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Desde que nombraron ministro de Cultura a Jean-Jacques Aillagon, a mí me dio muy mala espina, pese a que llegara con buena fama de aficionado a las artes. Pero le leí y oí tantas bobadas, que mi primera impresión se confirmó. Siendo, como sus predecesores, ministro también de la comunicación –o sea apoderado-censor de la radiotelevisión estatal– y habiendo declarado vaguedades sobre el incumplimiento de la misión de “servicio público” del ente francés, lo primero que propone es un aumento del 3,5% de la redevance (abono obligatorio). Antes que nada, antes de plantear el menor análisis serio sobre contenidos, de estudiar reformas, de proponer nuevos responsables... un aumento. Bajo el absurdo principio según el cual, cuanto más dinero, más calidad. La televisión francesa, realmente mediocre en sus programas, constituye, como todas las empresas estatales, un ejemplo de despilfarro inaudito, y una de las primeras cosas que habría que reformar es el estatuto ambiguo de los productores privados multimillonarios, que trabajan para la televisión “pública”. Como si el ministro fuera socialista, sólo propone aumentar los impuestos.

Esto de la reducción de gastos está en el centro de la política económica del Gobierno. Tras cinco años de mala gestión y despilfarro socialistas, que hicieron evaporarse los beneficios del auge económico, y además con la voluntad de reducir los impuestos para los particulares y las empresas, sin aumentar demasiado los precios –contra la voluntad de cada ministro, que quiere aumentar los recursos de su administración–, la reducción de gastos es imprescindible. Son temas arduos y aburridos, pero importantes para la vida cotidiana de los ciudadanos. Alelada por su derrota, la izquierda ataca al Gobierno, como si en unas semanas fuera el responsable de la mala gestión del gobierno Jospin, durante cinco años, Pero ellos también tienen que reducir gastos.

Convertidas, todos los fuerzas políticas, en partidos de funcionarios, pagados, según diversos criterios, por el Estado a prorrata de su representación parlamentaria, cuando pierden elecciones están en quiebra. Antes, cuando tenían militantes –los de izquierda, pero también los gaullistas– éstos pagaban sus cuotas y podían permitirse una amplia autonomía frente al Estado. Lo que hacían de dicha autonomía es harina de otro costal.

Aunque el calentamiento del planeta siga produciendo lluvia y frío por doquier, no es por eso que el PCF ha anulado su “Universidad de Verano”, sino por falta de dinero. Yo me destornillo de risa ante los sesudos análisis de políticos y sociólogos intentando explicar la crisis, que algunos consideran pasajera, del “gran partido de la clase obrera”, sin tener en cuenta que sólo fue “la sección francesa de la Internacional Comunista”, con capital en Moscú. Es lógico que, al derrumbarse la URSS, se derrumbaran también sus secciones nacionales. El destino del PCF es convertirse en una Fundación Maurice Thorez, subvencionada por los postgaullistas y presidida por Pierre Bergé.

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