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Carlos Semprún Maura

Así pasan los días

Este pasado domingo por la tarde, iba a comprar prensa a un quiosco lejano, pero abierto, y un fuerte viento venido del Atlántico hacía revolotear las inmundicias vegetales, minerales y petroquímicas que se acumulan por las calles, debido a la huelga de recogida de basuras. Es curioso, iba pensando mientras el vendaval me impedía encender un cigarrillo, cómo este municipio rosiverde, tan de izquierdas y tan orgulloso por serlo, trata con tanto desprecio a sus más humildes empleados, varias categorías de los cuales están en huelga, para exigir salarios decentes; es curioso, pensaba, que este consejo municipal tan progre, despilfarre fortunas en fiestas horteras y playas de aquelarre, mientras no paga a sus empleados, ahorra electricidad dejando los barrios a media luz, salvo los muy chics, deja pudrirse el tráfico urbano y demás lindezas que empeoran la vida cotidiana de los parisinos. Y ¡tan contentos!. El propio Bertrand Delanoe, convaleciente, ha publicado hace un par de días un artículo de autobombo en Le Monde, afirmando, sin sonrojarse, que desde que es alcalde, París se ha convertido en la ciudad más democrática, hedonista, maravillosa del mundo. Pues no piensan lo mismo ni los barrenderos, ni los transeúntes, salpicados de hojas de lechuga podridas y de latas de Coca Cola.

A nivel nacional, las medidas contra la delincuencia de los ministros de Interior, Sarkosy, y Justicia, Perben, tienen aspectos absurdos. Vayamos por partes: la oposición de izquierda hace el ridículo, por mala fe demagógica, al fingir rechazarlo todo en bloque, y más aún cuando critica situaciones que existen desde hace años –cuando ya estaba la izquierda en el poder– y que ellos mismos reconocieron, en parte, durante sus desastrosas compañas electorales, al confesar su “angelismo”, o ingenuidad, en esos temas. ¡La represión no es la misma para los ricos y para los pobres!, claman. Sí y no. Es cierto que los ricos, quienes, obviamente, tienen dinero, pueden pagar las fianzas y a los mejores abogados, cosas que no todo el mundo puede permitirse, pero esta injusticia no ha sido creada en los seis meses de gobierno Raffarin, existía mucho antes, y lo mismo con gobiernos de izquierda unida.

Afirmar que existe un nuevo y peculiar ensañamiento contra los pobres, es mentira, punto. No olvidemos que la opinión pública, empezando por los más pobres precisamente, exigía medidas drásticas contra la inseguridad y la delincuencia. Por ahora, los mandos y sindicatos de policía consideran que tienen más medios y pueden actuar con más eficacia. Veremos. Pero también es cierto que esta ofensiva contra las prostitutas, los gitanos y los mendigos (categorías de “asociales” por las que siento simpatía, lo confieso), no resolverá gran cosa. Ya se han intentado mil veces, sin resultados. Y no será expulsando a doscientas prostitutas rumanas como se resolverán los graves problemas candentes. Los ministros saben perfectamente que el bandolerismo nacionalista en Córcega, las bandas organizadas en los arrabales de muchas ciudades, que alternan el tráfico de drogas, los robos y el culto a Bin Laden, y se añaden a la tradicional, y casi diría eterna, delincuencia, no se resolverá metiéndose con pacíficos gitanos o mendigos. Sería, pienso, más eficaz descubrir los depósitos de armas clandestinos, y más útil para la seguridad de Francia y países vecinos.

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