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Alicia Delibes

Popper en Santander

Esta semana se ha celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander un curso sobre Karl Popper y la “Filosofía de la Ciencia y Filosofía Política”, organizado y dirigido por Miguel Boyer y Jesús Mosterín para conmemorar el centenario del nacimiento del filósofo austríaco.

A él asistieron algo más de 30 personas de edades, profesiones e intereses muy variados. Licenciados en Psicología, Filosofía, Economía, Física o Matemáticas, unos con la carrera recién terminada y otros en pleno ejercicio de su profesión.

Después de una introducción biográfica del personaje, que corrió a cargo del profesor Mosterín, y de exponer, analizar y comentar las críticas de Popper al darwinismo y al psicoanálisis, los ponentes se centraron fundamentalmente en las aportaciones de Popper a la Filosofía de la Ciencia. Como, casualmente, este curso coincidía con otro que, en la misma Universidad, José Manuel Sánchez Ron impartía sobre Albert Einstein, se decidió que el conocido historiador de la ciencia diera una charla sobre Popper y Einstein. Como preparación a la ponencia de Sánchez Ron, Miguel Boyer dio la exhibición de someter a su auditorio a la dura disciplina de un curso acelerado de cuatro horas sobre la evolución de las principales cuestiones de la Física desde Newton a Einstein.

Sánchez Ron, como experto en Historia de la Ciencia, se limitó a bromear e ironizar sobre la que calificó filosofía científica llena de “prejuicios” de Karl Popper, mientras contaba con las sonrisas de complicidad de los asistentes. Cómo sería, que una mujer de la sala, en un momento dado, le increpó: “Profesor Sánchez Ron, todavía no le he oído ningún argumento que justifique su evidente antipatía por el personaje que nos ocupa, y eso que –continuó en voz baja– a mí Popper me revuelve las tripas”. Supongo que para calmar el dolor de tripas de un auditorio en el que no parecía que el austríaco hubiera encontrado muchos partidarios, medió Boyer para corroborar que, a pesar de la indudable aportación de Popper a la Filosofía de la Ciencia, “el menos popperiano de los popperianos era el propio Popper”, pues su temperamento, que, según el ex ministro de Economía socialista, era terriblemente dogmático, le llevó siempre a incomodarse cuando alguien pretendía refutarle alguna teoría.

La última mañana estuvo reservada para la filosofía política de Popper. Boyer habló del liberalismo reformista y Pedro Schwartz de La sociedad abierta y sus enemigos. Al final de la mañana, para clausurar el acto y participar en una mesa redonda, se unió Esperanza Aguirre. Debo decir que fueron los momentos más interesantes del curso. La intervención de Schwartz levantó ampollas y provocó la discusión. Una vez más me reafirmo en la opinión de que si realmente se puede encontrar algo que caracterice el “temperamento liberal” es el gusto por la polémica y la exposición abierta y clara de las ideas políticas.

A ese afán por la claridad son muchos los que, con ánimo de descalificarlo, llaman dogmatismo.

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