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Pedro de Tena

¿Hijos de la ira?

Esperar de Podemos la regeneración de España es intelectualmente ridículo y políticamente suicida.

"España es una nación con más de cuarenta millones de cadáveres (según las últimas encuestas)... Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente España, por qué se pudren más de cuarenta millones de cadáveres en esta nación española...". No, no lo escribió Dámaso Alonso en su Hijos de la ira, pero son versos que, intencionadamente modificados, parecen venir como anillo al dedo a esta España que se desayuna hoy con un demoscópico triunfo de Podemos en unas próximas elecciones generales. Así es la democracia y significa que millones de españoles, y creciendo, en sus conciencias individuales han llegado a la conclusión de que el sistema instaurado en 1978 con la Constitución española debe ser derruido y que el solar patrio debe ser entregado a un partido leninista ochomesino que no cree en España como nación, que no oculta su vocación dictatorial y que ni siquiera tiene personas cualificadas como para desempeñar la misión de gobernar. Además de dos o tres gerifaltes de diseño, ¿a quién más se conoce por su nombre y biografía en esta turbia marea política?

Que la corrupción y la degradación del nivel de vida vayan a terminarse por obra y gracia de una formación política anómala como Podemos no es una alucinación colectiva. Es una mentira espectacular. De hecho, en los países que apoyan bajo cuerda a Podemos, como Bolivia, Venezuela o Cuba cuando menos, el nivel de vida es lamentable y la corrupción insuperable. En toda dictadura la corrupción es más difícil de frenar que en las democracias. Por ello, esperar de Podemos la regeneración de España es intelectualmente ridículo y políticamente suicida. Pero eso no tiene nada que ver con que los ciudadanos españoles estemos hasta los cojones –dicho sea de este modo para subrayar su gravedad– de un régimen democrático que se ha ido configurando como una dinámica partidista-sindical-separatista que ha ido degradando la vida cotidiana de la gente hasta límites tan insostenibles que la ira está estallando en los sondeos.

Por eso, cabe decir que los partidarios de Podemos no son "hijos de la ira". Son hijos de la desorientación y de la licenciatura en decepción de unos ciudadanos que han visto cómo la democracia española se convertía en una estructura al servicio de los nuevos poderes fácticos (junto a de los de siempre) antes que un mecanismo de defensa de sus libertades, sus oportunidades y su igualdad ante la ley. La Constitución se ha dedicado a la destitución efectiva de los titulares de la nacionalidad española y su soberanía antes que a su fortalecimiento y dignidad. ¿Estamos a tiempo de enderezar este gigantesco entuerto o habremos de pasar una temporada en el caos, del cual nadie puede aventurar cómo saldremos? Pues aquí pocos hacen examen de conciencia en serio, ni sienten dolor por los pecados cometidos, ni parecen tener propósito de enmienda, ni reconocen públicamente su responsabilidad ni, al parecer, están dispuestos a ningún tipo de penitencia. Por tanto, no parece posible ningún tipo de perdón.

Las dos Españas (Podemos es el nuevo disfraz de una de ellas) están volviendo a helarnos el corazón y la tercera España, sociedad abierta, capaz, moral y civil, que debió haber sido desarrollada por la democracia, sigue en estado letárgico sin referentes ni horizonte.

¿De qué sima se yergue, cada cuarenta años e incluso menos, esta sombra tan negra? En Andalucía tenemos un dicho popular bien expresivo: ¿lo hacemos bien –y tenemos ya poco tiempo– o como siempre? Pues eso.

En España

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