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Alberto Míguez

La nueva "fractura" peninsular

El primer ministro portugués, Durao Barroso fue probablemente el político europeo que criticó con mayor acritud la retirada de las tropas españolas de Irak. Y no sólo porque era y es amigo de José María Aznar y adversario del socialismo luso que espera su momento para sustituirle. Esencialmente porque algo tuvo que ver en el compromiso de Aznar con Bush, no en vano fue el anfitrión de la reunión de Azores donde se decidió todo o casi todo. Durao no tuvo pelos en la lengua para calificar el primer y más espectacular gesto exterior de Zapatero: la retirada fue una “deslealtad flagrante” y una prueba de insolidaridad con los aliados atlánticos, dijo. Zapatero está digiriendo todavía las palabras de su vecino.
 
Zapatero viajó hoy a Lisboa y todo indica que sin que llegara la sangre al río (Tajo) el encuentro con su homólogo portugués discurrió en el tono moroso y gélido que se esperaba. El presidente del gobierno español fue recibido en cambio con cariñosa solicitud por su correligionario el presidente (socialista) Jorge Sampaio y por el secretario general del partidos socialista portugués, Eduardo Ferro. Se gusten o no se gusten (todo indica que no), simpaticen o no (sería difícil que personalidades tan distintas lo lograsen) Zapatero y Barroso están condenados a entenderse como suele decirse en estos casos.
 
España y Portugal estaban antes unidos “por la espalda”. Ahora lo están por el euro. España es el primer abastecedor y cliente de Portugal además del primer inversor y los españoles somos los turistas más numerosos y distinguidos en el país vecino. Subsisten algunos malentendidos históricos pero, salvo que Zapatero y Barroso se empeñen, algo muy poco probable, la llamada “fractura peninsular” es hoy apenas un recuerdo. Temas de tanta importancia como el Mercado Ibérico de Electricidad, todavía no potenciado o las líneas de alta velocidad que unirán a los dos países, así como los problemas hidrológicos y ecológicos compartidos y que exigirán en el futuro soluciones comunes, obligan a que ambos países y, por tanto, ambos gobiernos minimicen los desacuerdos.
 
Claro que las diferencias entre el centro-derecha luso y el socialismo español siguen ahí. Y no se resolverán con una simple visita de cortesía. Barroso y Zapatero lo saben mejor que nadie aunque miren hacia otro lado. Europa, por ejemplo, o América Latina.
 

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