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José Carlos Rodríguez

Las ratas de Gallardón

La corrupción no son las coímas pagadas a docena y media de funcionarios, sino la misma idea de que el Ayuntamiento intervenga en la decisión de un particular de dedicar un local a lo que le plazca.

Vivimos días de auténtico asombro. Desde que nos hemos enterado de que el clima cambia parece que ya sólo se producen fenómenos extraños, inéditos, inopinados. El invierno sigue al otoño, los ministros no dimiten y la maraña administrativa para conceder licencias provoca corrupción. Uno ya no entiende nada; no sabe a qué atenerse.

Estaba repasando estas y otras paradojas contemporáneas cuando escucho a Alberto Ruiz Gallardón, engolando el tono... ya saben, como quitándose importancia, para decir que la actuación de una veintena de personas entre "más de 20.000 funcionarios" no podía empañar la labor de todos ellos. ¿Había oído bien? ¡20.000 funcionarios para el Ayuntamiento de esta villa castellana! ¡Y los medios preocupándose de la suerte de apenas dos decenas!

Lo bien cierto es que a lo que estamos acostumbrados es al escándalo. El escándalo de que uno no pueda abrir un local sin la aprobación de un funcionario. Luego la concesión se hace lo más complicada posible precisamente para acrecentar el poder de los funcionarios sobre el ciudadano de a pie. El proceso es tan largo y costoso que está exactamente pensado para que haya quien quiera tomar atajos. La corrupción no son las coímas pagadas a docena y media de funcionarios, sino la misma idea de que el Ayuntamiento intervenga en la decisión de un particular de dedicar un local a lo que le plazca. La corrupción es, también, que Madrid haya acumulado nada menos que 20.000 personas en nómina, de las cuales una parte está dedicada, como la que se entromete en el uso de los locales, a trabajar contra el ciudadano.

Pero ¡20.000 funcionarios! ¿De verdad alguien puede pensar que son necesarios? Gallardón ha saltado con una de sus propuestas más sensatas, al proponer la subcontratación de este servicio, aunque lo mejor hubiese sido eliminarlo. La subcontratación se puede llevar tan lejos como se desee. Miren el caso de Chester Stranczek, que se convirtió en alcalde de Crestwood, una ciudad estadounidense de 12.000 habitantes, en 1969. Desde que llegó al poder decidió reducir a lo mínimo el equipo consistorial y subcontratar todos los servicios públicos, desde la gestión de las infraestructuras a la propia contabilidad del ayuntamiento. El Ayuntamiento es tan barato y tan eficaz que no ha perdido una sola elección desde el año de Woodstock. Por los 150 funcionarios que gastan las ciudades de su tamaño, él cuenta con sólo 17. Y todavía sobran, como demuestra la experiencia de Weston, una localidad de Florida de 65.000 habitantes. Tres funcionarios son suficientes para un presupuesto que supera los 100 millones de dólares.

Sandy Springs ha seguido el mismo camino. Su alcaldesa, Eva Galambos, declaró en su momento que "hemos aprovechado la energía del sector privado para organizar las principales funciones del Gobierno municipal, en lugar de crear nuestra propia burocracia. Lo hemos hecho así porque creemos que el modelo competitivo es lo que ha hecho de América tan exitosa. Y estamos aquí para demostrar que este mismo modelo competitivo se puede llevar a un Gobierno local efectivo y eficiente". La policía, los bomberos, la limpieza de las calles...

Imagínense que el Ayuntamiento de Madrid lo constituyesen tres funcionarios, Gallardón, Cobo y Ana Botella. O un par de docenas, si me apuran. Seguro que encontraban una habitación más modesta que el Palacio de Correos. Y no tendrían problemas con las ratas.

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