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Diana Molineaux

Los nuevos americanos

Lea Un panorama cambiante, 1

El censo del año 2000 indicó a los dos partidos norteamericanos dónde están sus futuro votos. En los últimos diez años, la población hispana de Estados Unidos creció en más del 57%, comparado a un crecimiento total del 13.2%. Casi 13 de los 33 millones de personas que el país ha ganado son de origen hispano.

Jóvenes, con altos índices de natalidad y concentrados en los estados del sur y del oeste, los hispanos dan la pauta a los políticos y tienen en sus manos un poder hasta ahora desconocido por ningún otro grupo étnico. Sin sus votos, ni demócratas ni republicanos podrán mañana conseguir o mantener el poder.

La influencia del voto latino fue evidente por primera vez en las pasadas elecciones presidenciales, en las que los cubanos inclinaron la balanza de la Florida en favor de Bush. Sin su voto, probablemente influido por el retorno forzado a Cuba de Elián González pocos meses antes, el demócrata Al Gore estaría hoy sentado en el Despacho Oval, aunque la gran presencia hispana y especialmente su futuro predominio está principalmente en el Oeste y Suroeste. Son el 32% de la población en Texas y California, el 25 en Arizona, el 19 en Nevada, el 17 en Colorado y Florida, con formidables índices de crecimiento. En Texas y California éste es del 38% y en Nevada alcanzan el 90%.

Lo que todos estos estados tienen en común, a excepción de la Florida y California, es el predominio conservador. No se trata solamente de que tanto sus gobernadores como sus dos senadores sean casi todos republicanos, sino que los demócratas tan sólo pueden ganar escaños si se posicionan a la derecha de los republicanos del Norte y las dos costas del país.

Comparten también otra característica: a excepción de Nuevo México, cuyo porcentaje de hispanos, descendientes de los conquistadores españoles, es el más alto de EEUU, con el 42%, la mayoría de ellos cuenta en el censo, pero no vota, porque no son ciudadanos norteamericanos o, incluso, son ilegales. Pero influyen a la hora de distribuir los escaños del Congreso donde habrá más representantes del sur-suroeste y menos del norte.

La población inmigrante tiene así el efecto de potenciar las tendencias en sus respectivos distritos y alterar la balanza política, al margen de la inclinación política de estos extranjeros. Sus números dan más escaños a los estados en que residen, pero aquí precisamente está el peligro y el desafío para los partidos, pues los inmigrantes de hoy son los nuevos americanos de mañana y, cuando voten, pueden cambiar el signo político de sus estados.

Tradicionalmente, el Partido Demócrata ha sido el hogar de los inmigrantes, a quienes promete subsidios. En California es el favorito de los hispanos, pero en las últimas elecciones el 35% del voto hispano fue para George Bush que ha lanzado toda una ofensiva para conquistarlos: tres entrevistas con Vicente Fox, programas latinos en los ministerios, un mensaje al país en español para celebrar la independencia mexicana el 5 de mayo y, sobre todo, la apuesta de que estos hispanos han venido a trabajar para prosperar y enriquecerse.

El problema para Bush es que la apuesta es tan alta que los demócratas podrían ajustar su mensaje y pasar del victimismo a la esperanza y de las promesas de protegerlos en sus desventajas a las perspectivas de independencia económica y progreso social.

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