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Ignacio Cosidó

Gobierno efímero

La sustitución de Pedro Solbes por Elena Salgado, de un perfil más burocrático que político, refuerza la autoridad y el protagonismo del presidente para hacer frente a la crisis. Zapatero parece decidido a llevarnos al abismo sin que nadie a su alrededor

Lo primero que llama la atención del cambio de Gobierno realizado esta semana es la precipitación con la que Zapatero ha abordado esta crisis. Más allá de las filtraciones, lo que demuestra cierto descontrol en el entorno de La Moncloa, y de que la crisis haya pillado al presidente fuera de España, ensombreciendo de hecho el impacto mediático de su anhelado encuentro con Obama, la crisis desmiente la intención declarada por Zapatero de no acometer los cambios hasta después de la presidencia europea. Ese calendario tenía sentido. El objetivo era que el nuevo Gobierno pudiera protagonizar el inicio de la recuperación económica, mientras el actual terminara de exorcizar la responsabilidad de la recesión. Algo, sin embargo, ha fallado. Parece que el equipo actual, en particular Solbes, no aguantaba más y eso se hacía cada día más patente. La precipitada salida del número dos del Departamento, David Vergara, apunta también en esa dirección. Por otro lado, la sensación de pasividad e impotencia del Gobierno ante la recesión había alcanzado tal extremo que un recambio parecía inevitable. Mi previsión es que estamos ante un Gobierno efímero al que la dimensión y la velocidad de la actual crisis económica se lo va a llevar por delante más pronto que tarde. Entramos por tanto en una fase de inestabilidad dentro del propio Gobierno que en nada favorece la recuperación.

Una segunda característica es que estamos ante una remodelación del Gobierno a la defensiva. Zapatero se ha enrocado entre los más fieles de su propio partido para hacer frente a las crecientes dificultades económicas y la adversidad política que le rodea. Es una estrategia equivocada. España necesitaría hoy un gobierno con la más amplia base social posible y menos partidista. Hubiera sido el momento de poder incorporar personas con la máxima credibilidad para los sectores económicos y con un prestigio social indiscutible para ayudar a sacar al país del atolladero donde lo ha metido el propio Zapatero. Pero el presidente ha elegido el camino contrario, en el nuevo Gobierno no habrá ya nadie que pueda discutirle a Zapatero la más disparatada de sus futuras ocurrencias. Una vez más se confirma el principio de que todo es susceptible de empeorar.

Zapatero ha perdido también una buena oportunidad para dar un ejemplo de austeridad y reducir sustancialmente el tamaño del Gobierno. Por el contrario, la respuesta a la crisis económica ha sido crear a una tercera vicepresidencia en la que colocar a un barón territorial caído en desgracia en su propia comunidad autónoma. No es sólo una cuestión de ahorro de gasto, que siempre es importante, es sobre todo la necesidad de un gesto de austeridad, una forma de legitimarse para poder después pedir a otros sacrificios que lamentablemente serán necesarios para poder salir de esta crisis. Hay ministerios, como el de Igualdad, que en el mejor de los casos son lujos que no podemos permitirnos, otros, como Innovación, han quedado prácticamente vacíos de competencias tras la remodelación y algunos, como Vivienda o Cultura, podrían ser integrados sin problemas en otros departamentos. En todo caso, la crisis actual exige un Gobierno más reducido, más barato y más eficiente.

Por último, Rodríguez Zapatero parece querer esconder su fracaso como presidente del Gobierno con sus éxitos como futuro ministro de Deportes. El cambio hubiera sido positivo si su aceptación de las competencias deportivas hubiera venido acompañada de su renuncia al resto de competencias como presidente del Ejecutivo. Más bien parece lo contrario. La sustitución de Pedro Solbes por Elena Salgado, de un perfil más burocrático que político, refuerza la autoridad y el protagonismo del presidente para hacer frente a la crisis. Zapatero parece decidido a llevarnos al abismo sin que nadie a su alrededor pueda estorbarle en la tarea.

Un cambio de Gobierno a un año de haber obtenido un triunfo electoral es siempre el reconocimiento de un fracaso. En este caso, no sólo se ha puesto de manifiesto un error garrafal en el diagnóstico de la situación, ni sólo se reconoce la equivocación en la elección de las personas que debían tripular el barco en la nueva andadura, sino que incluso se han puesto de manifiesto problemas en la propia estructura del barco que trata de reparar ahora en plena tormenta. La crisis de Gobierno era uno de los últimos cartuchos que le quedaban a Zapatero para reaccionar ante la actual crisis. El problema es que lo ha disparado en el momento inoportuno y en la dirección equivocada.

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