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Guerras a las que Rajoy no irá

Justicia y regeneración democrática bastarían para llenar de sentido un programa de Oposición para los próximos cuatro años. La lógica interna de su proyecto empujará a Rodríguez Zapatero a acentuar la intervención en los resortes de la Justicia y a aumentar el uso de la propaganda para tapar los efectos de su política en campos como la Economía o la libertad. Libertad Digital evalúa la disposición de Mariano Rajoy a responder a estos desafíos, a partir de un análisis de los rasgos más contrastados de su carácter. La próxima Oposición dispuesta a dar la batalla cultural contra el consenso socialista y nacionalista puede acabar desplazándose del PP a una coalición informal de focos lúcidos, dispersos y resistentes de la sociedad.

Justicia y regeneración democrática bastarían para llenar de sentido un programa de Oposición para los próximos cuatro años. La lógica interna de su proyecto empujará a Rodríguez Zapatero a acentuar la intervención en los resortes de la Justicia y a aumentar el uso de la propaganda para tapar los efectos de su política en campos como la Economía o la libertad. Libertad Digital evalúa la disposición de Mariano Rajoy a responder a estos desafíos, a partir de un análisis de los rasgos más contrastados de su carácter. La próxima Oposición dispuesta a dar la batalla cultural contra el consenso socialista y nacionalista puede acabar desplazándose del PP a una coalición informal de focos lúcidos, dispersos y resistentes de la sociedad.
"Y, ¿cómo había yo de ver la verdad, si la visión de mis ojos sólo llegaba hasta los cuerpos y la del alma hasta los fantasmas?"
 
(San Agustín, Confesiones VII, 12)
 
 
I. LA GUERRA CULTURAL
 
LD (V. Gago) El presidente del PP suele reponerse de las fatigas de la política con herméticos retiros en Mogán, un recoleto vergel hortelano y pesquero al suroeste de Gran Canaria. Una o dos veces al año, Mariano Rajoy se escapa a la Venecia de Canarias, como la bautizó con evidente desmesura César Manrique al inventarse su puerto deportivo con pegotes de aquí y de allá, casas color albero como en Sevilla, buganvillas como en una telenovela colombiana y sucios y semisecos canales interiores como en Amsterdam.
 
La costa, de un azul volcánico y cristalino, rica en sargos y viejas –las sabrosas y blancas pesquerías del lugar–, aparece cortada a escoplo por imponentes riscos emparedados de apartamentos y hoteles.
 
Según ha contado él mismo en el periódico local La Provincia, Rajoy heredó de su padre la costumbre de veranear en Mogán, que para el líder del PP ha acabado siendo algo más que un simple destino de verano para convertirse en un refugio al que escapa cada vez que puede o lo necesita para recargarse de ganas y propósitos.
 
Los hábitos de Mariano Rajoy en Gran Canaria son un misterio para los nativos, y aun  para los dirigentes locales del PP. Se sabe que disfruta con la amistad y la conversación de José Miguel Bravo de Laguna, antiguo presidente del PP canario, un estimable parlamentario de la Transición en las filas de UCD y un liberal culto, de formación y tradición británicas, hoy próspero socio local  de la firma jurídica Gómez Acebo & Pombo. Quizá de manera injusta, ninguno de estos méritos pesarán en el recuerdo de la gente tanto como la chusca imputación del robo de un pijama en los almacenes Harrods, en la que se vio envuelto hace más de veinte años junto a su esposa.
 
Se sabe, además, que Rajoy no suele avisar a José Manuel Soria, el actual presidente del PP canario, de su estancia en la Isla, ni tiene por costumbre hacer vida de partido, o privada con los dirigentes locales, a menos que la agenda política lo imponga. Soria ha acabado resignándose a conocer las visitas privadas del presidente del PP por las entrevistas y reseñas que, puntualmente, dedica al acontecimiento el periódico La Provincia.
 
El detalle encierra valiosa información sobre el carácter del líder del PP.
 
