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Pedro de Tena

Ciudadanos y yo

Debería ser mi partido por razones empresariales y políticas, pero no lo es.

Aunque acepto con realismo mi insignificancia personal y política, me gustaría aclarar algunos elementos de mi relación con Ciudadanos, un partido que podría ser la expresión de una esperanza colectiva. Diré para comenzar que debería ser mi partido por razones empresariales. Esto es, trabajo en una empresa, Libertad Digital, que no ha tenido, no tiene ni tendrá del PP, del PSOE y de Podemos un trato justo, ni siquiera el trato legal exigible. Ni frecuencias, ni publicidad institucional ni nada. Ser críticos a derechas e izquierdas tiene ese sambenito. No sabemos si Ciudadanos hará lo mismo cuando algún día acceda al gobierno de algo, pero sólo de él puede esperarse un trato, no privilegiado, sino ajustado a derecho y en función de lectores y oyentes.

Igualmente debería ser mi partido porque, visto lo que se ha visto en los comportamientos políticos del PSOE y del PP, desde el trato a las víctimas del terrorismo al 11-M, desde sus comportamientos corruptos al usufructo castizo de la democracia casi en exclusiva –de los nacionalismos ni hablamos–, es la única cera que puede arder. Los que todavía soñamos con una España decente, abierta, productiva, inteligente, orgullosa de sí, democrática en serio por liberal y competitiva en el concierto internacional, no tenemos otra opción que Ciudadanos. Tal vez haya otros partiditos, pero sin la presencia mínima necesaria en la vida política nacional. Lo que se ha llamado la tercera España, lejana a los totalitarismos y la ocupación social y civil de las izquierdas y bien distante del verticalismo autoritario y la sumisión indebida a los poderes económicos reales de las derechas, podría ser representada por Ciudadanos si se empeñase en ello y presentase a la sociedad civil un proyecto nacional regenerador y entusiasmante que cumpliera honradamente en toda la nación.

Voté y ayudé al PSOE en 1982 y a algunas de sus corrientes internas renovadoras con la esperanza de un cambio hacia esa nueva España. Voté al y ayudé al PP en 1996 para que se pudiera avanzar en esa dirección. En ambos casos, sufrí la decepción más amarga. Para que aflore esa España digna, ya no nos queda nada, salvo Ciudadanos y algunos versos sueltos. Pero ni su ideario confuso y ambiguo, ni su crecimiento de aluvión en todo el territorio nacional –que puede ser albergue de nuevos listos, como ha ocurrido en Andalucía–, ni sus comportamientos políticos visibles, salvo algunas excepciones, invitan al optimismo.

Intenté, con otros, ayudar a Ciudadanos tras haber logrado 9 escaños en el Parlamento andaluz, pero no se dejaron. Muchos amigos, que siguen en el partido naranja, lo saben. Luego empezaron a hacerse patentes prácticas políticas similares a las del PSOE y el PP. ¿Duro con Ciudadanos? Eso parecen creer incluso algunos compañeros. Pues no. Ayudarles no es callar ante sus inconsistencias ni silenciar vicios, corruptelas y vilezas. Debería ser mi partido por razones empresariales y políticas, pero no lo es. Para ser más de lo mismo, no merece mi pena.

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