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José Vilas Nogueira

La bronca y la fiesta

Sólo cabe esperar que Feijóo mantenga sus promesas electorales. Si no lo hiciese, no sólo podría perder parte de sus apoyos; tampoco sería reconocido por la oposición que seguirá tan sectaria como cuando ocupaba la Xunta.

A pesar de su carácter de trámite, los portavoces parlamentarios del PSOE gallego y, of course, del BNG recibieron al candidato popular con acres, y aun coléricos, discursos. Porque los sedicentes, autoproclamados, progresistas, ignoran lo más elemental de las reglas de la cortesía parlamentaria, que imponen aplazar estas pugnacidades hasta, al menos, que el nuevo Gobierno haya tomado posesión de sus cargos. Habrá que reconocer al nuevo presidente, Núñez Feijóo, una frialdad capaz de desarmar a los descorteses portavoces de la actual oposición, hasta ayer miembros de la mayoría.

Pero probablemente tanta destemplanza no se debe sólo, aunque también, a la ausencia de hábitos democráticos. Pues su derrota electoral ha tenido el efecto de un tornado, dejándoles maltrechos y desarbolados. El presidente saliente ha sido tratado por los suyos como un apestado, en espera de un más o menos confortable lazareto institucional. El único superviviente socialista, milagrosamente indemne tras la catástrofe, es el llamado Pachi Vazquez. A él parece reservada la Secretaría regional del PSOE. Y si es así, corresponderá a él decidir sobre el puesto de portavoz parlamentario; veremos quién será el favorecido.

Y si el presidente saliente ha sido tan mal tratado por los suyos, el vicepresidente no ha salido mejor parado, confinándole en la Vicesecretaría Segunda de la mesa del Parlamento. Supongo que el portavoz parlamentario nacionalista, que está bregando por la dirección del BNG, habrá querido aprovechar su intervención para conseguir adhesiones entre los fieles a la causa. Pero su intento es de resultado problemático, pues se calcula que el candidato de la UPG (Unión do Pobo Galego), cimiento del BNG al que ha dotado de continuidad desde el 1982, obtendrá el apoyo de un 48% de delegados, frente al 34% del sector "quintanista", cuya bandera enarbola, paradójicamente, Aymerich, el Bruto que ha sacrificado a su padre político, Quintana. Si se mantuviesen estas previsiones la decisión quedaría en manos de Beiras y sus "irmandiños", partidarios de un asamblearismo radical.

Pero tras los conatos de bronca parlamentaria, que mantuvieron tan deslenguados portavoces, vinieron los actos solemnes. Primero, una ofrenda en el Panteón de Gallegos Ilustres; después la de jura del cargo. Y, finalmente, la fiesta popular. Lejos del elitismo de Touriño, alarde de nuevos ricos, pero también lejos del populismo de Fraga, con sus cientos de gaiteros. Un dechado de equilibrio, con los solos 47 gaiteros con los que hubo de conformarse Baltar. Toda la plana mayor del PP arropando al nuevo presidente, y los ciudadanos dueños de la calle. Ahora, sólo cabe esperar que Feijóo mantenga sus promesas electorales. Si no lo hiciese, no sólo podría perder parte de sus apoyos; tampoco sería reconocido por la oposición que seguirá tan sectaria como cuando ocupaba la Xunta.

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