Su especial deferencia con el diario de mayor difusión en el Archipiélago obedece a una vieja lealtad personal de Mariano Rajoy con los directivos del grupo Editorial Prensa Ibérica, también conocido como Grupo Moll, por el nombre de su editor, el mallorquín Javier Moll de Miguel.
 
El salto de escala, de pequeño empresario de Prensa a dueño de una de las cadenas de periódicos más influyentes del país, se lo debe a Felipe González, cuyo Gobierno le entregó a precio de oferta los diarios de la antigua Prensa del Movimiento.
 
Quizá por esta razón, los periódicos del Grupo Moll son, desde entonces, una plataforma de confianza para el PSOE, particularmente útil para el desgaste de los barones locales del PP, dada la implantación de la cadena EPI en todo el país.
 

(Foto: EFE)
 
Eduardo Zaplana conoce bien este método, ya que padeció una tenaz línea editorial de descrédito personal por el diario Información de Alicante, en su etapa como presidente de la Generalidad de Valencia. Para las feroces campañas que han venido después por parte de ABC, El País y la SER, en sus etapas de ministro y de portavoz del Grupo parlamentario del PP, aquel bautismo local en la insidia, sin duda, le regaló una escafandra cosida con piel de rinoceronte.
 
También el barón del PP en Canarias, José Manuel Soria, sabe cómo se las gastan los dos diarios del Grupo Moll en el Archipiélago, La Provincia y La Opinión de Tenerife. En este caso, se unen la tendencia ideológica corporativa y la adscripción sentimental del líder local del PSOE, Juan Fernando López Aguilar, que trabajó en La Provincia como ilustrador y humorista gráfico durante los años 80. 
 
EL ROCE HACE EL CARIÑO
 
El esquema, que se repite en todas las regiones donde el Grupo Moll sigue pagando en servicios su vieja deuda con el PSOE, presenta muy pocas excepciones. Una de ellas es, precisamente, Mariano Rajoy.
 
Su buena relación con el Grupo Moll se desarrolló, probablemente, en el trato cotidiano con los directivos de El Faro de Vigo, en la época en la que Rajoy, a mediados de los 80, desempeñó la Presidencia de la Diputación de Pontevedra. El origen de esa lealtad mutua es un enigma, pero el hecho es que se mantiene viva. Las feroces campañas contra dirigentes del PP, entre otros José María Aznar, no le han rozado. Opera un pacto tácito que Rajoy ha aplicado, en general, en sus relaciones con los medios de comunicación más hostiles con el PP: inmunidad por aproximación.
 
Cuando, ocasionalmente, Rajoy ha parecido plantar cara a la difamación, los hechos no han tardado en mostrarle de nuevo acomodado entre sus propagadores. El caso más elocuente es su efímera ruptura con los medios del grupo PRISA, después de que el difunto patrón Jesús Polanco identificase al PP con un partido "guerracivilista".
 
Pero el mejor resumen del carácter de Rajoy frente al discurso y las estrategias para arrinconar al PP fue la entrevista concedida al director de El País tres días antes de las recientes Elecciones Generales. En ella, el presidente del PP se somete voluntariamente a un interrogatorio manipulador y agresivo, en el que acaba por hacer suyas mentiras y consignas con las que ese mismo diario, en estrecha sintonía con el Gobierno socialista, intenta criminalizar a la Oposición.
 
Hay suficientes hechos como estos, que permiten perfilar un carácter personal de perplejidad,  fastidio y acomodo frente a la conducta de un sector de la Opinión, el de la Prensa, que, a Mariano Rajoy, como a otros muchos dirigentes históricos de la derecha española, debe parecerle poblado por criaturas de otro planeta.
 
Plantar batalla al paradigma cultural del PSOE y los nacionalismos ni siquiera entra en sus planes. En TVE, a donde dijo que no iría a debatir con Rodríguez Zapatero aunque, por otra parte, también dijo que estaría dispuesto a debatir "hasta debajo de un puente" [y, de hecho, aceptó árbitros para los dos cara a cara con su rival que acabaron tratándolo como a un homeless], Rajoy atendió así a un ciudadano que, en abril de 2007, segunda emisión del programa Tengo una pregunta para Usted, se interesó por el incidente de la expulsión de Vicente Martínez-Pujalte durante un Pleno del Congreso:
 
-"Oiga, pero yo no fui expulsado, ¿eh?", fue la respuesta del presidente del PP.
 
