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Alicia Delibes

Rudolph Giuliani, un hombre sensato

Es uno de los hombres que más decididamente ha apostado por Donald Trump, y posiblemente ocupe un lugar relevante en el próximo gobierno de los EEUU.

Es uno de los hombres que más decididamente ha apostado por Donald Trump, y posiblemente ocupe un lugar relevante en el próximo gobierno de los EEUU.
Rudolph Giuliani | Wikipedia

De Donald Trump se dice que es un machista, un xenófobo, un energúmeno ignorante, un depravado maltratador de mujeres, un monstruo de maldad, un Hitler resucitado, incluso se ha llegado a asegurar que es el anticristo. Pero a pesar de ello sesenta millones de norteamericanos le han elegido como presidente. Hoy mucha gente se pregunta por qué lo han hecho. ¿Acaso hay en EEUU sesenta millones de depravados, de personas malvadas?

Sin embargo, durante la campaña presidencial uno de los hombres de confianza de Trump no ha cesado de decir que el candidato era una buena persona. Ese hombre es Rudolph Giuliani, el exalcalde de Nueva York, el artífice del milagro de hacer de la ciudad más peligrosa del mundo una de las más seguras de Norteamérica.

Giuliani fue alcalde de Nueva York desde el 1 de enero de 1994 hasta el 31 de diciembre de 2001. Le faltaban poco más de tres meses para terminar su mandato cuando el 11 de septiembre de 2001 dos aviones repletos de pasajeros, secuestrados por unos asesinos cegados por el odio y el rencor hacia la civilización occidental, fueron lanzados como bombas humanas contra las Torres Gemelas.

En 2002 Giuliani publicó una autobiografía, Leadership ("Liderazgo"), en la que, además de relatar minuto a minuto las largas horas de aquellos días que siguieron a los atentados terroristas, el exalcalde de Nueva York hablaba de sí mismo y, sobre todo, hablaba de política, de cómo llevar la gestión diaria de una alcaldía guiándose siempre por unos principios, por unas convicciones, por una ideología. La lectura de este libro puede ayudarnos hoy a conocer a uno de los hombres que más decididamente ha apostado por Donald Trump y que posiblemente ocupe un lugar relevante en el próximo gobierno de los EEUU.

En el prólogo del libro Giuliani expone su idea sobre la nación norteamericana con una claridad que escandalizaría a cualquier intelectual izquierdista europeo:

Creemos en ideas e ideales. No somos una raza sino muchas. No somos un grupo étnico sino un conjunto. No hablamos un solo idioma sino que todos formamos una unidad. Estamos unidos por nuestra fe en la democracia, en la libertad religiosa, en el capitalismo; creemos en una economía libre donde todo el mundo puede elegir la manera de gastar su dinero. Estamos unidos porque respetamos la vida humana y el imperio de la ley.

Rudolph Giuliani nació en Brooklyn (Nueva York) en 1944 en el seno de una familia de clase trabajadora. Fue bautizado con el mismo nombre que su abuelo, Rodolfo Giuliani, un inmigrante italiano que había formado parte de esos casi sesenta millones de europeos que, entre 1830 y 1930, emigraron a Estados Unidos y que, en poco tiempo, llegaron a constituir el 42% de la población norteamericana.

Sobre aquellos hombres que, como su abuelo, habían dejado su tierra y su familia para buscar una nueva vida en Norteamérica,Giuliani decía en su autobiografía que habían llegado con ilusión "al país de las gentes libres", pero que "aportaron también algo a Estados Unidos, trabajaron con todas sus fuerzas para mejorar este país, hacerlo más próspero para ellos y sus hijos".

El padre de Rudolph, Harold Giuliani, fue un boxeador casi profesional. De él aprendió a actuar ante los ataques del enemigo: "Mi padre me enseñó que la persona que consigue mantener la calma puede ayudar a los demás, controlar la situación y arreglar las cosas. (...) Años después me diría que si alguna vez me atacaban me imaginara que estaba en un ring, que guardara la calma y buscara los puntos débiles del adversario". Palabras que, sin duda, recordaría en los días en que la ciudad de la que era alcalde sufrió los graves ataques terroristas.

De sus años como estudiante de Derecho Giuliani recordaba su temprana fascinación por la historia de la civilización occidental:

Llegué a creer que las grandes aportaciones del pensamiento occidental, la libertad política y religiosa, la elección de los dirigentes, la importancia de la propiedad privada, un sistema económico libre, compartían una raíz común y que todas ellas habían evolucionado a partir de la idea de la dignidad del ser humano. Es lógico que una sociedad que cree en los derechos y el valor de los seres humanos permita a los ciudadanos elegir a sus dirigentes, decidir qué es lo que han de creer y aspirar a una vida mejor. Lo que sobre todo me fascinaba de la democracia era que no nos la encontráramos hecha sino que tuvo que ser inventada.

Los padres de Giuliani eran conservadores en su forma de pensar, su padre votaba demócrata, por eso de que "los demócratas defienden los intereses de los trabajadores", y Rudy, en sus años universitarios, siempre había votado al partido demócrata.

