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Carlos Semprún Maura

Saladino en lata

Yo no soy aficionado al fútbol, y por lo tanto pocas veces he asistido a partidos, sentado en las gradas, pero he visto alguna vez trozos de partidos por televisión, y siempre me ha irritado ver a los hinchas, insultar, aconsejar, o más bien ordenar a los jugadores hacer esto, o lo de más allá, y cuando algún jugador hace una falta, aplaudirla, si el arbitro no la ve, y abuchear al arbitro –y a veces darle de ostias– cuando la sanciona. El fútbol, hoy, nada tiene que ver con un deporte, en el que se aplaudiría el juego fino, sin tener en cuenta el club, o el país, sino el deporte en sí, diría aquel filosofo alemán, se ha convertido en un espectáculo histérico, en un simulacro de guerras tribales, no siempre sin víctimas.

Pensaba en eso, leyendo y escuchando la prensa y los políticos franceses, estos días. Han desaparecido por arte de birlibirloque los atentados del 11 de septiembre, los miles de muertos, sólo existen los bombardeos yanquis contra Afganistán. Y desde las gradas, los medios, los políticos y los cafés, vociferan: “¡Inútiles! ¡Incapaces! ¿Qué estáis haciendo, asesinos? ¡Sólo matáis a inocentes!”. En realidad es mucho peor que un “juicio crítico” de meros espectadores, el “síndrome de Estocolmo”, para dar otro nombre al miedo, no sólo se “olvida” del ataque terrorista contra los USA, sino que presenta cada vez más a los norteamericanos, como los únicos terroristas agresores.

Apenas hay informaciones serias sobre la guerra, porque la censura militar funciona, y las que hay, o mejor dicho, transmite la propaganda árabe, nutren un antiamericanismo soez, y cuando hay una masacre en un templo protestante de Pakistán, con 18 muertos y muchos más heridos, la televisión francesa habla de “incidente grave”, y la bomba en un autobús que estalla en el lugar reservado a las mujeres, porque ese apartheid existe, parece como si se tratara de un accidente de tráfico.

Al mismo tiempo, y con la misma lógica, el Instituto del Mundo Árabe, organiza una exposición: “El Oriente de Saladino”, ese legendario guerrero kurdo de Irak, nacido en 1138. La cosa, otra vez, en sí nada tiene de extraordinario, ya que esa es la tapadera cultural del Instituto, financiado por los petrodólares saudíes y, sin saberlo, los contribuyentes franceses. Son los comentarios los que apestan: ¡Qué gran civilización la musulmana, qué mierda somos nosotros! Pues a mí, ni me interesa ese arte abstracto musulmán, tratándose de civilizaciones muertas, prefiero el etrusco, ni ese tipo de discusiones teológicas, y no estoy en guerra contra Saladino, sino contra ben Laden, o más concretamente contra esa cobardía que expresa nuestra “civilización del miedo”.

Bueno, no todos los franceses reaccionan de la misma manera. Hace unos días Guy Sorman denunciaba el antisemitismo creciente y no sólo en el mundo musulmán, lo que le valió una carta indignada del embajador de Egipto en Francia, porque está visto que el antisemitismo forma parte de los valores culturales del Islam, que no pueden criticarse. Este lunes, Alain-Gerard Slama, en Le Figaro, también compara, en un artículo, particularmente brillante, la capitulación actual de las seudo elites, a la vergüenza histórica de Vichy, cuando esas mismas elites galas se arrodillaban ante los nazis, rasgándose las vestiduras.

Desde luego, también hay voces surgidas de las catacumbas, o sea de la izquierda, que protestan contra la confusión y la cobardía, y mantiene firmemente que la democracia vale la pena ser defendida por todos los medios, contra la barbarie y el oscurantismo, religiosos, o no. Son voces muy solitarias. Resumiendo, si frente a esta nueva crisis mundial, a esta guerra de “nuevo tipo”, como se decía en Hollywood, la derecha es lamentable, la izquierda es catastrófica. Hablo de Francia, es obvio, porque en España, nos ha tocado el gordo, todos son geniales

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