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Alberto Míguez

Nada con sifón

De nuevo la confusa, difusa e infusa ministra de Exteriores Ana Palacio se despachó el miércoles pasado a su gusto al concluir la entrevista de cuatro horas que mantuvo con su colega marroquí, Mohamed Benaissa, en el Palacio de Santa Cruz. Tras la reunión no se sabe qué admirar más, si la prosa espesa e insufrible del comunicado oficial conjunto donde se reiteran tópicos y frases hechas o el pánfilo optimismo de la anfitriona que extrajo del encuentro, según anunció, una conclusión enormemente positiva aunque no se tomase la molestia de explicar por qué.

A estas alturas echar mano del Tratado de Amistad, Buena Vecindidad y Cooperación firmado en 1991 entre España y Marruecos roza la astracanada. Las graves diferencias entre ambos países si algo demostraron en los meses pasados es que el malhadado acuerdo no funcionó cuando debía, entre otras razones porque al régimen marroquí le importa un higo chumbo y nunca pensó cumplirlo. Por eso, el documento en cuestión, o se denuncia (no sería ninguna insensatez) o se negocia otro más realista y menos retórico: el actual simplemente no sirve porque no garantiza ni la buena vecindad, ni la cooperación ni mucho menos la amistad entre Madrid y Rabat.

Pero el delirio diplomático alcanza cimas difícilmente superables de inocencia o imbecilidad cuando se asegura en el comunicado conjunto que ambas partes han decidido dar un “enfoque positivo a sus relaciones dirigido hacia el futuro y basado en un diálogo reforzado y sincero, profundo y exhaustivo”. Tal obviedad sería incluso creíble si entre los resultados de la reunión se incluyera el regreso de los embajadores respectivos (¿qué otra cosa son los embajadores sino los instrumentos primarios de ese diálogo “sincero y profundo”?) o análisis y discusión de los problemas más urgentes que separan a los dos países desde hace más de un año.

En vez de informar a la ciudadanía sobre los temas tratados, ambos interlocutores han preferido anunciar a bombo y platillo la creación de “grupos de trabajo sobre asuntos específicos” sin molestarse siquiera en aclarar de qué asuntos específicos se trata, si de emigración ilegal, narcotráfico, pesca, contrabando transfronterizo, cooperación económica, cultural y humanitaria (Marruecos acaba de ignorar el generoso ofrecimiento español de asistencia humanitaria con motivo de las recientes inundaciones). O, tal vez, sobre el Sahara occidental, la verdadera madre del cordero en esta comedia de despropósitos y chantajes menudos. Claro que hablar de problemas concretos, analizarlos, diagnosticarlos y aplicarles soluciones resulta mucho más enojoso y comprometido que echar mano de la retórica al uso, sobre todo al uso de la ministra Ana Palacio.

El simple hecho de que los dos ministros se hayan reunido constituye para la parte española un triunfo. Es una prueba suplementaria de ese complejo de inferioridad irreprimible que lastra desde hace decenios las relaciones hispano-marroquíes.

Resumiendo: bla,bla, bla, buenas intenciones, simplezas y obviedades. Más de lo mismo. O como diría la inolvidable Codorniz, nada con sifón.

En España

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