“Donde caben dos, caben tres”. El pegadizo eslogan publicitario de una conocida fábrica de muebles es un ejemplo de rapidez de respuesta. Condensa una dinámica social que apenas acaba de arrancar. Las dificultades de la crisis han multiplicado las reagrupaciones familiares. El drama del desempleo ha hecho añicos los sueños de independencia de muchos jóvenes.
Pero no todo es negativo. Según Mariano Esteba, psicólogo, “estas dificultades están descubriendo a la gente que no están solos. Que tienen una red familiar que les sostiene”. Aunque parezca paradójico, explica Esteba, la felicidad se mide “en otra escala”. Y la protección que brinda la familia “aporta la serenidad necesaria para poder valorar que la vida de uno no es tan mala. Que hay gente que te quiere y que está allí”.
Otro fenómeno que se ha observado es el descenso -un 20%- del número de divorcios. Divorciarse cuesta 2.500 euros de media. Después llega la pensión alimenticia para los hijos, la compensatoria para el cónyuge... Demasiados gastos para épocas de crisis.
Asimismo, también se han alterado los planes de jubilación de los trabajadores españoles. Se han disparado las anticipadas. Y, en contra de las aspiraciones del Gobierno, han descendido las solicitudes de continuar trabajando más allá de los 65 años.
La crisis ha conseguido alterar usos sociales que parecían impermeables a las dificultades. Jóvenes, adultos y mayores de edad. Tres segmentos de nuestra población, a los que la crisis les afecta de forma distinta.
Joven y mileurista
El número de oportunidades de trabajo para jóvenes revela el impresionante vuelco que ha sufrido la realidad que vive la juventud española. El exceso de oferta, tal y como explicaba la secretaria de Estado de Educación y Formación Profesional, Eva Almunia, en una reciente entrevista a Expresión Económica, era, hace apenas un año, el principal problema del sistema a la hora de alentar a los jóvenes para que ampliaran su formación.
“¿Para qué? -respondían- Si puedo empezar a trabajar ya”. Eso sí, se trataba de empleos de baja cualificación. Puestos de trabajo que se han convertido en la mecha por donde ha comenzado a arder el mercado laboral. Gracias, en parte, a la caída de sectores como la construcción, la industria o el turismo.
La situación para esta categoría de jóvenes -sobre todo a quienes incurrieron en la temeridad de endeudarse mucho- es realmente angustiosa. Más cuando, como ha sucedido este verano, trabajadores más experimentados se han incorporado como competidores a la lucha por empleos similares. Ya no resulta extraño ver a personas de más de cuarenta años solicitar puestos como repartidores de comida rápida, socorristas de piscina o dependientes de pequeños comercios.
En otro frente, los universitarios no lo tienen más fácil. A diferencia del grupo anterior, muchos están alargando su periodo formativo para ganar tiempo. Pero la falta de expectativas de empleo representa un jarro de agua fría para el funcionamiento mismo del sistema.
Según un informe de la Unión Europea, sólo el 40% de los universitarios españoles tiene un trabajo acorde con sus estudios. Conceptualmente, el crecimiento de nuestra sociedad requiere de que una generación mejore los resultados de la anterior. Y si esto no sucede, comienzan los problemas.
Los jóvenes han desarrollado su propio mecanismo de defensa, el conocido como síndrome ni-ni (ni estudio ni trabajo) describe las verdaderas razones que se esconden detrás de esta actitud pesimista.
Ante un contexto marcado por la incertidumbre, los jóvenes han aprendido a calcular sus esfuerzos. Para evitar la frustración, prefieren sortear los riesgos. Ejemplos de ingenieros barriendo las calles de su ciudad o informáticos que son bedeles de sus facultades no ayudan a mejorar su motivación.
Buscar empleo a los 40
La salida en tromba de miles de españoles en busca de empleo ha hecho aflorar creencias y dinámicas sociales que son ciertamente preocupantes. ¿Sabía que el 64% de los españoles considera que ya no se es eficiente en el trabajo a partir de los 50?
