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Carlos Semprún Maura

¡Malditas vacaciones!

Antaño, los periodistas eran gentes que fumaban mucho, bebían más, trabajaban 40 horas al día y no a la semana, fallaban cuanto podían, viajaban, pateaban calles y continentes, pasaban más horas en bares que ante su máquina de escribir. Los ordenadores eran pura ciencia-ficción, porque escribían muy deprisa, lo cual, a veces, daba a sus artículos un estilo de despacho de agencias, rápido pero desalmado, y cuando hablo de estilo, no me refiero a los dichosos “libros de estilo” que sólo son censuras, tal vez corteses, pero censuras.

Algunos, para demostrar que aún sabían escribir, cuando podían, ofrecían el lujo de un comentario, una crónica, tomándose el tiempo, pero escribir deprisa seguía siendo un criterio profesional que permitía beber dos copas más que el patoso, o ligar antes, o elegir su reportaje, de todas formas el mundo periodístico era un mundo de locos, excitante, extenuante como una droga, o sea que todas las mañanas, o algunas, con la resaca, se decían: esto no puede seguir así, no hay quien lo aguante, tengo que dejar la cocaína, y esa misma noche repetían.

Todo ha cambiado. La burocratización del mundo ha convertido a los periodistas en funcionarios, con sus horarios, sus pensiones y sus vacaciones. Todo el mundo considera que se trata de una gran conquista social, de una victoria de la Seguridad Social y de los derechos humanos. Yo no, y tengo pruebas: los periódicos se vacían de contenido durante los veraneos. Algunos ingenuos pensaran: es que no pasa nada, mentira. Es porque están todos de vacaciones (salvo en “Libertad Digital” y algunas honrosas excepciones que confirman la regla).

Están de vacaciones, como los subprefectos y han preparado con antelación ese indigesto y vacuo “periodismo de veraneo” que nos habla precisamente de vacaciones, de playas, de sol, cuando se asan, de bikinis, como si fueran una novedad, de regímenes para adelgazar, que engordan, y de islas para millonarios. En las televisiones francesas han desaparecido los pocos programas culturales, las tertulias y mesas redondas políticas, todas las emisiones consideradas como “serias”. Sólo se nos habla del tiempo y algo de la huelga de transportes ¿qué remedio? El venerable “Le Figaro” publica por primera vez esos engendros que se califican de tiras o tebeos; no sé si los periodistas de “Le Monde” han adelgazado, pero su diario, sí, y todo por igual. En verano y además con suma satisfacción, somos todos imbéciles e incultos.

Pues bien, estamos en julio y fue un 14 de julio cuando se asaltó la Bastilla, donde no había nadie, ni siquiera, aunque se haya dicho, el divino Marqués de Sade. Otro 18 de julio ¿recuerdan? comenzó nuestra guerra civil. Y hoy, si miran más allá de sus gafas de sol, los conflictos sangrientos se prosiguen en el Medio Oriente, en Macedonia, en Filipinas, etc... Los talibanes siguen ejerciendo su terrorismo islámico, las matanzas de infieles no cesan en Argelia, o sea una actualidad normal, siniestra, sangrienta, tanto en invierno como en verano. Pero los periodistas-funcionarios están de vacaciones y además ¡con sus familias! y consideran que llevan toda la razón, de que veranear es un deber sagrado, y sus periódicos, de pobres tantas veces, se convierten en miserables. La mística de las vacaciones comenzó en Francia, en 1936, con el Frente Popular y sus congés payés (vacaciones pagadas), los ricos ya veraneaban, por supuesto.

Fueron considerados como una victoria revolucionaria de los trabajadores de tal importancia histórica que sólo un puñado de ingenuos fue a España en guerra, para ayudar a sus “hermanos de clase” y combatir el fascismo, salvo los asesinos profesionales, que fueron para fusilar a los heterodoxos y disidentes -tarea ésta sin congés payés- y en la que se ilustraron André Marty, Auguste Lecoeur, Roll-Tanguy y otros.

Éste, desde luego, no es tema de “periodismo de veraneo” pues he decidido ir a contracorriente de esa moda imbécil, y de no hablar más que de cosas serias, graves, trágicas inclusive, dejando los taparrabos en el último cajón de mi memoria.

Lea también Los Fragmentos de un Manuscrito en el Semanal.


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