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Emilio Campmany

Robin Hood en Las Salesas

Suiza, a la que se le niega la entrega de un suizo que según las leyes suizas es un delincuente, tiene motivos para negar a España cualquier información.

Con ocasión de la vista que en la Audiencia Nacional ha habido para resolver acerca de su extradición, El País sale este domingo con un publirreportaje sobre Hervé Falciani, el informático suizo que robó miles de datos del HSBC, el banco en el que estaba empleado. Actualmente, el prófugo colabora con la Fiscalía Anticorrupción española para que la Justicia pueda perseguir a los defraudadores que aparecen en la información por él sustraída. Las autoridades suizas dicen que el tal Falciani intentó venderla y que eso es un delito por el que debería ser extraditado. Sin embargo, la Fiscalía española sostiene que en España la entrega de esos datos a las autoridades no sólo es lícita, sino que es obligatoria y que por lo tanto no puede ser devuelto a su país.

En principio, Falciani no necesita de ninguna campaña de limpieza de su imagen. Aquí pasa por ser una especie de Robin Hood que permitirá al fisco español recaudar unos cuantos millones de euros que de otra manera no recaudaría para poder dedicarlos, como diría Rubalcaba, a combatir la pobreza. Aunque también podrían servir para financiar partidos políticos y sindicatos. Sin embargo, no cabe duda de que sobre el personaje hay un obvio interés periodístico. Aunque luego el diario falla a la hora de dar respuesta a las muchas dudas que el caso suscita.

Por ejemplo, no explica quién ni cómo avisó a la familia Botín de que estaba en la lista Falciani para que regularizara su situación antes de que a algunos de sus miembros los condenaran por delito fiscal. Tampoco explica cuáles eran las intenciones de Falciani al robar los datos y arriesgar la cárcel, pues no hay quien se crea que su objetivo fuera ayudar a las autoridades a perseguir el fraude fiscal en España. La razón que da para aparecer en Líbano es incongruente. Pretende que se fue hasta allí para provocar una alerta de Swissbank. Eso podría haberlo logrado en cualquier otro lugar. Y, en cualquier caso, no explica qué pretendía lograr haciendo saltar esa alarma.

Pero hay una cuestión especialmente curiosa. Por qué los norteamericanos, que andaban detrás del HSBC por blanqueo de capitales y colaboración con cárteles de la droga, aconsejaron al suizo que se viniera a España. Tampoco se explica que los franceses, que fueron los primeros en localizar a Falciani en su territorio, nos lo largaran después a nosotros. El caso es que aquí está y aquí sigue, ayudando a las autoridades españolas a combatir la pobreza.

Son muchas las preguntas a las que la entrevista no da respuesta. No obstante, una cosa sí es segura. Ahora, Suiza, a la que se le niega la entrega de un suizo que según las leyes suizas es un delincuente, tiene motivos más que sobrados para negar a las autoridades españolas cualquier información que éstas pidan sobre cuentas que los españoles tengan allí. Que ese efecto sea o no el deseado es harina de otro costal.

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