A partir de las elecciones de 1972 empezó a distanciarse del pensamiento demócrata. Sus ideas sobre lo que debía ser la política exterior norteamericana, sobre las cuestiones relativas a la ley y al orden e incluso sobre la forma de afrontar los problemas sociales, cada vez estaban en mayor concordancia con los republicanos. Se sentía sin embargo reacio a votar a un partido que consideraba entonces como el de los ricos. "La imagen que yo tenía de los republicanos, moralmente inferiores a los demócratas, provenía de ser un neoyorquino lleno de prejuicios, no podía ser más opuesta a la observación real de los dos partidos y de las personas que en ellos militaban. (...) En 1976 voté por primera vez por un candidato republicano, Gerald Ford, y, en 1980, por Ronald Reagan".

En 1983 fue nombrado fiscal federal del Distrito Sur de Nueva York. En 1989 se presentó como candidato a la alcaldía por los partidos Republicano y Liberal, pero fue derrotado por 40.000 votos. En 1993 lo intentó de nuevo. Basó toda su campaña en la lucha contra el crimen, la calidad de vida, la economía y la educación. Esta vez, y bajo presidencia demócrata, salió elegido.

Giuliani da en su libro una lección de pragmatismo, pero siempre insistiendo en que la honestidad exige a un político que no se olvide jamás de cuáles son los valores que defiende y cuáles los principios que deben animarle en su gestión.

Giuliani fue un alcalde republicano en una ciudad dominada por los demócratas. Sabía que muchas veces sus planteamientos chocaban con los de la mayoría de los electores y, por supuesto, con los de casi todos los funcionarios y medios de comunicación de Nueva York. "Yo me mantuve fiel a mis ideas en todo momento: bajada de impuestos, equipo de gobierno reducido, fuerzas del orden contundentes, menor dependencia de los servicios de asistencia social, privatización de servicios, evaluaciones escolares basadas en los resultados, favorecer la competencia y creer en el capitalismo como una fuerza beneficiosa".

Giuliani cuenta en su libro que evitaba siempre pronunciar esos discursos habituales en política que son más o menos correctos en la forma pero que no dejan traslucir una sola idea, que simulan decir algo pero que carecen de todo contenido. Giuliani no rehuía nunca dar explicaciones sobre los principios en los que sustentaba sus decisiones políticas, y eso hizo que su forma de decir las cosas fuera, a veces, criticada por resultar demasiado clara y directa:

Siempre que hablaba en público yo explicaba la filosofía general que había detrás de lo que estaba diciendo. De esa manera, la gente podía entender mi pensamiento y estar de acuerdo o en desacuerdo con él. Mi meta era integrar hasta las más sencillas decisiones políticas en mis ideas básicas. En cada etapa de mi carrera siempre he intentado ser todo lo accesible y franco que he podido, eso que los periodistas llaman andarse sin rodeos.

El sentido de la responsabilidad gobernó toda su actividad pública. En la pared de su despacho colgaba un cartel en el que se podía leer: "SOY RESPONSABLE". Responsabilidad que exigía para sí y también para quien quisiera trabajar con él.

Las particularidades de su gestión como alcalde nada tuvieron de extraordinario o, mejor dicho, tuvieron de extraordinario la sencillez y el sentido común. Siempre decía a sus colaboradores que no se dejaran ganar por la tentación de los atajos.

Lo bueno de hacer lo correcto en lugar de lo fácil es que suele ser el mejor modo de conseguir los objetivos deseados.

Su logro más notable fue el descenso de la criminalidad. En 1993 se cometían en la ciudad entre 9.000 y 10.000 delitos graves a la semana. Al marcharse el número estaba en 5.000 delitos. Se ha hecho famosa su teoría de los cristales rotos, basada en la idea de que un cristal roto en una ventana es un atractivo irresistible para cualquier gamberro que pase por la calle.

En la primavera del año 2000, cuando estaba volcado en la campaña pro Bush, una dolencia en la espalda le llevó a hacerse un examen físico general. Sin haber tenido nunca el más leve síntoma, le diagnosticaron un cáncer de próstata:

El viernes 26 abril, el doctor AK me telefoneó desde el hospital Mount Sinai y me dijo las siete palabras que nadie quiere tener que oír: los resultados de su biopsia son positivos.

El padre de Giuliani había muerto de cáncer de próstata. Giuliani, que había pensado presentarse a senador, decidió concentrar toda su atención en la enfermedad. Después de un tratamiento para reducir el tumor, el 15 de septiembre del año 2000 se sometió a una operación quirúrgica para extirparlo que resultó exitosa.

Después de la tragedia del 11 de Septiembre, en la bolsa de NY Giuliani pronunció estas palabras:

El puntal filosófico de nuestro sistema es la idea de que los estadounidenses podemos decidir sobre nuestras vidas, en lugar de permitir que sea un sistema totalitario el que decida. El sistema económico es tan importante como el sistema político.

Estas son las ideas y esta la experiencia política de uno de los más decididos valedores de Donald Trump. No parecen las ideas ni la vida de un hombre loco, ni tampoco de un hombre malvado, sino más bien las de un político serio, honrado y consecuente con sus convicciones. Quizás los norteamericanos que han votado a Trump lo hayan hecho porque confían en que estas ideas y estos principios sean los que inspiren la política del próximo gobierno de los EEUU. A mí también me gustaría pensarlo.

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