Menú

Ser o considerarse cristiano

Marcello Pera ha sido presidente del Senado italiano. Con su porte augusto, lo cual implica una gran sencillez y una total ausencia de pompa, podría haberlo sido del Senado romano en la no tan lejana Antigüedad. Se suman en él la discreción y una aplastante sabiduría. Aunque es un enorme placer escucharlo siempre, alcanza sus mejores momentos en el diálogo con el público, un público empeñado siempre en hacerle hablar de su fe. "¿Es usted creyente?", es la pregunta que se repite una y otra vez, sin que se obtenga una respuesta precisa: "Ésa es una cuestión muy íntima y no tiene la menor importancia en el contexto de lo que estamos hablando".

Este hombre extraordinario, que distingue con su amistad al papa Benedicto XVI, prologuista del libro del que aquí se trata, lleva muchos años de debates inteligentes. Asistí a su exposición en Valencia, el pasado año, en una reunión en torno de la idea y la realidad de Europa. El azar de los encuentros hizo que termináramos cenando juntos en un extremo de una larga mesa de grupo y los dos compartiéramos la compañía de esa extraordinaria y aparentemente leve mujer que firma sus libros con el nombre de Bat Ye'or, la creadora del espeluznante término Eurabia, que después popularizó Oriana Fallaci, y cuya obra importantísima sigue sin editor en español. Pera empezó a hablar como para sí mismo, en tono bajo, pero mirándonos a ambos alternativamente a los ojos. El tema, que había surgido de camino al restaurante, era Pío XII, o quizás, para ser más exactos, Eugenio Pacelli, el hombre detrás del pontífice. Fue una defensa perfecta del personaje, acompañada por una lista detallada de sus errores políticos y de sus desastres ideológicos frente a Alemania. Pocas veces en mi vida, que dista mucho de ser corta, aprendí tanto en tan poco tiempo.

Volví a verle y escucharle en la presentación de Por qué debemos considerarnos cristianos. Un alegato liberal, en el CEU y con una excelente intervención de José María Aznar. No fue una cómoda conferencia. Pera habló sin papeles y con un traductor que iba interviniendo párrafo a párrafo, pero de alguna misteriosa manera se logró una coherencia absoluta, sin distracciones y, sobre todo, lo que es raro, sin cortes en el discurso. Pensé más de una vez, a lo largo de aquellos minutos, en la desafortunada frase de nuestra ex ministra de Exteriores Ana Palacio, cuando dijo aquello de: "Europa no es un club cristiano": espero que los acontecimientos recientes de Gaza en torno de la flotilla turca y el realineamiento de Turquía con Irán la hayan hecho meditar sobre aquella afirmación. Justamente, lo que Pera explica en su libro es que, o Europa y Occidente en su conjunto asumen su condición cristiana, o vamos al desastre.

No sostiene Marcello Pera que haya que creer. No plantea el problema de la fe. Tampoco hace un alegato antiislámico, que no hace falta si hay oídos atentos a la cuestión de la identidad. Simplemente, aunque no con simpleza, explica que nuestra supervivencia depende de nuestra identidad, necesariamente judeocristiana. El título de esta obra, Por qué debemos considerarnos cristianos, parafrasea otro de Benedetto Croce, de 1942: Por qué no podemos no considerarnos "cristianos". ¿Y quiénes debemos o no podemos no considerarnos cristianos? Los liberales. En el sentido estrictamente crociano del término: "El liberalismo no es, para Croce, un movimiento social, económico y político, una doctrina, una filosofía, un sistema de pensamiento, un programa, un partido, aunque algunos lo formen –escribe Pera–. Es una 'concepción total del mundo y de la realidad', una 'concepción metapolítica'. Lo que caracteriza a esta concepción es la libertad, en singular, que es 'idea', no las libertades jurídico-políticas, en plural, que son únicamente ordenamientos particulares y 'transeúntes instituidos'".

Se me dirá que éste es un viejo asunto si ya Croce lo había tratado y Pera se ve obligado a hacer un recorrido por casi toda la filosofía europea y americana, con especial hincapié en Pascal –la "apuesta" de "vivir como si Dios existiera"– y en Kant –"Es moralmente necesario admitir la existencia de Dios"–. Y Croce escribe en pleno fascismo y su ensayo, dice Pera, "se inserta en la literatura de la crisis de la civilización europea que ve, en el período que concluye después de las dos 'guerras de religión', el primero y el segundo conflicto mundial, la caída de Europa, del liberalismo y del cristianismo a los infiernos".

Una crisis, la de la civilización europea –o, más en general, occidental– que está absolutamente viva. Que, si se quiere, se ha radicalizado en los años de la Guerra Fría y los que la sucedieron, con la reaparición de Islam en el horizonte y el terrorismo como nueva forma de guerra –ya no sé si la tercera o la cuarta mundial, pero, eso sí, todas de religión–. Cristianismo contra paganismo nazi, comunismo soviético materialista, Islam, etc., etc.

La respuesta, pese a Nietsche, radica en ser uno mismo. En no malversar el destino, como decía Martin Buber. Para lo cual es necesario poner límites. Valerse de la libertad para la elección, lo que equivale a decir para la renuncia. ¿Qué límites? Los del cristianismo (que son también los del judaísmo: por eso lo históricamente lógico es que Israel forme parte de Europa –ya forma parte, aunque nadie lo reconozca–, y no Turquía).

¿El cristianismo como fe? No necesariamente: como tradición, como fundamento de la conducta. Yo, liberal agnóstico, hace mucho que vivo "como si Dios existiera". El Dios judeocristiano, personaje cambiante a lo largo de la Escritura, pero muy claro en sus mandamientos. Pero no sólo de acuerdos consigo mismo vive el hombre. Necesita de lo mítico y de lo místico. Del escenario y de la ceremonia.

Quiero cerrar esta brevísima reseña con una extensa cita de Marcello Pera: "Vivimos en regímenes liberales, y el liberalismo (...) está en la base de las constituciones nacionales y cartas internacionales de los derechos de las que estamos más orgullosos. Ahora bien, precisamente la idea actual de que el liberalismo sea sólo un marco político y procedimental neutro e independiente de toda doctrina sobre el bien, en particular religiosa, no ofrece ninguna fundamentación o justificación segura de esos derechos y los deja únicamente a merced de la fuerza, incluida la fuerza del derecho positivo creado por los parlamentos. Los grandes Padres del liberalismo clásico –desde Locke a Kant y desde los Padres fundadores de América a Tocqueville– tenían claro este problema. Sabían que sin un sentimiento religioso, ninguna sociedad, sobre todo la sociedad liberal de hombres libres e iguales, puede mostrarse estable o cohesionada, puede desarrollar un sentido de identidad y de solidaridad. (...) Y sabían y escribían que el cristianismo –con esa idea suya del hombre creado a imagen y semejanza del Dios que se hizo hombre para sufrir con ellos– es la religión que ha introducido el valor de la dignidad personal, sin el cual no hay libertad, ni igualdad, ni solidaridad, ni justicia. También ellos eran liberales y laicos, pero eran liberales y laicos cristianos".

Marcello Pera, Por qué debemos considerarnos cristianos, Encuentro, Madrid, 2010, 229 páginas.

0
comentarios
Acceda a los 5 comentarios guardados