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Alberto Míguez

Fin del sueño colonial

Lo que está sucediendo estos días en Costa de Marfil podría interpretarse ni más ni menos como un taimado mensaje de Bush a su "amigo" Jacques Chirac. Donde las dan, las toman

El sueño colonial que convirtió a Costa de Marfil en la más próspera, estable y presentable neo-colonia emancipada de Francia en el África subsahariana puede estar viviendo sus últimas semanas. La situación en la capital del país es caótica y algunas regiones se hallan completamente en manos de la guerrilla del Norte.
 
Las luchas tribales entre betés (la tribu del presidente Laurent Bagbo), diulas y mosis han alcanzado una ferocidad inédita. En la capital, Abidján –una urbe moderna y próspera–, la "caza al francés" o al blanco se ha convertido en un deporte popular que el contingente galo "Licorne" intenta a duras penas controlar. Nadie excluye que estas escaramuzas sean el prolegómeno de una guerra generalizada entre las poblaciones del norte, musulmanas y de origen burkinés (de Burkina Fasso) y las fuerzas armadas "regulares" del presidente Gbagbo, convertido ahora en paradójico partidario de que las tropas francesas se mantengan en el país tras haber lanzado a sus milicias (los "jóvenes patriotas") contra los casi veinte mil colonos allí instalados, que, entre otras cosas, se encargan de gestionar las plantaciones de café y cacao, el mejor del mundo. Costa de Marfil es todavía una suculenta factoría colonial para la metrópoli. Pero tal vez no dure mucho.
 
El modelo marfileño ha entrado en crisis como sucedió en otros países francófonos del África subsahariana. Sin demasiada razón, el régimen de Gbagbo acusa a Chirac de intentar derrocarlo cuando en realidad lo que hace es sostenerlo. El presidente actual sigue siendo el hombre de París y se mantiene en el poder gracias a la presencia militar gala.
 
La crisis es más profunda y afecta al modelo de los proconsulados posterior a la independencia que funcionó muy bien en la segunda mitad del siglo pasado bajo el estricto control de Francia. Países como Senegal, Mali, Congo-Brazzaville, Gabon, Burkina Fasso y un largo etc, son ejemplos de este modelo a la deriva
 
Costa de Marfil funcionó tan bien durante tantos años –los de Houphuet Boigny, el viejo, amigo íntimo del general De Gaulle– que se enseñaba a las visitas. Pero ahora se acabó. Francia deberá sustituir cuanto antes al procónsul, un demagogo con ciertos rasgos de demencia por otro menos incómodo como, por ejemplo, el economista Alessaane Uattara, que fue ya primer ministro, que ganó unas elecciones amañadas por Gbagbo y se encuentra ahora exiliado en Francia. Uattara es inteligente, sumiso y tiene una magnífica vitola internacional (fue vicedirector del FMI) que le convierte en el hombre de la crisis. Pero su madre era burkinesa y por tanto no es "marfileño" de pura cepa, lo que le convierte en un individuo peligroso y, por tanto, no elegible. Para colocarlo en el Palacio presidencial de Abidján, Francia deberá desprenderse de Gbagbo y sus "jóvenes patriotas", armados y furiosos. Lo que supondrá mucha más sangre y la destrucción inevitable del aparato productivo del país, ya bastante afectado.
 
Hay quienes ven en la lucha entre el presidente actual y su oponente Uattara una batalla de envergadura entre una Francia que se retira y unos Estados Unidos que se colocan porque tienen intereses estratégicos –y económicos– en la región. Lo que está sucediendo estos días en Costa de Marfil podría interpretarse ni más ni menos como un taimado mensaje de Bush a su "amigo" Jacques Chirac. Donde las dan, las toman. Por de pronto los "jóvenes patriotas" marfileños saquean y matan enarbolando una enseña americana. Por algo será.

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