Es el factor inconsciente que explica la tendencia de muchas empresas a excluir a mayores de 40 años de sus ofertas de trabajo. Incluso las Administraciones Públicas mantienen los límites de edad en sus ofertas de empleo público. El Gobierno ya prepara una ley que fijará la igualdad de trato para este supuesto. De salir adelante, supondría añadir la edad como otro de los factores a vigilar en caso de exclusión (junto al sexo, la religión o la raza).
Sin entrar en alarmismos, lo que sí parece innegable es que quienes pretendan incorporarse al mercado laboral una vez superada la barrera de los cuarenta corren el riesgo de quedar fuera del sistema.
Pero privar a las empresas del concurso de trabajadores experimentados es un lujo que el mismo sistema no puede permitirse. A la hora de encontrar nuevos trabajadores, muchas empresas se preguntan por qué seguir valorando la teoría por encima de la experiencia. La respuesta la encontramos en las mismas ofertas de empleo: en áreas como la gerencia de proyectos o la construcción de equipos, la franja de edad se ha ampliado hasta los 55 años.
Galopar con 65
Dice el refranero español que quien de joven trota, de mayor galopa. La afirmación supone aceptar que existe una relación directa entre el esfuerzo y los resultados. Una cadena de conclusiones que, al menos los jóvenes, no acaban de ver. Pero quienes entran ahora en edad de jubilarse sí que respetan esta asociación.
Y reclaman una compensación social a cambio; aún cuando los recursos comienzan a escasear. Según el Gobierno, las pensiones están aseguradas durante, al menos, 10 ó 15 años. Incluso el ministro de Trabajo ha llegado a pronosticar un ligero superávit del 0,4% en las cuentas de la Seguridad Social.
Sin embargo, no dejan de aparecer informes y declaraciones más o menos interesadas que pronostican un aumento de la edad de jubilación. La crisis, en cambio, está multiplicando las solicitudes. El número de jubilaciones registradas entre enero y mayo se disparó un 34%. Entre otras cosas, por el aumento de jubilaciones anticipadas.
1,4 millones no encontrarán trabajo
De los datos publicados el pasado verano en torno al mercado laboral, el porcentaje de excluidos es uno de los más ingratos. Supone cuantificar el número de parados que tiene “pocas o muy pocas” posibilidades de encontrar empleo. En España, este subsector -verdadero paciente de la crisis económica- alcanzó el 40% de los que buscan empleo, según el Índice de Ocupabilidad de los Parados registrados que elabora el Ministerio de Trabajo.
Ese dato indica una proporción que se corresponde con más 1,4 millones de personas, según datos de finales del pasado julio. La principal conclusión es que el colectivo sin empleo anterior es el que presenta más dificultades para abandonar el paro.
Al analizar las estadísticas, observamos que las posibilidades de salir del paro son menores para las mujeres, los inmigrantes, los trabajadores de mayor edad, los que tienen menor nivel de estudios, los demandantes de más antigüedad y los perceptores de prestaciones.
Por edades, el grado de ocupabilidad es bajo o muy bajo entre el 57,3% de los desempleados mayores de 45 años, 31,1% entre 25 a 45 años y hasta el 26,5% en el caso de los menores de 25 años.
Pero no es lo mismo llegar al paro desde un sector u otro. La industria y la agricultura son, por encima de la construcción, los sectores más complicados de abandonar. Otra variable que aporta algunas respuestas al por qué del problema es el ámbito territorial de búsqueda. Se sabe que cuanto más amplio es, más probabilidades existen de encontrar un puesto de trabajo.
Desde un punto de vista inverso, existe un 60% de parados que tienen un nivel medio de ocupabilidad (37,5%, unos 1.328.202 desempleados) o alto (23%, unos 815.163).