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Pío Moa

El espíritu republicano

Bajo el franquismo, la república estaba bastante desprestigiada, entre los antifranquistas, quiero decir, pues entre los otros cae de su peso. La lucha contra la dictadura fue llevada a cabo fundamentalmente por los comunistas, con nula presencia republicana. En el exilio, los republicanos se dedicaban a desbarrar, en plan bravucón y comecuras, como los retrata Tierno Galván, y en España contaban a sus amigos, sin acabar de convencerlos, cuán alegre, culto, libre y maravilloso había sido aquel régimen. Entre el pueblo ignaro –pero experimentado–, el dicho "¡esto es una república!" servía para definir una situación caótica en la que todos querían mandar y nadie hacía nada útil.

En mis tiempos de comunista, en el PCE y luego en el PCE®, veíamos a los republicanos históricos como "viejas momias", cretinos pequeñoburgueses, charlatanes y prestos a venderse al imperialismo. Ello no impedía que la propaganda marxista cantase loas a un régimen en el fondo despreciado, más que nada porque se le consideraba una buena base de partida para evolucionar al "socialismo real" o "dictadura del proletariado". Los más ardientes republicanos llegaron a ser los maoístas del FRAP "¡Cosas de la política!

Pero, en fin, existía esa simpatía ambigua por la II República, y por mí parte, después de renunciar a la ciencia marxista-leninista para enfangarme en la superstición ideológica burguesa –se ve que no me había proletarizado bastante, qué le vamos a hacer–, abordé con ese espíritu propicio, hará unos diez años, algunos estudios, origen de un par de libros sobre esa época. Lo primero que me sorprendió fue la enorme distancia entre la imagen ofrecida por los panegiristas republicanos y la que se desprendía de la prensa y los documentos de aquellos años. Años de demagogia, miseria en aumento (el hambre volvió a niveles de principio de siglo), de destrucción de templos, obras de arte, bibliotecas, clausura de escuelas y centros de enseñanza superior (entre ellas la única Facultad de Economía, la de Deusto), cierre constante de periódicos, y un orden público desastroso. Las memorias de los políticos, especialmente las de Azaña, describen en tonos lúgubres al régimen y sus personajes, casi todos ineptos y botarates, si hemos de creer al alcalaíno. Ni aun el florecimiento cultural de entonces debió casi nada a la república, pues venia de atrás, y, observa el historiador Cuenca Toribio, la generación de artistas jóvenes que afloraba a mediados de los años 30 apoyó mayoritariamente al franquismo.

¿Tendrá interés, a estas alturas, falsear la historia real? Pero, por lo que he podido leer en la prensa, existe verdadero empeño en ello. Si alguna vez vuelve una república, ya lo he dicho, más vale que sea sobre el repudio de la experiencia habida.

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