos muy probablemente no del propio Marx, sino de la chilena Marta Harnecker, mediocre divulgadora del marxismo en los años 60 y 70 y hoy entusiasta palmera del castrismo. Jordi Sevilla se regodea con el análisis socioeconómico que Marx hizo hace siglo medio. Nos recuerda que la propiedad es un robo por lo que se impone abolirla para “superar el egoísmo implícito en la búsqueda del propio interés como motor de la actuación humana”.

Porque, remarca Sevilla, la propiedad privada es la “principal fuente de injusticia, explotación y desigualdad”. El problema es que no supieron poner en práctica la socialización, las expropiaciones y la construcción del hombre nuevo que reclamó Marx como pilar de la sociedad socialista, igualitaria, justa y feliz.

Una vez más Sevilla, que enseñó economía a Zapatero en dos tardes, patina. El socialismo real en sus distintos sabores europeo, americano y asiático aplicó punto por punto y coma por coma el programa extraído de las teorías marxistas. Liquidó la propiedad privada y otras instituciones naturales como el dinero. Socializó los medios de producción y laminó a los individuos emprendedores y creativos obligándoles a llevar una vida gris e insatisfactoria en cooperativas y fábricas colectivizadas, cuando no, directamente, en campos de concentración si osaban disentir o intentaban huir del paraíso.

Entonces, cuando el averiado ideario marxista que apenas se sostenía en el papel se trasladó a la realidad, muchos no lo quisieron para sí y comenzó la fuga. Las vanguardias revolucionarias de los regímenes proletarios, es decir, la casta privilegiada por la política y sustentada sobre el Terror, cerraron las fronteras y dispusieron férreos mecanismos de control personal. De eso Sevilla nada dice porque, marxista a fin de cuentas, no cuenta con la herramienta teórica adecuada. Se agarra a sus fantasmas juveniles y las recetas mágicas que un día le conquistaron. Y, a la vista está que no piensa abandonarlas.    

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