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Juan Carlos Girauta

El síndrome de Los Morancos

Los Morancos tienen más cojones que los revolucionarios estabulados; al menos mencionaron el hostigamiento al discrepante ¡en la sala de mandos del hostigamiento!

Los Morancos tienen más cojones que los revolucionarios estabulados; al menos mencionaron el hostigamiento al discrepante ¡en la sala de mandos del hostigamiento!

¿La consulta independentista? "Es una cosa que tenéis que decidir vosotros". Ahí ya estás muerto. Los tratamientos televisivos catalanes no los soporta ni el más resabiado catedrático de la cosa. ¿Cómo van a salir vivos Los Morancos? He visto lamer las suelas del nacionalismo en directo, y pedir más, a intelectuales madrileños o andaluces a los que ni les va ni les viene. Los motivos de esta predisposición académica a ser zaherido por el último mindundi de TV3, por sus pequeños e irritantes aguijones, no son tan arcanas.

Meterse en un lío siempre tiene un coste, y exige una razón. Los entrevistados con título, que se consideran más serios que los Morancos sin razón alguna, lo saben bien. ¿Para qué jugársela? Se va a ciscar en tu árbol genealógico un ejército de trolls. En fila. Te van a hacer la vaca en media docena de columnas de la prensa catalana, tomándote como ejemplo de caspa española. No te va a salir un bolo docente, o paralelo, nunca más en Cataluña, comunidad con una docena de universidades descomunales, todas ellas con sus respectivas facultades, escuelas y chiringuitos.

Pero hay algo mucho peor. Un temor antiguo y ciego que surgió del atentado contra Federico. No es la bala; es saber que quien la recibió fue linchado acto seguido por las elites catalanas de papel, de cuya miseria moral no sabíamos entonces tanto como ahora. El linchamiento, que aún dura, adoptó la forma de la justificación. Y apareció una línea en el suelo: vosotros y nosotros. Los de Terra Lliure, qué le vamos a hacer, estaban en definitiva con nosotros. Equivocados, sin duda, pero con nosotros. Y Federico había saltado con ruido al vosotros, arrastrando a muchos. Y con posibilidades de arrastrar a muchos más. Era un provocador. Que no se hubiera metido donde no debía. Y ya. Pues bien, aquel inmundo alineamiento prefiguraba lo que iba a suceder. Lo que ha sucedido. Lo que nos está sucediendo. Sigue presente, tápate los oídos. Todavía se detecta en Barcelona como si fuera la radiación de fondo de microondas.

Tienes que estar decidido y consciente, muy atento, con reflejos felinos, dispuesto a ir a la guerra, para entrar en un plató de TV3 a desmentir su pringoso abecé, para someterte a un bombardeo de consignas, sabedor de que eres el meteco. Un meteco nuevo, clasificado según criterios que se consideran muy civilizados porque no se basan en tu origen. Mira a Montilla. Ni siquiera en tus ideas, siempre que te las guardes. Se basan en si colisionas o no con su universo de mantras y trolas y lemas, con su Cataluña en miniatura. Los Morancos ya son de los suyos, y yo, que conste, comprendo al dúo mucho más que a Ramón Cotarelo, por ejemplo. Este podría doblegar a los listos de turno con una mano y sin despeinarse, pero opta por sumarse a los bárbaros. Si está contra la ley, es bueno, ¿verdad? Los Morancos tienen más cojones que los revolucionarios estabulados; al menos mencionaron el hostigamiento al discrepante ¡en la sala de mandos del hostigamiento! El rilarse posterior es normal cuando, no teniendo nada que ganar, ni siquiera podrías hacerlo.

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