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Carlos Ball

El hemisferio no vota, pero lo nota

Los latinoamericanos no podremos votar en las elecciones más importantes para el futuro de nuestro continente, las elecciones del 7 de noviembre del presidente, vicepresidente y Congreso de Estados Unidos.

En un mundo crecientemente globalizado, la política imperante en Washington influye más rápidamente y más dramáticamente que nunca antes en el acontecer latinoamericano, para bien o para mal. Los gobiernos de los presidentes Reagan y Bush ayudaron considerablemente la instrumentación de reformas indispensables para nuestro desarrollo económico y el aumento del nivel de vida de los latinoamericanos. Ambos apoyaron a las democracias en contra de las guerrillas marxistas y la apertura económica a través del Tratado de Libre Comercio con México, el cual aunque firmado por la administración Clinton -que le añadió cláusulas indeseables- había sido concebido, moldeado e inspirado por el equipo de Bush. En la subsecretaría para Asuntos Interamericanos se destacaba gente del calibre de Elliott Abrams, para luego estar bajo Clinton en manos de burócratas de tercera categoría que han pasado por ese cargo sin pena ni gloria.

Pensábamos que Chile, Argentina y quizá Venezuela serían admitidos seguidamente al Tratado de Libre Comercio, pero todo se quedó en altisonantes y vacías promesas, en conferencias que sólo sirvieron para que la prensa publicara fotografías de sonrientes funcionarios. La política clintonista de decir una cosa y hacer otra diferente hizo que los argentinos voltearan su mirada hacia Brasil y promovieran el Mercosur, donde la política y los privilegios a sectores como los fabricantes de automóviles, más que el desmontaje de barreras al intercambio comercial, han llevado la bandera y producido resultados lamentables.

El gran auge chileno se frenó por la crisis asiática y porque Estados Unidos le cerró la puerta en las narices, perdiéndose así una oportunidad dorada de premiar al país latinoamericano que más había avanzado hacia el sueño americano de libre iniciativa, responsabilidad personal, igualdad ante la ley, apertura a la inversión extranjera, leyes laborales flexibles y los aranceles más bajos del continente. Al Departamento de Estado le ha interesado más la persecución de Pinochet y al presidente Clinton el apoyo de sindicatos proteccionistas que avanzar el sueño de la integración de las Américas.

Hoy vemos, como resultado del retroceso hemisférico, que los socialistas ganaron las elecciones en Chile y Argentina. La guerra contra las drogas causó el sangriento colapso colombiano y por primera vez en la presidencia de Venezuela tenemos a un caudillo marxista, quien abiertamente predica su odio hacia Estados Unidos, el capitalismo y la propiedad privada, mientras expresa su admiración por Castro, Mao, Gaddafi, Hussein y el maligno cartel petrolero.

México es una luz en las tinieblas. La derrota del PRI, en parte resultado de la apertura comercial con Estados Unidos, tiene gran significado. Pero está por verse quién verdaderamente es Vicente Fox. No lo sabremos hasta que anuncie su gabinete, pero parece estar rodeado de economistas keynesianos, con las mismas malas mañas de los que en Venezuela rodeaban a Carlos Andrés Pérez y pululan por el FMI y demás organismos multilaterales que tanto daño le han hecho a nuestros países. Estos son los nuevos apóstoles de la llamada “tercera vía”, el más reciente disfraz de los estatistas.

Al contrario de lo que suele suceder en las elecciones latinoamericanas, donde una y otra vez terminamos votando por el menos malo, el 7 de noviembre el electorado americano tendrá una clara alternativa: el Gran Hermano Al Gore versus un gobierno limitado y serio propuesto por George W. Bush.

Para América Latina significa la aceleración del nuevo y temible imperialismo yanqui: verde, proteccionista, paternalista, intervencionista, empeñado en que la gran mayoría de los muertos en la guerra contra las drogas sean latinoamericanos y en trasladar altos costos laborales a economías en desarrollo para complacer a sus sindicatos que no quieren competencia extranjera de productos elaborados, tratando así de condenarnos para siempre a suplir las tradicionales materias primas. Por el contrario, Bush significa el retorno a efectivas políticas de apertura comercial y creciente flujo de inversiones, bienes y servicios.

En conclusión, la decisión electoral del 7 de noviembre tiene un significado muy especial para el futuro bienestar de todos los latinoamericanos.

© AIPE

Carlos Ball dirige desde Miami la agencia de prensa AIPE y es académico asociado del Cato Institute.

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