Un valioso fogonazo de su carácter. También se quitó de en medio, cuando otro le preguntó por la actuación de Acebes y Zaplana en el Gobierno de Aznar, tras los atentados del 11-M. Rajoy recalcó que él ya no era miembro de ese Gobierno. Luego, han venido otras ocasiones en las que Rajoy ha repetido ese modelo de respuesta acomodaticia y escapista; la última, en la citada entrevista pre-electoral concedida a El País, cuando el director le pidió que respondiera de sus dudas acerca de la investigación oficial del 11-M, y Mariano Rajoy respondió que él nunca ha albergado tales dudas y que, en todo caso, han sido otros en su partido quienes las cuestionado la versión oficial.
 
Con estos antecedentes, es posible pronosticar, racionalmente, que Rajoy no irá en los próximos cuatro años a la guerra cultural que hay que dar para ganar las elecciones con un paradigma de valores alternativo, no sólo con una candidatura más o menos mayoritaria pero condenada a repetir las políticas del consenso de socialistas y nacionalistas.
 
LOS "TONTOS DEL CULO"
 
Cuando era ministro en el Gobierno de Aznar, año 2000, cometió un revelador  desliz, durante una de las conferencias de prensa habituales tras las reuniones del Consejo de Ministros.
 
Un periodista le había formulado una pregunta sobre el conflicto del Sáhara. Rajoy, que no sabía que tenía el micrófono de la sala abierto, le comentó al ministro que le acompañaba en la rueda de prensa:
 
-"¡Este tío es tonto del culo!".
 
Aquel gesto, visto retrospectivamente, contiene toda una confesión de carácter. Para Rajoy, y para quienes dirigen la política cultural del PP, los periodistas son todos "tontos del culo".
 
Los que defienden una idea de la libertad parecida a la suya y razonan que, sin atreverse a dar la batalla cultural a largo plazo, contando con los focos más lúcidos y vigilantes de la sociedad, la derecha seguirá siendo un invitado apestado del sistema impuesto por los amos del paradigma dominante, son simplemente "tontos del culo", un incordio que se sobrelleva con signos de fastidio más o menos evidentes, como cuando Rajoy va a la COPE y los oyentes lo notan a la legua tenso, suspicaz, a la defensiva, demasiado solícito o demasiado  hierático, nunca relajado, jamás espontáneo. La última vez, poco antes de las Elecciones, ni siquiera fue al estudio del canal de radio, y despachó el trámite desde una pecera de la sede del PP con línea telefónica RSI. Otros medios de comunicación liberales, ni siquiera tienen esa suerte, y se resignan al desprecio.
 
En el otro lado, está la inmensa mayoría de medios de comunicación que participan del modelo de "cordón sanitario" contra el PP. También son "tontos del culo", en la campechana jerga del líder del PP, pero con ellos aprendió a negociar en su época de presidente de la Diputación de Pontevedra, y con ellos sigue aplicando esa táctica de proximidad y "sálvese quien pueda" que tan buenos resultados le dio en la vida provinciana.
 
No, Rajoy tampoco irá a esta guerra en los próximos cuatro años.
 
 

(Foto: EFE)
 
 
II. LA GUERRA REGENERACIONISTA
 
En alguna ocasión, muy rara, el presidente del PP ha accedido a dar un mitin o compartir cuchipanda con afiliados y simpatizantes durante sus retiros en Mogán, Gran Canaria.
 
