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Bétera en Kabul

Las operaciones, con los norteamericanos y el resto de países haciendo las maletas o pensando cómo hacerlas –incluido el contingente español al oeste– huelen a poco disimulada derrota.

A partir de ahora, y durante el año 2012, el Cuartel General de Cuerpo de Despliegue Rápido de la Alianza Atlántica (HQ NRDC SP), con base en la localidad valenciana de Bétera, se desplazará a Kabul para hacerse cargo de la misión ISAF bajo el mando del general Javier Cabeza. El Cuartel, uno de los seis de este tipo que la OTAN tiene en territorio europeo, y que accede a la misión de manera rotatoria, ya fue desplegado en su momento con ocasión del terremoto que asoló parte de Pakistán en el año 2005. A diferencia de entonces, el NRDC de Bétera ha tenido ahora tiempo suficiente para prepararse para un Afganistán en cambio, en el que destacan tres aspectos: la culminación de las transferencias en materia de seguridad al Gobierno afgano; la retirada de los efectivos occidentales a lo largo de este año; y la inestabilidad política que afecta al país.

Respecto a lo primero, el Cuartel de Bétera encuentra un país con la transferencia de la seguridad avanzada. En julio de 2011 comenzó la transferencia de provincias enteras al Gobierno afgano de Karzai. ¿Está preparado éste para hacerse cargo? Pocos afirman que sí. La formación de policías y militares afganos –misión fundamental de ISAF– se resiente por el altísimo analfabetismo y el enorme número de deserciones entre los reclutas, en torno al 30%. La cifra propuesta, 350.000 policías y soldados bien preparados, se antoja algo irreal.

Al tiempo que los afganos tratan de digerir el atracón de responsabilidades, el control español de las operaciones de ISAF coincide evidentemente con la reducción al mínimo del número de soldados americanos: de los aproximadamente 100.000 actuales a una décima parte en diciembre de este año, si Obama no acelera el proceso antes de las elecciones de noviembre. A estos aspectos materiales hay que sumar el hecho de que las operaciones, con los norteamericanos y el resto de países haciendo las maletas o pensando cómo hacerlas –incluido el contingente español al oeste– huelen a poco disimulada derrota.

Frente a fuerzas de seguridad afganas y soldados internacionales, se calcula que el movimiento talibán posee un irregular ejército de entre 5.000 y 8.000 milicianos. El terreno, la permeabilidad de las fronteras, el negocio de la droga, y la perspectiva de un regreso al poder han alimentado la maquinaria islamista en el país cuando se han cumplido diez años del 11S. Junto a ellos, y solapándose en medios y fines, los señores de la guerra se desperezan y aspiran a jugar un papel importante tan pronto como los occidentales abandonen el país.

A la inestabilidad de la actividad talibán y de los señores de la guerra se une la derivada de la debilidad del gobierno de Karzai ante unos y otros. No sólo en relación con el precario equilibrio de fuerzas, sino con la legitimidad de un régimen desgarrado por la división interna, la corrupción y la falta de transparencia. Además, los atentados de los últimos meses contra la minoritaria comunidad chiíta en el país han abierto la puerta de par en par al conflicto, cada vez más cruel, que en otros países musulmanes se libra entre las dos ramas islámicas.

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