Menú
GEES

Guerra ambigua

¿Incluirán esos medios autorizados el derrocamiento de Gadafi, que parece ser el único suficiente? No lo dice, pero tampoco lo prohíbe, como sí lo hace respecto a las fuerzas de ocupación.

La guerra –todas y cualquiera– no es unas pascuas, sino, como el general Sheridan dijo, el infierno. Con todo, las hay que suscitan entusiasmo o aborrecimiento. A unos les parecen redentoramente justas y a otros abominablemente injustas. En todo caso se ven o viven con pasión. No así lo que tenemos entre manos en Libia. Es una guerra llena de ambigüedades, acosada por dudas, que dejan a la mayor parte sin saber a ciencia cierta a qué carta quedarse. Puestos a demandar claridad, le pedimos más de lo que una guerra puede dar. La chapuza es inherente a la guerra. El tema de la incompetencia militar es clásico en la literatura de estudio y análisis bélico. Los ejercicios de preparación durante la paz nunca pueden ser suficientemente realistas y oficiales, y los soldados cometen innumerables errores porque trabajan en condiciones extremas, frente a un enemigo que no sólo no coopera sino que actúa con muy malas intenciones. Pero en esta ocasión los fallos se encuentran en el terreno de los responsables políticos, en el proceso de toma de decisiones, no en la ejecución, que está resultando hasta ahora, crucemos los dedos, impecable.

La potencia militar indispensable se retrae durante semanas y de repente se lanza a una empresa bélica que prescinde de lo que durante ese tiempo anterior proclamó como principal objetivo, condición necesaria para cualquier arreglo de la situación: la marcha de Gadafi. A pesar de su indispensabilidad técnica, todas sus declaraciones públicas comienzan obsesiva y grotescamente proclamando su anhelo de hacer cuanto antes mutis por el foro, de hacerse a toda velocidad invisible. De ahí las prisas por transferir el mando a OTAN, como si en OTAN se pudiera hacer algo sin los americanos y como si la organización no funcionase por consenso. Alemania y Turquía no lo querían y, más discretamente, los países de Europa Oriental tampoco, pero llegados a este punto en que hay que extender un manto atlántico sobre la Casa Blanca de Obama, nadie se atreve a negar, todos consienten, aunque luego no arrimen un dedo.

Cada caso es un poema. Merkel, tras abstenerse en la ONU, rompiendo la deseada unidad europea, dice que eso no significa en absoluto que se oponga, si bien a continuación retira todos sus barcos del Mediterráneo para que no haya dudas ni tentaciones. En su caso parece claro que el motivo es electoral. Lo tiene feo en las próximas consultas y aunque no sea lo propio para ella, quiere emular un poquito la hazaña de Schröder, que consiguió un improbable segundo mandato cultivando los prejuicios pacifistas de los alemanes, deslegitimando con su voto negativo en el Consejo de Seguridad el esfuerzo de Bush por acabar con Sadam (la carambola fue de Schröder a Chirac, de éste a Putin y finalmente a Pekín. El papel del alemán fue decisivo. Sin él todo hubiera sido distinto).

A Italia, cuyo aprovisionamiento energético depende en un tercio de la vecina Libia, respecto a la que tiene un pasado colonial que olvidar, no le llega la camisa al cuerpo. No se atreve a oponerse, pero tampoco pone sus armas sobre la mesa, pero sí sus bases, que no es poco. Rusia y China, más que recelosas de lo que está sucediendo en el mundo árabe y decididamente hostiles a toda idea de injerencia humanitaria, se daban como obstáculo insuperable en el Consejo de Seguridad, lo que servía de justificación para la pasividad de Obama, adorador de la sacrosanta autoridad mundial de la ONU. Pero de repente resulta que los dos grandes se abstienen sobre una resolución que autoriza nada menos que la utilización de "todos los medios necesarios" para proteger a la población civil, excepto la ocupación. Expresamente aprueba el establecimiento de una zona de exclusión aérea, como si no estuviese comprendida en "todos los medios necesarios", aunque se le olvida añadir que en ningún caso podría ser suficiente. ¿Incluirán esos medios autorizados el derrocamiento de Gadafi, que parece ser el único suficiente? No lo dice, pero tampoco lo prohíbe, como sí lo hace respecto a las fuerzas de ocupación, sin tampoco aclarar si considera como tales aquellas fuerzas que entren y se marchen sin ejercer funciones de ocupación. Habrá que pensar que todo lo que no se prohíbe está permitido. Pero nadie que se opongo al todo o a la parte dejará de valerse de esas ambigüedades para entorpecer la misión. Y los que la llevan a cabo estarán asediados por la duda.

En Internacional

    0
    comentarios