Otros perdieron imperios coloniales donde no se ponía el sol, pero estaban dispersos por varios continentes. Rusia como en tiempo de los zares y de los soviets sigue abarcando once usos horarios y la mayor masa territorial contigua dentro de unas mismas fronteras. Y ese inmenso patrimonio geográfico empezó a formarse en el momento mismo del nacimiento de Rusia, tras la separación de Moscovia de la Horda de Oro, y continuó creciendo hasta la retirada de Afganistán en tiempos de Gorbachov. El imperio ha sido de tal manera consustancial a Rusia que la disolución del estado soviético supuso para los rusos una crisis de identidad.
Qué es Rusia, qué es ser ruso son preguntas que han dado lugar a un vivo debate a lo largo de los 90. Pensando en términos históricos nada tiene de extraño la tentación de preservar alguna forma superioridad y privilegio sobre los países circundantes, el extranjero próximo, en su vocabulario, lo que en tiempos menos igualitarios era una “esfera de influencia”. ¿Qué hubiera podido suceder en estos últimos años si la economía hubiera sido próspera, la demografía pujante y las fuerzas armadas poderosas? Pero nada de eso ha sucedido y no queda más consuelo que el de lamentarse. Y Putin lo ha hecho en voz bien alta en vísperas inmediatas de lo que pretende que sea un gran acontecimiento internacional que apuntale su prestigio interno, un tanto zarandeado últimamente: La celebración en Moscú del 60 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial.
Como portada a los solemnes fastos Putin ha proclamado que el hundimiento de la Unión Soviética ha sido “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Un mayúsculo acontecimiento geopolítico sí que ha sido, pero declararlo catastrófico es como mínimo sorprendente para casi todo el mundo y francamente inquietante para los que gracias a ese desplome se sintieron liberados de un yugo secular. ¿Qué pasaría si Schröder dijera que la derrota del III Reich había sido ... etc etc? La reacción de dos miembros de la cámara de representantes norteamericana, uno de cada partido, ha sido introducir una propuesta de ley que insta al presidente a cerrarle las puertas a Rusia al G-8, más bien G-7+1 por deferencia hacia Rusia, que de ninguna forma cuenta con la potencia económica como para pertenecer de pleno derecho a tan selecto club.