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Bush, urbi et orbe

Hay que acabar con quienes patrocinan y dan santuario a los terroristas y prevenir el peligro de que ciertas naciones granujas puedan pasarles armas de destrucción masiva

Al nido de víboras washingtoniano, a sus compatriotas y al mundo entero Bush ha querido servir un banquete de plato único para su segunda toma de posesión: libertad de primero, de segundo y de postre. De aperitivo y de acompañamiento.
 
Empezó a ocuparse del discurso al día siguiente de las elecciones, cosa del todo inusual, y le asignó el tema al jefe de sus redactores a la salida del primer consejo de ministros. Esta pieza oratoria preceptiva no tiene en ningún caso un carácter programático y está siempre orientada a exaltar los valores que unen a los americanos, remontándose a sus orígenes. Las menciones a la libertad nunca están ausentes. Pero un tal énfasis y una tan generalizada aplicación a la política exterior, con eclipse casi total de la interna, no tienen parangón, aunque sí ilustres precedentes. Bush ha parafraseado a Kennedy, emulado a su maestro Reagan y no ha dejado de inspirarse en el fundador de su partido, en similar ocasión, Lincoln, sin alcanzar su altura, pero las mayores afinidades ideológicas se encuentran en el idealismo wilsoniano y su creador.
 
Ya en su primera inauguración aparece el motivo de la libertad, pero el tono general, en política exterior, es decididamente realista: intereses nacionales ante todo y no meterse en los problemas de los demás. Frente al maratón medio oriental de Clinton es sus últimos días, dejar que israelíes y palestinos se apañen la vida solos. Mucho cuidado con la nation building, con la política a lo madre Teresa.
 
El 11-S lo cambió todo de la noche a la mañana. Hay que acabar con quienes patrocinan y dan santuario a los terroristas y prevenir el peligro de que ciertas naciones granujas puedan pasarles armas de destrucción masiva. Hay que atajar el mal de raíz, forzando la democratización del Oriente Medio, pues son las frustraciones que provienen del despotismo, corrupción y estancamiento de los regímenes dictatoriales las que proporcionan el caldo de cultivo del terrorismo.
 
¿Y ahora qué? Sólo una mención indirecta a Irak, en el contexto de la lucha por la libertad, mientras que terror y terrorismo ni se nombran, frente a 49 veces freedom, free y liberty. Lo que ahora Bush ha querido trasmitirnos es la clave de su pensamiento internacional, lo que anima toda su política: la promoción de la libertad, la misión americana por excelencia.
 
La destrucción de tiranías como las de los talibán y la sadamista, así como sus grandes planes para la transformación política del gran Oriente Medio habían sido impulsados por la búsqueda de la seguridad. Con su discurso del 20 de Enero Bush eleva la mira y apunta más lejos, por encima de preocupaciones inmediatas. Hay un misión histórica que proseguir y una generalización de la fuente de los peligros. Ahora las dictaduras árabes pero en el futuro cualquier otra tiranía. Aquí está el verdadero enemigo. No es ya el terror, que en realidad no es más que una táctica o modo operacional, ni el yihadismo, que es quien lo utiliza a mayor escala, sino el opuesto de la libertad, la tiranía.
 
Como objetivo es algo demasiado genérico, abstracto, grandioso. Pero esto es lo que hay. Bush es un carácter simple -otros dirían simplista- y obstinado. Le gusta decir de sí mismo que es un tipo que llama al pan pan y al vino vino. Y a menudo, en su primer mandato invocó la coherencia moral. Este discurso, y el gran objetivo al que apunta, es el fruto de la misma. Tanta coherencia puede matar, pero al presidente le gusta jugar con las cartas destapadas. Se puede pensar que es utópico e irrealizable pero ver en ello pura oquedad retórica o cinismo e hipocresía es no querer enterarse.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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