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Obama y Merkel se divorcian en Toronto

La cumbre del G-20 ha escenificado el fin de la coordinación internacional para combatir la crisis. La zona euro, liderada por Alemania, ya no apoya a Washington en su intención de mantener y extender los planes de estímulo.

Tras la quiebra de Lehman Brothers a finales de 2008, los gobiernos de los países más ricos del mundo, agrupados en torno al denominado G-20, han transmitido una posición casi unánime sobre las medidas a adoptar para combatir la crisis.

Las cumbres de Londres (primavera de 2009) y Pittsburgh (pasado otoño) lograron instaurar una estrategia común a nivel internacional, centrada en la necesidad de reformar el sistema financiero y poner en marcha ambiciosos planes de estímulo público para impulsar el crecimiento.

Sin embargo, la cumbre celebrada en Toronto (Canadá) el pasado fin de semana ha supuesto un punto de inflexión. Si bien los países "más industrializados" del G20 han acordado reducir el déficit "al menos" a la mitad en 2013 y estabilizar el peso de la deuda pública sobre el PIB para 2016, la realidad es que dicha cita ha escenificado el actual divorcio existente entre la zona euro y EEUU a la hora de combatir la crisis.

Washington presionó a los países miembros de este selecto club para ralentizar al máximo la retirada de los planes de estímulo (gasto público) con la excusa de evitar una nueva recesión. Pero la zona euro, liderada por Berlín, enfatizó la necesidad de apurar la reducción del déficit público, con el fin de frenar así el aumento de la deuda, los tipos de interés de los bonos y el creciente riesgo de default (suspensión de pagos) que sobrevuela en algunos países avanzados.

De hecho, el presidente de EEUU, Barack Obama, aceptó el objetivo de reducción de déficit acordado en el G-20 a cambio de que el documento de conclusiones situara el “crecimiento”, y no la austeridad fiscal, como la máxima prioridad de los países ricos.

Los países emergentes se alinearon con EEUU
al alertar de que el excesivo celo fiscal europeo podría deprimir la demanda interna en los países ricos y cargar sobre el mundo del desarrollo el peso de la recuperación. "Si los países desarrollados dan mayor importancia al ajuste fiscal que a estimular el crecimiento, sobre todo los que son exportadores, entonces están haciendo el ajuste a nuestra costa", afirmó este fin de semana en Toronto el ministro de Finanzas brasileño, Guido Mantega.

Acuerdo diplomático

Los integrantes del G-20 tuvieron que hilar fino para salvar esas diferencias y llegar a un compromiso que busca "fortalecer" la recuperación y sanear las finanzas públicas, pero manteniendo los estímulos para no hundir el crecimiento, informa Efe. No obstante, el comunicado oficial del G-20 reconoce el riesgo de que "un ajuste fiscal sincronizado en varias grandes economías pueda afectar de forma adversa la recuperación" pero, al mismo tiempo, advierte de que "el fracaso en implementar la consolidación donde sea necesario minaría la confianza y dañaría el crecimiento".

Un delicado equilibrio diplomático entre las dos posturas enfrentadas durante la cumbre, protagonizadas por Berlín y Washington. De hecho, los mensajes oficiales de los últimos días reflejan la división que existe en la actualidad a uno y otro lado del Atlántico sobre la política anticrisis a seguir:

Tim Geithner, secretario del Tesoro de EEUU, y Lawrence Summers, principal asesor económico de Obama:

Hay un amplio consenso sobre la importancia de la sostenibilidad fiscal, pero el momento preciso y la secuencia de esa consolidación debe variar según el país y ser calibrado para mantener el impulso de la recuperación en el sector privado.

Tenemos que demostrar nuestro compromiso con la reducción de los déficit a largo plazo, pero no a costa del crecimiento a corto plazo. Sin un crecimiento ahora, el déficit se elevará más y socavará el crecimiento futuro.

Respuesta del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble:

Existen dos enfoques diferentes sobre la formulación de políticas económicas a ambos lados del Atlántico. Mientras los políticos de EEUU se centran en las medidas correctoras a corto plazo, nosotros estamos más preocupados por las consecuencias de los déficit [públicos] excesivos y los peligros de la alta inflación.

Sin esta confianza no puede haber crecimiento duradero. Esta es la lección de la reciente crisis. Esto es lo que los mercados financieros, en su reacción inequívoca a los déficit presupuestarios excesivos, nos están diciendo a nosotros y a nuestros socios en Europa.

Pero Alemania no es la única que ha reaccionado. El presidente del Banco Central Europeo, Jean Clade Trichet (BCE), también cargó contra los planes de estímulo que sigue aconsejando Washington, aunque evitó referirse explícitamente a Barack Obama.

El comunicado final del G20 respetó también, como se esperaba, las diferencias entre sus miembros en torno a la imposición de un impuesto global sobre la banca con el que costear rescates pasados y posibles rescates futuros del sector.

La propuesta capitaneada por algunos países europeos y EEUU no encontró seguimiento en los países emergentes, reacios a penalizar a su sector financiero por los excesos cometidos por los bancos estadounidenses y de otros países desarrollados.

La vía intermedia que permitirá salvar esos obstáculos deja abierta la puerta a la implementación de impuestos bancarios en los países que lo consideren oportuno, pero no impone una receta única a todos los integrantes del grupo.

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