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Pedro de Tena

Como pollos sin cabeza

Las instituciones proyectan una malsana imagen de corrupción, inutilidad y voluntad de saqueo que estamos en el límite.

El buen Ortega, que había otros no tan buenos, dedicó El Espectador a lectores incapaces de oír un sermón, de apasionarse en un mitin y juzgar de personas y cosas en una tertulia de café. Es decir, a quienes habían preservado un trozo antipolítico de alma, gente ya en sus años de rara índole. Por entonces el filósofo, como ahora nosotros, buscamos en esta España personas a quienes importe la verdad, la pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas. Pues no, no hay muchas y son esas pocas las que nos pueden ayudar a liberarnos de la orgía desenfrenada de decepciones que puede terminar con esta nación española, una de las grandes de la historia del mundo. La monarquía, las instituciones, sobre todo la Justicia, y también los partidos, los sindicatos y patronales, la educación y otras proyectan una malsana imagen de corrupción, inutilidad y voluntad de saqueo que estamos en el límite. No sólo hemos aprendido a decepcionarnos (aviso de Azúa) de los de arriba y de los demás de a pie, sino que ya empezamos a comprender que todo lo que ocurre es porque nos hemos ido vaciando de los valores adecuados para una convivencia democrática nacional. 

Nos queda una oportunidad: ser capaces de salvarnos con un acto de voluntad nacional que dé salida a lo que cada vez más parece que no la tiene, de seguir las cosas como van. No será la única, pero una de las maneras sería propiciar una reflexión colectiva a partir de las conclusiones de un grupo de notables elegidos por votación abierta en las redes sociales entre esos españoles de rara índole que han sido capaces de vivir al margen del sectarismo y la infamia. Estoy pensando, soñando mejor dicho, en la congregación afable y desinteresada de diez, doce hombres y mujeres, con la piedad necesaria para dotarnos de una vía de futuro con los cambios que sean menester a partir del camino recorrido desde la transición. Estas almas grandes tendrían que facilitarnos la salida democrática –cualquier otra sería indigna e impropia–, de este atasco moral e institucional que ya se ha llevado por delante a una generación de españoles y que amenaza con arruinar el futuro de otras pocas, tal vez las últimas. 

Y luego, afrontar la segunda y definitiva transición hacia la democracia como forma de Estado de la nación española. Sí, ya no hay más alternativa. Las instituciones heredadas de aquella magna operación política han sido maltratadas por sus propios ideadores y gestores y ahora corren el riesgo de arrastrarnos a todos hacia las pocetillas de la historia. Necesitamos con urgencia un programa para salvarnos como nación. Y es urgente. 

(Cuando me he enterado de que el banco, al que nadie nombra por su nombre, que le concedió la hipoteca a Iñaki Urdangarín y la infanta para la casa de Pedralbes, les ha concedido un periodo de carencia de cuatro años porque no pueden pagar, me he dado cuenta de que en esta país estamos perdiendo la cabeza, empezando por la cabeza. ¿Dará ese mismo banco cuatro años de carencia a todos sus hipotecados que tampoco pueden pagar? Lo dicho. España es como un pollo sin cabeza dando bandazos de un lado al otro del corral mientras los zorros se relamen de gusto. Hay que salir de aquí. Ya).

En España

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