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EDITORIAL

Maruri: Limpieza ideológica

Jaime Larrinaga, el sacerdote que durante 36 años ha estado al frente de la parroquia de Maruri, ya forma parte, como muchos otros vascos, del exilio interior y exterior que el nacionalismo reserva para todos aquellos que se atrevan a obrar en conciencia y a tomar partido a favor de las “víctimas colaterales” del proyecto, o más bien de la realidad totalitaria, que los discípulos de Sabino Arana quieren imponer en el País Vasco. El ya ex párroco de Maruri es un ejemplo más de cómo los nacionalistas “moderados” emplean el terror que imponen los “radicales” para “limpiar” de disidentes lo que consideran su finca particular, y de qué modo pretenden fabricar una “mayoría” nacionalista en todos los sectores de la sociedad vasca que, a sus ojos, justifique lo que cualquier persona decente en la Europa del siglo XXI consideraría injustificable: la persecución por motivos de conciencia.

Sin embargo, lo que hace aún más sangrante el caso de Jaime Larrinaga es que, por razón de la fe y el ministerio que profesa, su defensa de los perseguidos por el nacionalismo “democrático” y “radical” es poco menos que un imperativo moral que nace directamente de las enseñanzas del Evangelio. Un imperativo moral en el que, por desgracia, la jerarquía del clero vasco no ha hecho tanto hincapié como en la exhortación a la “paz” y el “diálogo”, que sólo tendría pleno sentido si los verdugos y las víctimas estuvieran en igualdad de condiciones y en el mismo plano moral y si todos los vascos pudieran expresar libremente sus ideas sin temor a ser segregados, humillados, chantajeados, perseguidos o asesinados. El cura de Maruri, plenamente consciente del peligro que corrían sus feligreses al frecuentar su parroquia, y ante la pasividad y falta de apoyo de su obispo –Larrinaga está convencido de que monseñor Ricardo Blazquez, obispo de Bilbao, recibió presiones para que él abandonara la parroquia de Maruri–, ha optado por no ser motivo de discordia entre los habitantes del que, durante 36 años, fue su pueblo.

Los nacionalistas han querido forzar a Jaime Larrinaga a ser un “hombre de paz”, tal y como le demandaba Anasagasti. Es decir, y en las propias palabras de Larrinaga, un hombre que no denuncie, que mire hacia otra parte, que colabore directa o indirectamente con los terroristas. Un hombre que, en definitiva, estuviera dispuesto a dar cobertura a la limpieza ideológica nacionalista bajo el manto protector y legitimador de la religión, de la cual los nacionalistas hacen bandera y divisa para sus “politiquillas”, como señaló Larrinaga; quien expresó con una claridad de la que, por desgracia, carecen sus superiores jerárquicos, la imposibilidad de mantener una equidistancia entre los perseguidos y sus verdugos: o se está contra el terrorismo, o se le apoya, directa o indirectamente, activa o pasivamente. Tomen ejemplo quienes prefieren quejarse en sus homilías de la “agresividad” de columnistas y medios de comunicación contra el nacionalismo en lugar de poner el acento de la denuncia en la limpieza ideológica que practican los nacionalistas.


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