Gobernado por una mayoría absoluta del PP, Mogán es uno de los enclaves turísticos donde el Gobierno socialista escenificó el espectáculo de detenciones de cargos públicos del PP antes de las pasadas Elecciones Autonómicas y locales. Su alcalde, Francisco González, fue detenido sin orden judicial, en uno de los episodios más escandalosos de utilización de la Policía y la Fiscalía contra adversarios del PSOE. El entonces ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, vio alfombrada su candidatura a la Presidencia de Canarias por un circo continuado de detenciones como las de este alcalde del PP.
 
La respuesta de Rajoy a las múltiples evidencias de que el Gobierno socialista ha estado usando su poder para perseguir criminalmente al PP se resume en la pasada campaña electoral, así como en sus dos debates con Zapatero en televisión.
 
No hubo una sola referencia a casos como el de Francisco González, o a la detención, basada en pruebas falsificadas, de dos jubilados afiliados al PP bajo la acusación de una agresión inexistente al ex ministro José Bono.
 
No es el único silencio significativo ante las pruebas que ilustran el verdadero programa del PSOE: la exclusión o el sometimiento del PP a un rol decorativo del sistema, un proyecto de régimen político que implica, de hecho, la suspensión del sistema constitucional de libertades y garantías que limitan el poder del Gobierno frente a los ciudadanos.
 
Tampoco el salto a la agresión y el amedrentamiento físico que ha dado ese proyecto, de un tiempo a esta parte, con ataques concretos e impunes contra portavoces opositores del PP y de UPyD, ha estado presente en los cara a cara del candidato del PP con su potentado adversario.
 
LA OPOSICIÓN INTERMITENTE
 
Más allá de las opciones tácticas de una campaña electoral, cuatro años de ejercicio de la Oposición ofrecen hitos suficientes como para trazar el carácter de un político en ese puesto y delimitar, con bastante exactitud, el campo de expectativas para el próximo ciclo.
 
Y el carácter de Rajoy –por lo que se conoce a través de sus hechos y declaraciones públicas– parece inclinarle a rehuir la incómoda denuncia del juego sucio, los abusos y las prácticas  anti-democráticas de un partido, el PSOE, del que puede decirse, racionalmente, que se ha convertido en una amenaza para la libertad en España.
 
A veces, en su discurso de Oposición, Rajoy ha llegado a denunciarlo de manera intermitente, pero en cuanto ha podido, se ha apresurado a retirar los cargos, como si temiera poner en peligro un sistema que él, después de todo, considera que funciona con normalidad.
 
Así lo dijo en la entrevista concedida al director de El País, el pasado jueves 6 de marzo. ¿Usted cree que algunas medidas socialistas ponen en peligro la democracia, como han dicho los obispos?, le preguntó el periodista.
 
-"No, no lo creo", fue la respuesta de Mariano Rajoy.
 
Es evidente que el proyecto de Rodríguez Zapatero pasa por someter a la democracia a las restricciones propias de un régimen de poder a su medida. La lista de políticas que lo demuestran, en grado de tentativa o consumadas durante los últimos cuatro años, es demasiado prolija para el propósito de un informe periodístico.
 
A estas alturas, es posible identificar claramente un proyecto deliberado de exclusión de cualquier alternativa al modelo cultural impuesto en la escuela, en los medios de comunicación, en la actividad económica, en el Derecho y en las costumbres por la alianza del PSOE con las fuerzas nacionalistas.
 
Al PP se le ofrece un sitio vigilado en el nuevo régimen, sólo si renuncia a defender un paradigma liberal alternativo y acata los valores, las reglas de juego y la agenda que se le imponen. Es un hecho que Rajoy ha rehusado, hasta ahora, mostrar y poner en el centro del debate esa cuestión nuclear del programa que hoy dirige España. He ahí un dato relevante para determinar lo que cabe y lo que no cabe esperar del líder del PP en el nuevo mandato de Zapatero.
 
No, a Rajoy tampoco cabe esperarle en la próxima guerra por la regeneración democrática.
 
