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Jeff Jacoby

¿Es un "derecho" la sanidad?

¿Que la sanidad es demasiado importante para dejarla en manos del mercado? No, es demasiado importante como para no hacerlo.

Durante el reciente funeral del senador Edward Kennedy en el Templo de la Misión en Boston, su nieto de 12 años dirigía una plegaria:

"Por lo que mi abuelo llamó la causa de su vida", dijo Max Allen, "que todos los estadounidenses tengan una decente atención sanitaria de calidad como derecho fundamental y no como privilegio, roguemos al Señor".

Las opiniones en torno a si el funeral fue el lugar adecuado para importunar al Todopoderoso con la sanidad universal difieren. Pero que Él es la fuente de los derechos fundamentales es en la práctica un pilar de la fe de América. La Declaración de Independencia considera una verdad evidente que los seres humanos "están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables", derechos que incluyen la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. La sanidad no está en esa lista. ¿Habría de estarlo?

Muchas cosas dependen de la respuesta que se dé a esa pregunta, dado que la siguiente oración de la Declaración contempla que la finalidad del gobierno es proteger a los ciudadanos contra violación de esos derechos. Si el acceso a la sanidad se considera un derecho fundamental, entonces el gobierno debe estar obligado a garantizar ese acceso a todos los ciudadanos. Los tratamientos médicos tendrían que facilitarse de manera equitativa a cualquiera que los solicitara, con independencia de la edad o el estado de salud o sus medios económicos.

Ted Kennedy no fue el único que lo decía.

Cuando durante uno de los debates presidenciales en 2008 Barack Obama era preguntado si la sanidad es un derecho, un privilegio o una responsabilidad, él respondía en seguida: "Creo que debería ser un derecho de todos los estadounidenses". La Plataforma Nacional Demócrata 2008 manifiesta que "la sanidad asequible es un derecho básico". Cuando el Harvard Community Health Plan encargó un estudio sobre la materia hace unos años, el 90 por ciento de los encuestados decía que todo el mundo tenía derecho a "la mejor sanidad posible, igual de buena que la de un millonario".

No es difícil de entender la pasión con la que tantas personas enfocan la cuestión de la sanidad. Y tampoco que haría falta un corazón muy frío para ser indiferentes a la desesperación de aquellos que necesitan ayuda médica, pero que no pueden permitírsela. Sin embargo, los derechos no surgen de la pasión ni de la necesidad. Querer algo no da derecho a ello, no, al menos, si es otro quien debe pagar o producir ese algo. Los derechos expresados en la Declaración de Independencia y la Constitución son exclusivamente derechos negativos: los que protegen nuestra autonomía, nos permiten llevar una vida pacífica y buscar la felicidad, sin coaccionar a nadie ni ser coaccionado por nadie.

Mi derecho a la libertad de expresión o a la propiedad no me da derecho a reclamarle a nadie más tiempo, más mano de obra o más recursos. Pero si tengo un "derecho" a la sanidad, alguien más tiene que estar obligado a proporcionarme o pagarme esa atención. La obligación se presenta en diferentes formas: subida de impuestos, salarios menores, seguro obligatorio, racionamiento de la sanidad, regulaciones abusivas... pero la idea central sigue siendo la misma: el derecho universal a la sanidad hace que la sociedad sea menos libre.

Proclamar que la sanidad es un derecho humano fundamental y no un simple producto a dejar en manos de los caprichos del mercado puede sonar noble. Por supuesto, lo mismo podría decirse acerca de la comida o de la ropa –también esencial para el bienestar humano– pero ni siquiera Ted Kennedy habría sugerido que Washington debería nacionalizar la producción alimentaria estadounidense ni la industria textil. Es precisamente porque los alimentos y la ropa se consideran productos de primera necesidad cuya disponibilidad sí dejamos en manos del mercado, por lo que existe tal abundancia y diversidad.

Por cierto, algunas personas siempre necesitan ayuda. Ningún individuo decente ni sociedad hace caso omiso de las peticiones de auxilio de los enfermos, pobres o hambrientos. Afortunadamente, no hay mejor sistema para lograr el mayor acceso posible a la atención sanitaria –ni a cualquier otro bien o servicio– que el que requiere del menor grado de interferencia política: la dinámica normal entre oferta, demanda y competencia. ¿Que la sanidad es demasiado importante para dejarla en manos del mercado? No, es demasiado importante como para no hacerlo.

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