Menú
CINE: "LA SENTENCIA", DE NORMAN JEWISON

Un thriller morbo-clerical

Esta semana nos llegan algunos estrenos memorables, como Los increíbles (no se la pierdan) o la deliciosa 2046 (para los cinéfilos más esteticistas). Pero entre tanta joyita no faltan sorpresas desagradables como la que aquí presentamos, un insulto para cualquier católico medianamente sensato.

Esta semana nos llegan algunos estrenos memorables, como Los increíbles (no se la pierdan) o la deliciosa 2046 (para los cinéfilos más esteticistas). Pero entre tanta joyita no faltan sorpresas desagradables como la que aquí presentamos, un insulto para cualquier católico medianamente sensato.
Fotograma de la película La Sentencia
¿Recuerdan ustedes Amén, de Costa Gavras, en la que se falseaba la historia para decir que la Iglesia había sido connivente con el Reich en el exterminio de judíos? Pues no se pierdan La sentencia, de Norman Jewison (Jesucristo Superstar, El violinista en el tejado, Agnes de Dios,…). Ahora la trama es la que sigue: a principios de los noventa, un grupo de clérigos tradicionalistas franceses, agrupados bajo el nombre de "Caballeros de Santa María", se dedican a proteger a franceses pronazis, acusados de asesinar judíos durante el Gobierno de Vichy. Concretamente ocultan de la justicia a Pierre Brossard (Michel Caine), colaboracionista de los nazis, condenado a muerte al finalizar la guerra y que logró huir gracias al apoyo que le brindó la Iglesia católica. Abades, cardenales de la curia, el Obispo de Lyon, priores y clérigos de diverso pelaje conforman ese conglomerado de ultraderechistas obstructores de la justicia.
 
Pierre Brossard aparece como un fanático religioso, obsesionado por la culpa, devoto de San Cristóbal, y sin el más remoto atisbo de sincero propósito de la enmienda. Los clérigos protectores, especialmente los dos obispos que aparecen en el film, se muestran como egoístas que quieren hacer mutis por el foro una vez que su protegido se les ha vuelto molesto. Y se mueven al nivel de la pura política. Y, en fin, los numerosos monjes que desfilan por las abadías y prioratos de la película, dan una imagen siniestra e incomprensible de la vida contemplativa, rodeados como están siempre de cristos sombríos e imágenes inquietantes.
 
El Padre Carras, uno de los personajes de Bloody MalloryLa película es tan absurda –y tan patética– que si pretende hacer una trama policiaca-eclesial, tipo el lamentable Código Da Vinci, se ha quedado muy, pero que muy lejos. De todas formas, ¿por qué esta película? ¿Qué está pasando? Jewison, de casi ochenta años, es uno de los cineastas canadienses más admirados en su país y fundó el Instituto Canadiense de Cine. Además recibió el prestigioso premio Irving G. Thalberg en los Oscars de 1999. Vive en Ontario y regenta una granja donde produce excelente miel. Pero es que el guionista tampoco es moco de pavo; se trata del gran Ronald Harwood, adaptador al cine de originales tan interesantes como El pianista de Wladyslaw Szpilman o Conociendo a Julia de Somerset Maugham. Lo de Michael Caine no sorprende, ya que le hemos visto últimamente en tremendos "papelones" como en Las normas de la casa de la sidra o El secreto de los McCain. Lo que parece claro es que los productores están convencidos de que el morbo clerical es un nuevo género que ofrece pingües beneficios. Para ellos no es un tema ideológico –algunos van a misa– sino casposamente pecuniario. Parece que las sotanas y los solideos se prestan a un fascinante imaginario fantaterrorífico. Pues nada, oiga, caña al mono. Dicen que Tom Hanks va a protagonizar la versión fílmica del Código da Vinci. Pero tranquilos, yo he llegado a ver una película española en la que Juan Pablo II, ayudado por el Opus, luchaba contra los Vampiros. Se llamaba Bloody Mallory. Mejor reír que llorar. O llorar de risa.
0
comentarios