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Juan Carlos Girauta

El mágico efecto Gamonal

Qué bonito es el efecto Gamonal, que convierte en directo el mandato indirecto.

Qué bonito es el efecto Gamonal, que convierte en directo el mandato indirecto.

Qué bonito es el efecto Gamonal, que convierte en directo el mandato indirecto. El efecto Gamonal coge a uno que aparca en doble fila, y que piensa seguir haciéndolo, y lo transmuta en héroe del pueblo, icono de la revuelta de los justos contra el poder omnímodo y terrible de un consistorio... democrático. Bueno, democrático, sí, pero empeñado en ejecutar un perverso plan del que solo tenía constancia... todo Burgos. Vale, todo Burgos lo sabía, de acuerdo, pero en la conspiración para peatonalizar el improvisado aparcamiento masivo (hay que ser canalla para peatonalizar) estaba exclusivamente el PP. Y el PSOE. E IU. No sigamos por ahí.

El efecto Gamonal es primo del efecto amonal, y viene a resumirse en que alguien se arroga una legitimidad superior a la de los poderes públicos constituidos, invoca el abracadabra del "pueblo", impone su voluntad por cojones y encima la audiencia amiga (amiga de la foto de barricada y llama) lo eleva a los altares de la justicia inmanente. No queremos central nuclear en Lemóniz, por ejemplo.

El efecto Gamonal calma la tos al invitarte a callar. No osarás levantar la voz contra esa "lucha" aunque no acabes de verle el mérito, aunque todo el asunto te parezca un injustificable hecho diferencial: trátase del único vecindario de España que no traga con ajardinamientos, que se sale con la suya en materia de aparcamiento, que logra que el alcalde se la envaine y luego sigue "movilizado" –y aplaudido– para que queden impunes los que queman containers, trituran sucursales bancarias, destrozan escaparates y destrizan el Código Penal.

El efecto Gamonal también conlleva que, casi cuarenta años después de su desaparición, resurjan unos tipos que estaban hibernados como el abuelo de Louis de Funes, con greña y plaza docente, cuyo habilidad primordial era repetir de memoria los cuadernos de Marta Harnecker, hoy apenas reciclados con un par de menciones a las redes, apenas acondicionados con un recuerdo entrañable a los vecinos. ¡Vecinos! ¡Nuestros héroes modernos! ¡Se han librado del yugo del... parquímetro! En los años setenta éramos tropel los que nos producíamos así, macutillo al hombro y vaqueros con vida propia (en Barcelona los llamamos tejanos). Pero jamás se nos habría ocurrido trocar en gesta popular la consecución de un privilegio de doble fila. Como fuere, el efecto Gamonal es también rejuvenecedor. ¿Cómo podría resistirse a tanta magia el desvalido tertuliano de a pie, ese sentimental?

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