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Alicia Delibes

Enseñar lo que no se sabe

Este pasado lunes, el diario El País dedicó sus páginas de educación a la enseñanza de las matemáticas. En ellas se hacía referencia a un informe presentado en el Senado por un grupo de “expertos universitarios en didáctica de las matemáticas” en el que señala la necesidad de modificar la formación inicial de los docentes de primaria y secundaria. Según estos expertos, los profesores de matemáticas de primaria no saben matemáticas y los de secundaria “saben mucha matemática, pero no cómo transmitir esos conocimientos a sus alumnos”.

Que los maestros no sepan matemáticas es algo bastante normal, dado que, en su formación, desde hace mucho tiempo se han ido sustituyendo los contenidos científicos y humanísticos por la pedagogía. Las carreras de magisterio han ido implantando, poco a poco, asignaturas como didáctica de la música, de la lengua, de la educación física, de las matemáticas etc, mientras suprimían las que simplemente se llamaban música, lengua, gimnasia o matemáticas. El gran descubrimiento de los pedagogos modernos ha sido que aprender cómo enseñar es mucho más fácil y progresista que adquirir los conocimientos que se deben enseñar. Profesores de matemáticas que nunca criticaron este exceso de pedagogía, ahora, cuando ya ha desaparecido de la carrera de magisterio todo rastro de esa incómoda y difícil asignatura, se escandalizan y pretenden que se dé marcha atrás.

Esa otra afirmación de que los profesores de secundaria saben muchas matemáticas, pero que no las saben enseñar, no sólo es completamente falsa, sino que, además, es terriblemente peligrosa. Es absurdo suponer que los profesores de secundaria “saben mucha matemática” cuando hace muchos años que nadie les examina ni se atreve a examinarles. Y como, por otra parte, cada día que pasa tienen menos que enseñar, lo más lógico es pensar que sus conocimientos matemáticos se van quedando en el olvido.

La Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense, desde hace unos cuantos años viene organizando lo que llama Títulos propios de Experto en Educación Matemática. Son cursos de formación para profesores de secundaria en los que se pide como único requisito ser licenciado en Ciencias Matemáticas. Profesores que imparten alguno de estos cursos quisieron imponer un examen final y, asombrados, pudieron comprobar la violenta reacción de su alumnado. Y es, que si alguien tiene pánico a los exámenes, son los propios profesores.

No voy a negar que existan profesores de matemáticas malos y aburridos, que se empeñan en hacer repetir siempre los mismos ejercicios, que complican de forma absurda cálculos que nadie volverá ya a hacer a mano y que son incapaces de plantear un problema original a sus alumnos. Pero, si son malos profesores, no lo son porque saben demasiado sino porque saben demasiado poco. He tenido muchos profesores de matemáticas en mi vida, y muchos de ellos eran malos, pero nunca tuve la sensación de que el mal profesor lo era porque sabía demasiado.

Cuando se intenta explicar el fracaso tan generalizado de nuestros escolares en matemáticas por la falta de renovación pedagógica del profesorado y se da por buena esa ignorancia cada vez mayor de los profesores de secundaria, lo que en realidad se busca es hacer de los institutos una prolongación de las escuelas de primeras letras, un jardín de infancia en el que el objetivo primordial sea divertir, entretener y motivar a los alumnos. No se pretende enseñar matemáticas, lo que se dice es que se debe “educar matemáticamente”. Para estos educadores matemáticos, enseñar aritmética elemental es reaccionario y los clásicos ejercicios de simple contabilidad son un auténtico atentado contra “la belleza de las matemáticas”, son la causa del “odio y la prevención” que la sociedad tiene hacia esta asignatura.

Una muestra de los método creativos y renovadores que algunos profesores de matemáticas están inventando para convertir en apasionante la árida disciplina de las matemáticas se pude encontrar en una reciente publicación de la editorial Nivola llamada Teatromatemática. Su autor es un profesor de matemáticas, antiguo actor en teatros alternativos, según el cual, cualquiera de sus colegas “está capacitado para dejarse llevar por los vericuetos interpretativos que el ADN del concepto matemático interpretado pueda sugerirle en su experiencia espacio-temporal”, y por eso ha escrito unas obritas de teatro donde los actores deberán representar a personajes matemáticos no humanos sino “personajes-concepto”.

Las obritas en cuestión no tienen desperdicio. Los diálogos, pueriles y al borde siempre de la ordinariez. Contenido matemático, casi inexistente. En una de ellas, titulada Ángulos bastante agudos, dos personajes-concepto, una ángula aguda y un ángulo obtuso, espalda contra espalda intentan formar dos ángulos rectos. Al conseguirlo grita el obtuso varón: “nunca creí que pudiera alcanzar los 90º y ahora tengo una extraña sensación entre mis lados que, sinceramente, me turba compañera. Me siento, ¿cómo diría yo? ¡erecto! Esa es la palabra ¡erecto!”.

En otra de estas piezas de Teatromatemática los personajes-concepto son números primos. Al 67, que dice tener “fantasías sexóticas primas”, le gustaría tener dos unidades más pues “de 69 llevaría una vida de auténtico escándalo”.

Esta joya literario matemática viene avalada por dos conocidos y cotizados expertos en “educación matemática”: Luis Balbuena, que según el autor es un “eminente profesor de matemáticas, incansable organizador de eventos lúdicos y divulgativos” y Claudi Alsina, “uno de los más prestigiosos matemáticos y divulgadores científico-matemático de nuestro país”.

Que nadie se llame a engaño, esta actitud ante la enseñanza de las matemáticas no es inocente, responde a la misma doctrina igualitarista que impulsó el modelo de escuela comprehensiva, busca “una matemática para todos” que huya del elitismo intelectual, que no sea competitiva, que fomente la igualdad de “géneros”, que sea, en fin, multicultural y antiglobalizadora.

Como dijo Jean Francois Revel en un magnífico capítulo de su libro El conocimiento inútil llamado La traición de los profes, unas páginas de lectura imprescindible para no caer en las trampas falaces de los pedagogos progresistas, “en el curso de ciertos periodos, la ideología devora todas las disciplinas y todas las prácticas; sale de su cauce natural para invadir áreas que habitualmente están reservadas al saber y al aprendizaje”.

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