 
III. LA GUERRA DE LA JUSTICIA
 
El santuario concreto de Rajoy en Gran Canaria es un misterio incluso en una isla tan pequeña, donde todo se sabe. Durante los dos mandatos del PP, Mogán se puso de moda entre algunos altos cargos de la Administración de Aznar que apreciaban las ventajas de la zona para disfrutar de un retiro discreto. Juan Cotino, ex director general de la Policía –hoy consejero de Agricultura de Valencia– se aficionó a la pesca en aquellas retiradas playas de lava volcánica. Federico Trillo gustó del clima y el silencio. Pero nadie, como Rajoy, ha sabido hacer de sus escapadas desapariciones que son como saltos a otra dimensión. Se trata de otro rasgo de su carácter, suficientemente contrastado a lo largo de sus cuatro años como jefe de la Oposición.
 
Cuando, a principios de septiembre pasado, se cerró el pacto de UPN y el PSN en Navarra, y el presidente foral y candidato a la reelección, Miguel Sanz, adoptó un brusco discurso de distanciamiento del PP, Mariano Rajoy disfrutaba de sus vacaciones en Galicia. Tampoco las interrumpió cuando el ministro de Justicia, el Fiscal General del Estado y el número dos del PSOE adelantaron, por aquellas fechas, el contenido de la sentencia del 11-M.
 
Mariano Fernández Bermejo llegó a anunciar, con asombrosa precisión, que la resolución del Tribunal presidido por Javier Gómez Bermúdez fijaría "la claridad oficial frente al juicio paralelo". Y el Fiscal General del Estado, Cándido Conde-Pumpido, llegó a pedir al Tribunal que no tomase decisiones contradictorias con la investigación oficial de la Fiscalía.
 
Al reaparecer, semanas después, Mariano Rajoy se centró en aclarar las cosas con el presidente de UPN y en cursar visitas a Barcelona con ocasión del caos ferroviario que martirizaba a los vecinos de esa ciudad. No hizo una sola mención a las escandalosas inducciones del Gobierno sobre la sentencia del 11-M.
 
LA ECONOMÍA ES "LO ÚNICO QUE IMPORTA"
 
La intervención de la Justicia por el Gobierno no ha formado parte de la agenda de Rajoy durante sus cara a cara con Zapatero, siendo, como es, la amenaza más grave a la libertad y al papel de la Oposición política y social en la democracia.
 
Los escándalos del Tribunal Constitucional –ANV,  Los Albertos, Estatuto de Cataluña, reforma legal a la carta para poder prorrogar automáticamente el mandato de la presidenta,...–, la descarada conducta a favor de los intereses del Gobierno del Fiscal General y de jueces como Baltasar Garzón, la persecución policial y judicial de opositores al Gobierno, periodistas, medios de comunicación y víctimas del terrorismo, el trato de favor a terroristas y partidos políticos del entramado de ETA, los cuales, de hecho, han vuelto a las instituciones y a financiarse con dinero de los contribuyentes gracias a las concesiones del Gobierno de Rodríguez Zapatero,... ninguna de las señales de alarma que viene dando la Administración de Justicia bajo el mandato de Rodríguez Zapatero ha formado parte del repertorio crítico de Rajoy con la política de su adversario, durante la pasada campaña electoral.
 
En vez de eso, los estrategas del PP decidieron que la campaña versara sobre Economía, que "es lo único que importa", vino a decir el presidente del PP.
 
Sin embargo, todo apunta a que la utilización de la Justicia va a ser, durante el segundo mandato, el principal recurso de Rodríguez Zapatero para consolidar el cambio de régimen por la vía de los hechos consumados, y el arma con la que aplastar a la Oposición.
 
La lógica interna del programa del PSOE exige el dominio de los resortes de la Justicia –mayorías afines en el CGPJ, en el Tribunal Constitucional y en el Supremo, Fiscalía disciplinada como un ejército de robots políticos, a base de ascensos de fiscales fieles, Audiencia Nacional a disposición de lo que interese en cada momento al Gobierno en su relación con ETA,...– , que se utilizarán tanto para apuntalar las reformas sin necesidad de cambiar la Constitución [como en el caso de la previsible sentencia a favor del Estatuto de Cataluña], como para criminalizar a las voces de la Oposición: periodistas, víctimas del terrorismo, padres objetores de conciencia a Educación para la Ciudadanía, líderes de plataformas cívicas, ...
 
