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Elías Cohen

Muñoz Molina vence a los de siempre

En la polémica suscitada en torno a Antonio Muñoz Molina lo más destacado, sin duda, ha sido la valentía del escritor.

En la polémica suscitada en torno a Antonio Muñoz Molina lo más destacado, sin duda, ha sido la valentía del escritor.

En la polémica suscitada en torno a Antonio Muñoz Molina lo más destacado, sin duda, ha sido la valentía del escritor. Lejos de amilanarse, fue con la cabeza bien alta a recoger el premio a Jerusalén y se enfrentó a los boicoteadores con argumentos razonables e impecables. A diferencia de otros que fueron justificándose, como si sólo una fuerza mayor los moviera, Muñoz Molina plantó cara y expuso la simpleza y los estereotipos que dominan el activismo propalestino. El de Úbeda dijo frases antológicas como:

Una de las cosas que hace el escritor es luchar contra el cliché, el estereotipo... Cuando uno recibe una carta firmada por escritores llena de estereotipos se dice: "Podíamos habernos esforzado un poco más, ¿no?".

Escribió Jabois a este respecto que fue "la izquierda neocatecumental", "la de la dramaturgia del desplante", la que revolvió el río y presionó al escritor para que no aceptara el premio. Ciertamente, el boicot político, cultural y económico a Israel está manejado por los de siempre. Los que duermen a pierna suelta si el tirano sirio Asad masacra a su pueblo o miran para otro lado ante los asesinatos públicos de Hamás. Los que callan si Francia bombardea Mali para no tener, en palabras del presidente Hollande, un "Estado terrorista a las puertas de Europa" y en cambio no toleran que Israel se defienda de una lluvia de misiles orquestada por un Gobierno terrorista limítrofe.

Estos de siempre se aglutinan desde el año 2005 en un movimiento llamado BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) de boicot cultural, económico y político a Israel. La rama cultural, Pacbi, fundada por un ciudadano qatarí, Omar Barguti, ha estado desde entonces presionando sobre todo a grupos y cantantes para que cancelen sus actuaciones en Israel. Entre los que han cedido están The Pixies, Gorillaz o Elvis Costello; entre los que han desoído las presiones, Serrat y Sabina, la Oreja de Van Gogh, Leonard Cohen o Madonna. El argumento que han usado para asustar a los artistas ha sido la amenaza de que se convertirían en "cómplices" de "los crímenes que comete Israel". Cuando den un concierto en Nueva York, supongo que serán cómplices de las torturas de la CIA. Por cierto, Omar Barguti, que promueve el boicot a Israel en todos los ámbitos, estudia un Máster en Filosofía en la Universidad de Tel Aviv. Un tipo ejemplar.

La lógica que subyace a este boicot da escalofríos. Según Stéphane Hessel, Roger Waters –no hay problema, seguiremos escuchando a Pink Floyd–, Ken Loach y demás intelectuales comprometidos, todos los israelíes, sean artistas, cineastas, escritores, políticos, empresarios, empleados, discapacitados o del Barça, todos son parte del mismo ente: el Estado-Gobierno de Israel, el cual es criminal y al cual hay que hacer bullying en todos los foros posibles.

Todos los israelíes quedan encerrados en el mismo estereotipo, tantas veces ilustrado en las viñetas: el narigudo uniformado que se baña en la sangre de los palestinos. Es el concepto de responsabilidad colectiva, tantas veces aplicado a los judíos, adaptado a la actualidad. Al fin y al cabo, el conflicto entre israelíes y palestinos se ha convertido en una racionalización de todos los clichés antisemitas: si antaño los judíos eran ladrones y usureros, hoy roban y usurpan tierra y recursos a los palestinos; si en la Edad Media secuestraban a niños cristianos para beber su sangre, hoy masacran a niños palestinos por puro placer; si hace dos siglos el mundo lo dominaban los Sabios de Sión, hoy es el lobby judío que controla la Casa Blanca. Un upgrade en toda regla.

Gistau escribió, a propósito del boicot que sufrió el programa Españoles por el Mundo en Jerusalén, que el público europeo no acepta al ciudadano israelí fuera del estereotipo. Así, el ciudadano europeo no sabe aún que el israelí es una persona que va al cine, ríe, llora, se divorcia y critica a su Gobierno. Después del Holocausto, recalca Gistau, han seguido teniendo vigencia las preguntas de Shylock.

Antonio Muñoz Molina, que ahora comparte premio con Mario Vargas Llosa o Ernesto Sábato, ha demostrado que no es tan difícil plantar cara a los radicales. El andaluz ha recogido el testigo de intelectuales como Emile Zola –recordemos que la palabra intelectual surge en el caso Dreyfus–, que alzaron su voz ante la sinrazón. Y además ha dejado al descubierto las vergüenzas de sus críticos. Como bien ha dejado dicho, "la mejor manera de ayudar a la causa palestina no es el boicot a Israel":

Elijo estar de esta parte antes que boicotear a un pueblo entero.

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