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Alicia Delibes

El velo y las clases de gimnasia

El Paísdel sábado en su última página, como si quisiera dar carpetazo a la discusión que han mantenido estas dos semanas sus lectores sobre la pertinencia de la escolarización de la niña Fátima con su cabeza cubierta por el discriminatoriohiyab, publicaba un artículo de Esther Sánchez en el que relata lo felices que están ahora todos en el instituto Juan de Herrera de San Lorenzo de El Escorial.

Según dice Esther Sánchez, la alegría de la pequeña Fátima se puede leer “en sus ojos chispeantes y alegres y en su sonrisa que se vuelve más amplia al contar que ya tiene dos amigas marroquíes como ella”. También está feliz su padre, el señor Elidrisi, porque por fin podrá su hija hacer lo que más le gusta “que es estudiar”. Aunque más bien creo yo que su felicidad se debe al haberse salido con la suya.

Y también está contenta la directora del centro, Delia Duró, que es de buen conformar, y se ha volcado con Fátima para que esté a gusto en el instituto. Asegura que nadie rechaza a la niña por el hecho de llevar pañuelo aunque llevan 300 000 pesetas gastadas en pinturas para borrar las pintadas que cada mañana decoran las paredes del patio del instituto, unas “ofensivas hacia los inmigrantes y otras defendiendo a Fátima”.

Después del revuelo levantado hace dos semanas por elhiyabde Fátima Elidrisi, después de ver cómo el asunto levantaba la polémica tanto entre gente de la llamada derecha como de la izquierda, parece que ya la calma ha vuelto al mundo escolar y, aparentemente, lo ha hecho con la aceptación de que las niñas que lo deseen asistirán a clase con la cabeza bien cubierta.

En las discusiones que sobre este asunto se han mantenido durante estos últimos días, alguien ha comparado el velo islámico con las crestaspunkies, los colgantes o los tatuajes de los adolescentes. Es evidente que si la escuela permite que los alumnos lleven agujereadas las orejas, lenguas o narices, y si admite sin rechistar a jóvenes con crestas multicolores y cabezas más o menos afeitadas o tatuadas, de dónde sacará la autoridad moral para protestar cuando una niña marroquí aparece con un discreto velo en la cabeza. Realmente, si no fuera por lo que este atuendo significa nada se podría objetar, que cada cual vista como quiera y se disfrace de lo que le de la gana.

Ahora bien, si en algo se parece el velo a la cresta es precisamente en que ambas cosas tiene un simbolismo. El chico que se coloca una cresta en la cabeza lo hace, en primer lugar para molestar a su padre, después, para hacer ostentación de su rebeldía contra el sistema y, por último, para dejar claro cuál es el grupo o tribu juvenil al que dedica sus simpatías. Cuando el señor Elidrisi manda a Fátima con elhiyaba clase lo hace primero: porque quiere demostrar que su hija es una niña sumisa a la autoridad paterna, segundo: porque quiere que todos sepan que educará a sus hijos en las más estrictas normas islámicas y tercero porque quiere dejar claro que nunca permitirá que su niña sea “asimilada” por las costumbres españolas.

Lo que no refleja ese relato que haceEl Paísde la vida tan feliz de Fátima en su nuevo instituto es lo que está ocurriendo con las clases de educación física. Caso de que en el instituto de San Lorenzo de El Escorial haya clase de gimnasia ¿participa en ella la pequeña Elidrisi? y si en el Instituto de San Lorenzo de El Escorial hacen las niñas deporte, ¿Fátima y sus amigas marroquíes también lo hacen?.

Hace pocos días supimos de una niña paquistaní a quien su padre impedía asistir a la clase de gimnasia del colegio. Explicaba éste, con sorprendente desfachatez, que era simplemente una cuestión de “culturas diferentes, de civilizaciones distintas” y que, según las costumbres de su país y de muchos otros países islámicos, las niñas no hacen deporte, no enseñan las piernas, no corren, no saltan, no juegan como los varones porque para ello se precisan gestos y posturas que consideran “impúdicas”.

Hace menos de 40 años, en España, muy pocas mujeres hacían deporte y sobre todo muy pocas hacían ciertos deportes que eran considerados poco femeninos y que, además, exigían una vestimenta un tanto “indecorosa”. Hace menos de 40 años, en los colegios de monjas, las niñas eran obligadas a hacer gimnasia con unos trajes que resultaban tan ridículos como poco apropiados para saltar, correr o jugar al balón. Pero es que hace bastante poco que las españolas hemos conseguido vestirnos como nos da la gana y practicar el deporte que se nos antoje.

No nos resulta, por tanto, extraño oír a un inmigrante musulmán que la gimnasia no es propia de mujeres, que exige vestimenta y posturas indecorosas y que se niega a que su hija la haga. Lo que nos debería resultar inaceptable es que un colegio español lo trague. Lo que es intolerable es que en España personas que tienen la responsabilidad de educar permitan que una niña no pueda nadar, correr o saltar sólo por el hecho de ser mujer. Quienes aceptan estas situaciones se están haciendo cómplices de la discriminación islámica de la mujer y con su pretendida tolerancia están contribuyendo a que la mujer musulmana esté oprimida más allá de las fronteras de los países donde esta opresión es la ley.

Nunca se ha visto a una esquiadora, corredora, nadadora, ni tan siquiera a una jugadora de golf, que practique su deporte conhiyab, así que es de suponer que, o en los colegios no se hace ni deporte ni gimnasia, o todas esas niñas que asisten con velo a clase están siendo eximidas de las normas que rigen, o deberían regir, en su centro escolar.

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