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¿Pueden entenderse Hamas y Al Fatah?

La esperanza de algunos occidentales en que Hamas acabe aceptando fórmulas posibilistas suena a música celestial y es una irresponsable actitud política que da alas a los extremistas.

La muerte violenta de cinco personas el 31 de mayo en la localidad cisjordana de Kalkilia –tres agentes de la policía de la Autoridad Nacional Palestina de Mahmud Abbas, dos terroristas de Hamas y el dueño de un inmueble donde estos dos se habían hecho fuertes– se produce en momentos en los que las negociaciones entre los islamistas y las autoridades palestinas han superado su enésima ronda sin resultados visibles.

El mediador, los servicios de inteligencia egipcios liderados por el general Omar Suleiman que ponen su sede en El Cairo como escenario, se han fijado el 7 de julio como fecha tope para lograr un acuerdo, pero no parece que sucesos como los de Kalkilia, y otros aunque menos visibles también provocan muertes, puedan ayudar a lograrlo. Treinta diputados islamistas del Parlamento palestino están encarcelados en Israel; la fórmula de los dos Estados parece estar bajo mínimos; Barack H. Obama intenta contentar a palestinos e israelíes, presionando retóricamente más a estos últimos que sus predecesores aunque también acaba de renovar las sanciones a Siria heredadas de la Administración Bush; en Líbano, Hizbollah sigue su ascenso imparable ante las elecciones legislativas del 7 de junio, e Irán se acerca a la recta final de las elecciones presidenciales del 12 de junio.

En este caos tan propio de Oriente Medio con contradicciones y golpes de efecto, muy pocos creen que este pueda ser el mejor momento para que Hamas y Al Fatah lleguen a un acuerdo, aunque sea de mínimos, ni tampoco para vislumbrar como se quiere unas elecciones palestinas para enero de 2010. Lo que ocurre es que Egipto está de nuevo obligado a intentarlo, no sólo porque sufre como nadie la dirección islamista de la franja de Gaza –hacia donde una célula del Hizbollah libanés desarticulada hace semanas dirigía armas desde suelo egipcio, parte de ellas pasadas por túneles que Israel bombardeaba de nuevo el 2 de mayo– y porque la presión del resto del mundo árabe le lleva por ese camino, sino también porque desde Washington probablemente también se le anime a ello. El discurso de Obama dirigido al mundo islámico del 4 de junio se lanza desde El Cairo, y en su obsesión por moderar a los radicales un acuerdo intrapalestino podría parecer ideal.

El 16 de mayo Al Fatah y Hamas habían vuelto a la mesa de negociaciones en la ya quinta ronda de diálogo, tres días antes de que se constituyera el nuevo Gobierno palestino del primer ministro Salam Fayad que integra a ministros de Al Fatah, del Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP), del Frente Popular de Liberación (FPL) e independientes, pero que evidentemente no es el Gobierno de unidad nacional que algunos esperaban.

 Si ello está lejano, más lo está aún la reforma de las fuerzas de seguridad de la ANP y la disolución de la Seguridad Nacional de Hamas: mientras Hamas se aferra a la franja de Gaza, sufre importantes detenciones en Cisjordania y las fuerzas de seguridad de la ANP reciben apoyo y formación occidental –en Jordania– e interactúan en ocasiones con los servicios de seguridad israelíes. Puro pragmatismo pues, pero con un telón de fondo que hay que subrayar: Hamas y Al Fatah tienen formas distintas de ver el mundo, y la maquinaria ideológica de Hamas modela día a día a individuos que jamás aceptarán como posibilidad la existencia de Israel ni la convivencia con los judíos. Siendo esto así, la esperanza de algunos occidentales en que Hamas acabe aceptando fórmulas posibilistas –alimentada por medidas islamistas tácticas como el alto el fuego en sus ataques contra Israel que viene manteniendo desde hace semanas– suena a música celestial y es una irresponsable actitud política que da alas a los extremistas y que no hace sino retrasar una solución a un conflicto que muchos ven como irresoluble.

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