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Francisco Cabrillo

La falsa familia de Francois Quesnay

Dijo una vez el Marqués de Mirabeau que, desde el comienzo de la humanidad, ha habido tres descubrimientos que han servido de fundamento a las sociedades políticas. El primero fue el de la escritura, que permite a los hombres transmitir con seguridad sus leyes, su historia y sus descubrimientos. El segundo, la invención del dinero, que es, en su opinión, el vínculo que une a todas las naciones civilizadas. Y el tercero, el descubrimiento del Tableau Economique, gloria del siglo XVIII, cuyos frutos recogerá la posteridad.
 
La afirmación es, desde luego, bastante peregrina. Pero refleja bien la importancia que, en su día (segunda mitad del siglo XVIII) los fisiócratas atribuían a la obra analítica más importante del maestro de su escuela, Francois Quesnay. Con su famoso Tableau, o Cuadro Económico, Quesnay pretendió mostrar de forma clara los principios de la circulación de la riqueza entre los diversos grupos –agricultores, propietarios y artesanos, en su modelo– que integran un sistema económico. Aunque su teoría se resintió siempre de su obsesión por la productividad del sector agrario y de sus críticas a los gastos que se realizaran fuera de este sector, sus ideas sobre el equilibrio económico constituyeron un avance importante en su época; y muchos economistas a lo largo de la historia del pensamiento económico, desde Smith a Leontief, pasando por Marx han reivindicado su figura como la de uno de los padres de esta ciencia.
 
Nada parecía, sin embargo, predisponer a nuestro personaje para hacer descubrimientos en el campo de la economía, ni por su formación ni por su actividad profesional. Quesnay se dedicó a la medicina a lo largo de toda su vida y fue, incluso, durante mucho tiempo, el médico personal de la famosa Madame de Pompadour. Pasó por ello a residir en Versalles, donde gozó del aprecio personal del propio rey de Francia. En la corte mantuvo, además, amplios contactos con los principales intelectuales de la época, siendo nombrado miembro de la Real Academia de Ciencias. Pero los primeros años de su vida estuvieron muy alejados de este ambiente. Y lo estuvieron tanto que sus descendientes –dirigidos por su yerno, según parece– consideraron que había que inventar una biografía adecuada para tan ilustre personaje.
 
Nació Quesnay el año 1694 en Meré y, de acuerdo con la biografía oficial fue hijo de un abogado culto y prestigioso. Seguramente a nuestro economista le habría gustado tal cosa, pero la realidad es que su padre Nicolás Quesnay fue un campesino y tendero con muy poco interés, por cierto, en la educación de sus numerosos hijos. De hecho Francois fue el octavo de trece hermanos; y tan poco se ocuparon de él en sus primeros años que cuando había cumplido los once todavía no sabía ni leer ni escribir. Como el chico era listo, sin embargo, consiguió que alguien, fuera de su familia, le enseñara a leer; y esto le abrió el camino primero hacia el arte de las sangrías y, más tarde, hacia la medicina, con un éxito notable, como hemos visto. En 1716, ya establecido como cirujano, se casó nuestro economista con la hija de un especiero, que tenía su establecimiento en París. Pero, con los años, también la profesión de su suegro cambiaría en la biografía oficial y de especiero pasaría a ser un rico comerciante vecino de París.
 
Y también, en la última etapa de su vida, se consideró conveniente echar al olvido algunos detalles pintorescos de su existencia. Murió Quesnay el año 1774 y cuatro años antes imprimió en Versalles su obra Poligonometría, con la que quiso dar a conocer sus estudios sobre algunos problemas geométricos complejos. Lo malo es que, en esta obra, pretendió demostrar que había descubierto, entre otras cosas, la cuadratura del círculo y la relación entre el lado de un cuadrado y su diagonal. Sus amigos y discípulos estaban aterrados y trataron de evitar la difusión de la obra. Turgot llegó a decir: "será un escándalo descomunal: el entenebrecerse del sol". Y Dupont de Nemours escribió poco tiempo después: "son los entretenimientos de un anciano respetable, que se ha ocupado por primera vez de cuestiones geométricas a los 76 años; así que, si se hallan en su geometría algunos fallos, no hay que sorprenderse mucho".
 
Resulta claro, en resumen, que, para conocer la auténtica vida de los grandes economistas, no conviene hacer demasiado caso ni a los yernos con aires de grandeza ni a los discípulos demasiado comprensivos con sus maestros.

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