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Pío Moa

Un escándalo penoso

No compro la prensa los domingos por no cargar con los suplementos, que, sin excepción por mí conocida, son basura en una proporción excesiva para mi capacidad de aguante, y por eso sólo me he enterado indirectamente del lío montado en el dominical de “El Correo” por la censura de un artículo de Javier Marías, empujando a éste a poner fin a sus colaboraciones y, se dice, también a las de Arturo Pérez Reverte.

El motivo es que Marías y Pérez Reverte se han metido con la Iglesia, cosa que el grupo Correo encuentra inadecuada, más o menos como el grupo Prisa encuentra inadecuado el apoyarla. El artículo de Marías era, sin embargo, inofensivo. Mejor dicho, habría sido inofensivo si el periódico hubiera permitido a alguien replicar debidamente; pero como esa costumbre democrática ha desaparecido prácticamente en España –lo cual acentúa el “efecto basura” que produce casi toda la prensa– el grupo Correo ha optado por la solución más dictatorial y medrosa: la censura.

El artículo de Marías, en el más arraigado estilo carpetovetónico, sustituye los argumentos por una exhibición de autoridad. La Iglesia católica, nos informa, “me trae tan sin cuidado”, “la considero tan ajena a mis inquietudes y preocupaciones”, “cómo explicarlo, para mí es una de esas cosas que cuanto más lejos mejor. Ni siquiera quisiera rozarme con ella para combatirla, porque hay contrincantes que lo contaminan a uno con su solo contacto, aun si acaba derrotándolos”. Etc. Vale, pero eso ¿qué coño importa? Creo que carece del más mínimo valor, salvo para la vanidad del novelista.

Y además, no es cierto, como él mismo pasa a aclararnos. La Iglesia le provoca auténtico interés, incluso obsesión, por los desmanes que le achaca, de la mayor relevancia en la vida social: “Esa Iglesia no me atañe, excepto cuando invade terrenos políticos (y claro, eso sucede a menudo), o abusa del dinero de los contribuyentes (y eso ocurre cada año) o impone sus ortopédicos e intolerantes criterios fuera de sus jurisdicciones (y eso lo intenta sin pausa)”. Pero, ¿quién se muestra aquí intolerante y déspota? ¿Por qué la Iglesia no iba a opinar e influir en política, como cualquier ciudadano o asociación ciudadana? ¿O es que la política está reservada a los grupos –tantas veces mafiosos– dedicados profesionalmente a ella? ¿Y qué tolerancia muestra Marías cuando insulta de “beatas y monaguillos coléricos” a quienes discrepan de él y de Pérez Reverte? ¿Y por qué no explica en qué consiste ese abuso del dinero público por parte de la Iglesia, máxime cuando estamos viendo cómo tratan esos cuartos quienes aspiran a monopolizar la política?

Aún más cómico resulta el escritor cuando nos aclara: “¿Saben cuál es el principal problema de esa religión y de cualquiera, incluidas las sectas engañabobos que proliferan tanto? Que, por su definición y esencia, jamás actúan desinteresadamente. Siempre hacen proselitismo (lo llaman “apostolado”), siempre esperan conseguir algo a cambio de sus supuestos favores, enseñanzas, consuelos o buenas obras. Cualquier religión, así, me merece en principio desprecio, porque va siempre a captar clientes”. Hombre, esta crítica es comprensible en una persona tan antiproselitista como Marías, que no trata de convencer a nadie (quizá por eso apenas se molesta en argumentar, aunque se expresa con autoridad pontifical), tan desinteresado que no cobra nada por sus artículos, o, si cobra, dedica el dinero a obras benéficas y desinteresadas, como dar de comer a las palomas. Pero en cualquier otro crítico, daría risa. Pues, naturalmente, la Iglesia hace proselitismo, contribuye a la enseñanza y otras muchas cosas normalísimas en un estado democrático. Sobre lo de captar clientes, cada cual es libre de ir a uno u otro establecimiento, y al respecto oí el otro día en el Metro esta instructiva conversación:

— ¡Mujer!... ¡¿A un colegio de monjas?!
— Pues sí, mira, prefiero hasta que le enseñen religión, antes de que salga hecha una puta por culpa de esos profesorzuelos de la enseñanza pública…

Lo que hay que oír, ¿eh?

El problema de la antirreligiosidad española no es que ataque a la Iglesia: es que la ataca siempre así, con mucho grito agresivo e intimidatorio – violencia verbal que ha degenerado en ocasiones en asesinatos en masa–, y mucha patraña envuelta en poses de indignación moralista. En el plano intelectual, el anticlericalismo español nunca ha producido más que panfletuchos. Eso sí, invocando siempre la razón y el intelecto. Marías no rebasa ese nivel, y me atrevo a suponer, pues no lo he leído, que tampoco Pérez Reverte. Esto es lo penoso del caso.

Pero el escándalo tiene un aspecto realmente cómico, que trataré en otro artículo.

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