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Carlos Semprún Maura

La cultura del secreto

Yo que me paso la vida –bueno, ratos– ironizando sobre la actualidad francesa, debo reconocer que, de vez en cuando, me topo con gente inteligente que dice cosas interesantes. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, Stephane Courtois, autor y coordinador de la obra monumental “El Libro Negro del Comunismo”, director de la revista “Comunismo” y buen especialista del horror totalitario. Entrevistado por “Le Figaro” (jueves 7 de junio) sobre lo que opinaba acerca del largo trotsquismo clandestino de Lionel Jospin, respondió que no fue sorpresa alguna, que ya se sabía y que no pasa nada si ha sido trotsquista. “Después de todo, yo fui maoísta y Jacques Chirac, comunista”. Precisaré: miembro de la Federación de Estudiantes comunistas, durante un año o dos, tampoco lo ha precisado.

El problema es la doble, o triple, mentira de Jospin. La primera, haberlo negado hasta hace unos días. La segunda, haber afirmado que su trotsquismo se limitaba a tertulias de discusión política con trotsquistas. Eso no existe en una organización ultrasectaria y jerarquizada como la OCI –la de Jospin–, ni en “Lucha Obrera”, la LCR, siendo un poquitín menos sectaria.

Courtois denuncia la farsa del “antitotalitarismo” de los trotquistas, recordando el papel de Trotski, junto a Lenin y Stalin, en la revolución bolchevique, que impuso por la fuerza el totalitarismo y el GULAG, en Rusia. El hecho de que Stalin hiciera asesinar a Trotski, en su cruenta lucha por el poder absoluto, no absuelve a Trotski de sus responsabilidades anteriores.

Esa misma farsa del antitotalitarismo se manifiesta aún hoy con el comportamiento antidemocrático, conspirativo y ultrajerarquizado de los grupos trotsquistas. Verdaderas sectas, más peligrosas que los Testigos de Jehová, pongamos. Lo interesante, a mi modo de ver, es que Courtois confirma que, cuando el gurú –o mariscal secreto– de la organización ultraminoritaria OCI, Boussel (apodado “Lambert”), se presentó por primera y última vez a las presidenciales obtuvo el 0,38% de los votos, mientras Arlette Laguillier puede llegar al 5%. Y sin embargo, Boussel fue recibido por el Presidente Chirac ¿para jugar al tute? Y su grupo ha infiltrado y controla sectores del sindicato FO (socialburócrata), de la Seguridad Social (para robar legalmente), parte de la dirección del PS y de la masonería.

Ya había oído yo rumores sobre la filiación masónica de Jospin. Y me atrevo a avanzar la hipótesis de que si ha abandonado la OCI a finales de los ochenta, o después –quién sabe–, sigue en contacto con sus antiguos camaradas trotquistas a través de logias masónicas. No es fácil desembarazarse de la cultura del secreto conspirativo, ni de las redes de influencia que ello procura. Además, cuando Jospin se hace oficialmente el abanderado de transparencia en política, negocio redondo.

Desde luego, la masonería en Francia no tiene la influencia que tuvo por los años treinta, cuando hacía y deshacía Gobiernos, y controlaba los partidos radical-socialista y socialista. Después de la guerra, su influencia disminuyó considerablemente (el mandil pasó de moda), pero aún existía y existe. Tuvieron una de sus crisis graves cuando se dividieron entre gaullistas y antigaullistas. Pero su influencia, aminorada, sigue ejerciéndose en el seno del PS, de los sindicatos, de los servicios públicos, muy especialmente en la radio y televisión estatales, y en la prensa, etc. “Le Canard Encahiné”, por ejemplo, es un semanario masón –aunque no oficialmente–, de ahí que esté informado antes que los demás.

De vez en cuando se descubre algún escándalo, como aquellas reuniones secretas entre la cumbre masónica y nacionalistas (terroristas) corsos para informar secretamente a Jospin. O estos días, cuando se ha abierto una instrucción judicial a un juez del Tribunal de Niza por pasar ilegalmente informaciones y documentos de su incumbencia a su logia de referencia, presuntamente.

Un primer ministro masón, y hasta un Presidente, no sería novedad en Francia. Pero un candidato a la Presidencia de la Republica, trotsquista y masón durante decenios, c´est trop pour un seul homme. O si se prefiere, no es la mejor manera de demostrar honestidad y transparencia en una democracia que se pretende moderna.

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