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Decepción y desconcierto en Tahir, un año después

Un año después de la caída del tirano, Egipto sigue sin ver la luz al final del túnel. 

Un año después de la caída del tirano, Egipto sigue sin ver la luz al final del túnel. 

Hasta el año pasado, Egipto celebraba todos los 25 de Enero el día del Ejército. Pero ya no lo será nunca más. Otro aniversario ha sustituido al anterior: el del derrocamiento de Hosni Mubarak. Hoy Egipto recuerda los dieciocho de protestas que provocaron la salida por la puerta de atrás del tirano; con un horizonte lleno de preguntas. La plaza Tahrir ha vuelto a llenarse con objetivos contradictorios y complementarios: celebrar y protestar.

Y es que, los miles de personas que han vuelto a congregarse en la emblemática plaza compartían la alegría de verse sin el yugo del tirano, sentimiento ha llenado las calles de un ambiente festivo. Los colegios y las empresas han cerrado para facilitar los fastos del aniversario, y desde primera hora de la mañana la plaza ya bullía al ritmo de la música patriótica.

Pero la alegría no era su único sentimiento común. El país del Nilo es consciente de que hoy, cuando se cumplen trescientos sesenta y cinco días desde que Mubarak se esfumara; aún hay mucho por lo que luchar. Por eso, el ambiente reivindicativo y las diversas marchas de protesta han resonado más alto que los fastos oficiales, como una muestra visible de lo que aún queda por hacer. Y también, de la decepción. De los cánticos y proclamas de los egipcios emanaba un sentimiento de insatisfacción, que ponía de manifiesto que el proceso de reforma del país va mucho más lento de lo que la mayoría esperaban. Y aún queda mucho de Mubarak en el Egipto de 2012.

La revolución inconclusa

El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas continúa controlando el Gobierno, lo que provoca en la sociedad un profundo desagrado. Hoy los egipcios han vuelto a exigir que el poder sea trasapasado a un gobierno civil, focalizando sus iras en Mohamed Hussein Tantaui, líder de la Junta Militar. El que en otro tiempo fuera denominado como 'perrito faldero' del exdictador egipcio, se aferra al cetro de mando, y se resiste a ceder al recién electo Parlamento -dominado por los grupos islamitas- las responsabilidades de Gobierno. Sus continúas prórrogas a la cesión han instalado en los egipcios un temor no del todo infundado: ¿Habremos sustituido la tiranía de Mubarak por la de la Junta Militar? 

Para evitar consumar este despropósito, la sociedad no deja de elevar su voz, demandando la convocatoria de unas elecciones presidenciales que desalojen a los militares del poder, borrando todo rastro del régimen anterior. Mientras, el mariscal Tantaui opta por hacer concesiones simbólicas que aplaquen los convulsos ánimos: ha abolido la Ley de Emergencia, vigente desde 1981. Pero se guarda un as en la manga. La medida queda abolida "salvo" en casos "de violencia o matonismo", condición que confirma el carácter meramente estético de la abolición.

La alegría por el derrocamiento del dictador cada vez es un recuerdo más difuso en Egipto; y más palpable la decepción por la situación presente. Los asesinatos de manifestantes aún continúan impunes, y el estamento militar persiste pertrechado en el poder, y perpetrando atrocidades contra las mujeres. Aunque han podido acudir a las urnas y ejercer sus derechos, el Parlamento resultante se antoja como un caos con competencias poco claras. Aún quedan meses -hasta junio de este año- antes de que los egipcios puedan escoger a su presidente y el país sigue sin recuperarse. Con un sector turístico completamente tocado, el desempleo y la pobreza están haciendo mella en los ánimos de los manifestantes, a los que hoy en día les cuesta acordarse, cada vez más, de para qué sirvió Tahrir. 

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