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Amando de Miguel

La ética de la responsabilidad. ¿Mande?

Un vicio inveterado de nuestras huestes políticas ha sido el nepotismo.

Algunos fieles libertarios me animan a que haga explícitos los principios para que una democracia alcance su verdadera dignidad. Es lo que llamo cultura política (Almond y Verba) o ética de la responsabilidad (Max Weber). Reconozco que los términos son un tanto abstractos, pero trataré de concretarlos.

Es poca cosa instaurar elecciones regulares y pacíficas con partidos políticos. Sería menester un paso más: que cada uno de estos partidos intentara representar a todos los españoles. No sucede. Es más, algunos de los diputados y senadores no se consideran españoles. Eso no es ya tolerancia sino cachondeo.

Hay muchas más condiciones para alcanzar cierta plenitud democrática. Por ejemplo, está feo eso de "un partido, un voto". Se requiere un mínimo grado de libertad para que los diputados o senadores admitan ocasionales discrepancias de sus respectivos partidos a la hora de votar cuestiones de conciencia. Pase que exista una lógica disciplina de voto, pero no absoluta, como es la que rige ahora en España.

Un vicio inveterado de nuestras huestes políticas ha sido el nepotismo: la desproporcionada propensión a colocar parientes en los cargos a dedo. (En latín nepotes eran los hijos y nietos y, por extensión, los sobrinos y otros parientes). El nepotismo, lejos de amainar en los últimos tiempos, se refuerza, y más aún en las filas de la izquierda totalitaria.

El nepotismo es un indicio de un mal mucho más amplio: la turbamulta de asesores y otros cargos a dedo que rodean a los prebostes. Su número es una medida del poder que acumula el que firma tales nombramientos. He aquí la razón por lo que la burocracia pública crece sin parar.

Otro vicio creciente en nuestra práctica democrática, perfectamente admitido por las leyes, es la capacidad de los mandamases para otorgar todo tipo de licencias, dádivas, prebendas, subvenciones, etc., a los amigos personales o políticos. Para ello el poder público se arroga la propiedad del agua, del aire, de las ondas hertzianas, todo lo que parece escaso, y desde luego del erario. Bueno sería empezar con la supresión de las subvenciones a los partidos, sindicatos y patronales. Constituyen una vergüenza.

El principio más general es que la carrera política no debería servir para enriquecerse. Se cumplió en los primeros años de la Transición, pero luego la cosa se desmadró.

Hay todavía principios más generales para la consecución de una sana democracia. Por ejemplo, el futuro de cada súbdito debe poder predecirse perfectamente dentro del marco de la ley. Otrosí, la democracia es el gobierno de la mayoría, pero aún más el respeto a las minorías.

Un último detalle de una verdadera democracia. Se logrará cuando algunos diputados o senadores de una bancada aplaudan al interviniente de la otra bancada que exponga argumentos razonables. Cuando veamos ese espectáculo empezaremos a pensar que vivimos en una democracia.

En España

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