Zapatero sólo podrá tener éxito en su programa de reformas y en su ambición de perpetuar al PSOE o a sí mismo en el poder, si es capaz de dominar la Justicia, lo que significará, en la práctica, el final de la libertad basada en la seguridad jurídica de un Estado de Derecho.
 
Los procesos judiciales contra opositores, necesariamente, van a aumentar en los próximos cuatro años. Ahí está, para anunciarlo, la avanzadilla de las querellas contra periodistas críticos. Se jugará con ellos a la ruleta rusa de la actitud, la tendencia y los antecedentes de los jueces. Se les paseará por el vía crucis de las instancias ascendentes, hasta clavarlos en el Gólgota de sentencias inducidas en los Tribunales Superiores, el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional –ya que todos buscarán amparo para sus derechos fundamentales en esta instancia final, sin saber que sólo pasan de una ratonera a otra aún más implacable–.
 
A los más vulnerables, el Gobierno hará llegar ofertas de reeducación, y aflojará el garrote vil de fiscales y jueces,sólo si acceden y aprenden a guardar silencio.
 
En realidad, al Gobierno de Rodríguez Zapatero le bastará con un par de procesos resueltos con sentido ejemplarizante: una condena a un periodista incómodo, otra a un líder cívico, y la sociedad entera entrará en la eficaz  disciplina de la autocensura y el miedo.
 
BERMEJO COMO GESTO DE "BUENA VOLUNTAD"
 
En este sentido, es significativo que uno de los primeros signos de los cambios que Rodríguez Zapatero hará en su Gobierno sea, según El País, la salida de Mariano Fernández Bermejo, a fin de "facilitar el acuerdo con el PP" en materia de Justicia.
 
Lo que se ofrece al PP es la caída de un espantajo, a cambio de que el líder de la Oposición acepte que, de una u otra forma, la mayoría de socialistas y nacionalistas es un hecho inevitable y tendrá correlato en las instancias judiciales.
 
El PP aceptó estas reglas del juego con el famoso Pacto por la Justicia firmado en 2002 por el entonces ministro, José María Michavilla, y el entonces portavoz del PSOE para estos asuntos, Juan Fernando López Aguilar.
 
En minoría, y preso de su corto cálculo en el pasado, el PP está atado y amordazado para plantar batalla en el frente decisivo de la supervivencia de la España constitucional que conocemos desde 1978.
 
Esa España será clausurada, se hará de manera anti-democrática y probablemente, también ilegal, se hará contando con los jueces controlados por el Gobierno, pero, a pesar de todo, Rajoy tampoco irá a esa guerra.
 
Existe información valiosa sobre el carácter de los políticos que sirve para identificar la lógica interna de sus decisiones y ayuda a proyectar esa lógica a las decisiones futuras.
 
Pocas cosas hay tan fiables en el análisis y, sin embargo, pocas se desprecian tanto por los analistas como la personalidad de los que deciden. Afortunadamente, la de Rajoy es una de las más estructuradas y estables de la política española y, por lo tanto, resulta una fuente valiosísima de información.
 
Con los datos expuestos, los próximos años serán en España los de una guerra cultural desigual, llena de abusos y espantosas agresiones a la libertad individual, entre un Gobierno cada vez más obligado al autoritarismo y la mentira,  y los restos de una sociedad resistente y desligada del PP, una sociedad de familias, de plataformas, de pequeños medios, blogs, radios y televisiones organizados por su cuenta para dar la batalla por la libertad hasta el último minuto.
 
En esa guerra, no cabe esperar a Rajoy, que confía en que la crisis económica desgaste lo suficiente a Zapatero como para llevarle a él al poder antes de cuatro años.
 
Algo tranquilo, pacífico, normal, que no le saque de su reitro donde piensa siempre "en lo mejor para España y para el PP".

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