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George Will

Escuelas sin nombre

Nada de maquillaje, nada de joyería, nada de aparatos electrónicos. Los 200 alumnos del centro apenas tienen 20 minutos para comer y pasan todo el día con el mismo profesor en la misma clase.

Sentado en un solitario pupitre situado en un pasillo fuera de un aula, un chico delgado de 13 años y sonrisa como una puesta de sol estudia álgebra lineal anticipadamente ayudado por una profesora particular de su misma edad. Ambos visten el uniforme (polo blanco, pantalones sin pinzas color caqui) de un centro que aún no ha admitido al chico. Lo admitirá, porque él se niega a irse.

Hijo de inmigrantes indios de México, el muchacho, decidido a ser médico, oyó hablar de la Escuela Pública Concertada Indio Americana de aquí y empezó a asistir a ella. Ben Chavis, el benevolente dictador de la AIPCS, le dijo que aunque estaba sacando buenas notas no estaba a la altura de los requisitos del colegio, adornado con fotografías de los muchos estudiantes que ha enviado al Centro Johns Hopkins de Jóvenes Superdotados. De forma que el muchacho preguntó, ¿qué tengo que hacer?

Decir a los jóvenes lo que tienen que hacer, a eso se dedica Chavis. Con su pelo cortado al estilo casco y una barba corta salteada de canas, se parece un poco a Lenin, aunque es menos democrático. Indio Lumbee procedente de Carolina del Norte, tomó el buen camino, se doctoró en la Universidad de Arizona, se hizo rico en el mercado inmobiliario ("quise volver a adquirir América y alquilársela a los blancos") y decidió arreglar el mundo, empezando por la escuela.

Fundado en 1996, este centro se convertiría rápidamente en el laboratorio de los multiculturalistas, un lugar en el que se toleraba todo y se aprendía poco. Chavis llegó en 2000 para invertir esa situación. Los centros concertados no están sindicados al sistema público, de manera que pudo hacer una limpieza que incluyó a todos los miembros de la plantilla menos uno.

En su libro Sweating the Small Stuff: Inner-City Schools and the New Paternalism [Sudar poco: escuelas de barrios deprimidos y el nuevo paternalismo], David Whitman cuenta que entre 2003 y 2006 en Chicago apenas tres de cada 1000 profesores obtuvieron una evaluación de "insatisfactorio" en las evaluaciones anuales; de 87 "centros escolares con suspensos" (notas por debajo de la media y en caída libre) en 69 no había ningún profesor evaluado como insatisfactorio; en todas las escuelas de Chicago, nueve profesores obtuvieron esta calificación, aunque ninguno de ellos fue despedido. Los profesores de Chavis vienen de lugares como Harvard, Dartmouth, Oberlin, Columbia, Berkeley, Brown y Wesleyan.

La Escuela Pública Concertada Indio Americana es uno de los centros altamente reputados que estudió Whitman. En él, "las habilidades no cognitivas" (comportamientos responsables como la autodisciplina o el trabajo cooperativo en equipo) forman parte del capital cultural impartido por el plan de estudios. Muchos centros de zonas marginales presentan un notorio caos de disciplina. La Escuela Pública Concertada Indio Americana, el centro de educación secundaria con mejores notas de Oakland, hace hincapié en la obligación, no en la autoexpresión. Chavis, "administrador emérito" hoy, se muestra inflexible: "Todo el mundo dice que debemos ‘preservar nuestra cultura.’ Buena parte de esa cultura debería ser erradicada".

Un visitante señala que los alumnos no se percatan de las visitas. Se enseña a los estudiantes a sentarse correctamente –sin desviarse– y a mantener la vista puesta en el profesor. Nada de maquillaje, nada de joyería, nada de aparatos electrónicos. Los 200 alumnos del centro apenas tienen 20 minutos para comer y pasan todo el día con el mismo profesor en la misma clase. Rotar consumiría al menos 10 minutos siete veces al día. Setenta minutos al día en el año escolar extra largo de 196 días equivaldría a un montón de lecciones perdidas. El centro no cierra el 12 de octubre ni el día de Martin Luther King. Tampoco el día de César Chávez.

Cada estudiante asiste a cuatro clases pre-AP (ubicación avanzada). Hay tres semanas de matemáticas durante el verano y tres horas de deberes cada noche. Los alumnos de séptimo curso realizan el examen de acceso a la universidad. El paso a la educación superior se da por sentado. El paternalismo es la restricción de la libertad por el bien de la persona cuyas opciones se restringen. El centro actúa in loco parentis porque Chavis, que se muestra frío hacia la implicación de los padres, desea una cultura escolar en evolución que combata la cultura de pobreza y de la calle.

Él y otros practicantes del nuevo paternalismo (hace mucho tiempo la escolarización se interpretaba como paternalismo permisible, democrático por obligación) están demostrando que los pesimistas culturales se equivocan: sabemos cómo terminar con la distancia académica que con frecuencia separa a las minorías de los blancos desde antes del parvulario y que se amplía a lo largo del ciclo intermedio. Un grupo creciente de personas poseedoras de habilidades pedagógicas hace florecer este tipo de centros "sin excusas".

Desafortunadamente, poderosas formaciones se oponen ferozmente a esto. Entre ellas se encuentran los centros educativos de progresismo romántico que sostienen que los profesores deben ser simples "catalizadores" de la enseñanza colectiva y que la autoestima es un prerrequisito del logro académico, no una consecuencia del mismo. Otros detractores son los sindicatos de profesores y su perrito faldero, el Partido Demócrata. Los progresistas de hoy prefieren el paternalismo de "no se pueden comer grasas saturadas", de "tienes que proporcionar cobertura médica a todo el mundo menos a los niños". ¡Qué extraño!

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