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Juan Carlos Girauta

Sumisión

Solo pidió Rodríguez una cosa: discreción. Algo comprensible teniendo en cuenta su desairada posición y la altura de sus pantalones. Este tipo de cosas exige penumbra.

Por vía epistolar, la ETA hizo saber al Gobierno de Rodríguez que deseaba negociar políticamente. Si ese Gobierno no fuera un monumento a la irresponsabilidad, la doblez y la hipocresía, habría optado por una de estas dos vías: no contestar y pasarle la carta al CNI, por si encontraba pistas que facilitaran la detención de algún etarra; o contestar que el Gobierno de España no negocia políticamente con una banda de asesinos, y pasarle la carta al CNI con el conocido fin.

Pero Rodríguez no es que mienta, es que es una mentira con cejas. Así que mientras repetía engolado y acartonado, incansable y esdrulujizante que jamás negociaría políticamente con la ETA, respondía a la carta sanguinolienta con fervor de novia adolescente, con arrobada entrega, con gratitud, con los pantalones por los tobillos. Tragó Rodríguez como una reina, como la tragasables del Circo Price, como Deep Throat. Tragó con estas cosas tan duras: que la ETA tomara la iniciativa; que el proceso orquestado por los terroristas contuviera exigencias políticas; que España y "Euskal Herria" aparecieran en conflicto; que a "Euskal Herria" la representaran sus dudosos corresponsales.

Si Otegi le escribía a Rodríguez sobre la conveniencia de una mesa política sazonando el sapo con fantasías del tipo "será usted el Tony Blair español", al día siguiente corría el presidente a reconocer públicamente como interlocutor a quien tanto le había mejorado la autoestima, por mucho que Blair siguiera siendo para Bono un gilipollas como la copa de un pino.

Continuó el carteo, ora con eta-batasunos, ora con etarras sin filtro. La ETA seguía pidiendo, y el Gobierno seguía tragando. Le colaron las reuniones, la mediación internacional, la organización mediadora y las famosas dos mesas, que eran la misma mesa separada por un biombo y con un único señor. Un señor con capucha. Solo pidió Rodríguez una cosa: discreción. Algo comprensible teniendo en cuenta su desairada posición y la altura de sus pantalones. Este tipo de cosas exige penumbra.

Los discretos encuentros, ya carnales, se celebraron en dos hoteles, como corresponde a tan formidable deslealtad, como conviene a estos cuernos que Rodríguez le ponía a España y a la libertad. Muy reparado, repetía de día el presidente palabras dictadas al oído la noche anterior: el Gobierno respetará las decisiones que sobre su futuro adopten libremente los ciudadanos vascos, y tal. Son los goces oscuros de la sumisión.

En España

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