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Cayetano González

Rajoy, el aborto y los votos

¿Sólo debe dimitir Gallardón? ¿Es creíble que Rajoy no diera el visto bueno a este anteproyecto de ley? ¿Tendría que dimitir también Rajoy?

Tengo mis serias dudas de que Mariano Rajoy Brey sea consciente de que la decisión que ha tomado, y que él mismo ha calificado, en un alarde inaudito de autoestima, como la "más sensata", de retirar el anteproyecto de reforma de la ley del aborto -conocida como Ley Aído, aprobada por el Gobierno de Zapatero- retrata a la perfección lo que son los actuales Gobierno y PP: la vaciedad más absoluta en el terreno ideológico y el relativismo en estado puro.

De momento, la decisión de Rajoy ha tenido ya una primera víctima: el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, que no tenía otra salida que irse a casa. Eso le honra, aunque su situación era insostebible. La pregunta, en cualquier caso, es: ¿sólo debe dimitir Gallardón? ¿Es creíble que el presidente del Gobierno no diera en su momento el visto bueno a este anteproyecto de ley, que llegó a la mesa del Consejo de Ministros el pasado 20 de diciembre? ¿Tendría que dimitir también Rajoy?

Si Rajoy ha tomado esta decisión, en el fondo ha sido por un único motivo: los votos. Según su sociólogo de cabecera, Pedro Arriola, que tanto influye en el presidente, mantener la reforma en los términos que había planteado el ministro de Justicia quitaría al PP más votos de los que le podría dar en caso de llevar adelante el cambio.

No sé si esto que dice Arriola será verdad. Lo que si sé es que, en términos cualitativos, no cuantitativos, la decisión anunciada este martes por Rajoy le va a pasar una factura enorme: la derivada de reconocer públicamente que gobierna y toma decisiones en función de lo que digan las encuestas, aunque sea en cuestiones tan sensibles que afectan al terreno de los valores, de los principios, de las convicciones, de la concepción de la familia, de la defensa del derecho a la vida del no nacido.

No hay tarjeta peor para presentarse ante tus votantes y ante quienes en un futuro podrían serlo que esta que ahora esgrimen Rajoy y el PP, y que se podría enunciar de la siguiente manera: somos un partido sin principios, sin convicciones, y si en algún momento las hemos tenido, las adaptamos a lo que digan las encuestas. Somos, en definitiva, el relativismo en estado puro.

El PP llevaba en su programa electoral –página 108, medida 6 del apartado "La familia: primera sociedad del bienestar"– con el que se presentó a las elecciones generales de noviembre de 2011 el siguiente compromiso:

La maternidad debe estar protegida y apoyada. Promoveremos una ley de protección de la maternidad con medidas de apoyo a las mujeres embarazadas, especialmente a las que se encuentran en situación de dificultad. Impulsaremos redes de apoyo a la maternidad. Cambiaremos el modelo de la actual regulación sobre el aborto para reforzar la protección del derecho a la vida, así como de las menores.

Más claro, agua. Con la decisión confirmada hoy por Rajoy de aparcar la reforma de la ley del aborto, el PP no sólo deja de cumplir una promesa electoral más, sino que demuestra que lo hace por motivos estrictamente electorales. En este contexto, convendrá recordar que las primeras voces públicas críticas con el anteproyecto de Gallardón no provinieron de las filas de la oposición o de los movimientos pro aborto. No, fueron voces de su propio partido: la del presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoo; la del presidente de Extremadura, José Antonio Monago; la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, o la alcaldesa de Zamora, Rosa Valdeón, entre otras. La oposición a la reforma de la ley del aborto la ha tenido el PP dentro del PP. Algo muy típico de la derecha.

Las encuestas de Arriola dirán lo que digan y, dicho sea de paso, lo que aquél quiera que digan para no perturbar en exceso a su receptor. Pero tengo para mí que ya ha llegado el momento en que hay una parte importante del electorado del PP, no me atrevo a cuantificarla, que ya no transige con esta renuncia de Rajoy a hacer política en el sentido más noble de la expresión. Porque si al final la única diferencia entre los dos grandes partidos nacionales se reduce a la mayor capacidad del PP para gestionar bien la economía, esa parte de su electorado se planteará con razón si vale la pena seguir votándoles o, por el contrario, busca otras opciones que defiendan más cosas; o si simplemente se queda en casa en espera de que alguien en el PP se atreva a cambiar ese estado de cosas.

Y que no vengan los populares, que vendrán, con el mantra de que hay que seguir votándoles para parar a Podemos. Eso ya no cuela. Hoy, mucho votante del PP se habrá sentido engañado y defraudado por el anuncio hecho por Rajoy. Considerarán que les ha vuelto a engañar. Al principio de legislatura fue la subida de impuestos; luego la liberación del etarra Bolinaga; ahora, la renuncia a la modificación de la ley del aborto. Pues bien, muchos de esos votantes estarán pensando: señor Rajoy, nos vemos en las urnas: primero en mayo en las municipales y autonómicas y luego en las generales.

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