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Pío Moa

La autodeterminación

Un problema de la política es la corrupción del lenguaje y las trampas que éste tiende. Ahí está, por ejemplo, la consigna de autodeterminación invocada por el PNV y compañía. Con ella crean una doble y falsa impresión: la de que la integración de Vasconia en España se ha realizado contra la voluntad de los vascos, y la de que los nacionalistas representan automáticamente esa voluntad, oprimida por quienes rechazan la consigna.

Al oponerse a la “autodeterminación” y llamar al pacto de Estella “una rendición a plazos”, Aznar cae en la trampa, y transmite una imagen de nerviosismo. Ni el PP ni ningún partido democrático puede rechazar la autodeterminación, pues el pueblo vasco se ha autodeterminado desde siempre. Su integración en España nunca fue el fruto de una invasión o imposición, como sí lo fueron, en cambio, la integración de Quebec, de Irlanda y de tantos otros, en estados mayores. Ha sido una integración libre, cuyo último episodio histórico ha sido la aceptación del Estatuto emanado de la Constitución.

Los nacionalistas aspiran, precisamente, a romper esa autodeterminación refrendada por muchos siglos de convivencia, para separarse. ¿Por qué hablan de autodeterminación y no de secesión, como sería lógico? Porque la secesión refleja la voluntad particular de unos partidos, mientras que la autodeterminación crea la impresión falsa, de involucrar a todos los vascos, a quienes un poder hostil impediría, al parecer, ejercer sus derechos. Con esa demagogia intentan poner a la defensiva al gobierno y arrastrar a muchos ciudadanos opuestos a una cruda separación.

La cuestión es: ¿existe hoy día alguna razón para romper la autodeterminación histórica de los vascos? ¿Se ha producido en estos años una represión especial o una segregación de los vascos en el conjunto de España, de modo que sean oprimidos y tratados como gente aparte? No hay nada ni remotamente parecido. Bajo la falsa autodeterminación nacionalista, late solamente el ansia, difícilmente confesable, de grupos que aspiran a dominar sin trabas el País Vasco, a imponer su voluntad a los demás vascos y al conjunto de los españoles. Se trata de implantar un nuevo régimen antidemocrático y antiliberal. “Antiespañol y antiliberal es lo que todo buen vasco debe ser”, pontificó el obtuso iluminado a quien el PNV ha tenido siempre por “Maestro”, con mayúscula. La secesión sería el poder despótico de los “buenos vascos” discípulos de Arana.

Autodeterminación suena a democracia, pero ¿qué clase de demócratas son los nacionalistas? Sus obras, el fruto de su acción durante casi un cuarto de siglo, enseñan más que cualquier discurso. Su odio gratuito y siniestro lleva años manifestándose en el asesinato, el terror y la amenaza de los llamados “radicales”, combinados con la hipócrita complicidad práctica de los llamados “moderados”. La sangre y el pus. La hipocresía ha sido el rasgo más definitorio del nacionalismo aranista.

Algunos cierran los ojos a la realidad y exigen que no se “satanice” al PNV. ¡Nuevamente la perversión del lenguaje! Con el truco de evitar la “satanización” quieren impedir la denuncia de la muy real complicidad de ese partido con el terrorismo, al que intenta extraer rentas políticas, la denuncia del carácter antidemocrático de su doctrina, de sus falsificaciones de la historia. Quieren que el PNV siga sembrando impunemente la confusión y el fanatismo entre las gentes, como hasta ahora. ¡No se debe “satanizar” a un partido cuya propaganda siempre ha satanizado, gratuita y falsamente, la democracia y la historia española, en las que tanta parte tienen los vascos! Es decir, los “malos vascos” según su lenguaje envenenado.

Por eso podríamos decir que la lucha en Vasconia es de autodeterminación contra secesión, de democracia y libertad contra el despotismo, de unidad de España contra balcanización de España. Basta exponer la alternativa en su sencilla y real claridad, para que todos podamos comprender lo que nos jugamos. Claman otros que nada se puede hacer en el País Vasco sin el PNV. Cierto, como nada se ha podido hacer en muchos países, durante largos años, sin contar con los partidos comunistas, con los cuales ha habido que negociar diversas políticas. Pero eso no significa que debamos engañarnos o engañar a la gente sobre la significación real de unos y otros. Una política basada en el embaucamiento puede terminar extremadamente mal.

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