Menú
Porfirio Cristaldo Ayala

Dignidad, transplantes y libertad

El Primer Congreso Argentino de Procuración de Organos para Transplantes deliberó sobre la urgencia de aumentar la cantidad de donantes y realizar campañas educativas, pero no valoró la necesidad de crear incentivos económicos para ello. Todos los años mueren numerosas personas en espera de órganos que no se consiguen debido a la escasez de donantes. Pero si éstos recibieran una gratificación la escasez acabaría y muchos se salvarían de una muerte inútil. Extrañamente, esto es considerado contrario a la dignidad humana.
 
La dignidad humana bien puede valer el sacrificio y la muerte. Desde tiempo inmemorial los hombres han dado su vida para librarse de la tiranía. No es claro, sin embargo, cómo realza la moral que miles de prójimos, cada día más, mueran inútilmente esperando transplantes de riñones, hígados, corazones de personas fallecidas, solamente porque a muchos les repugna la idea de la compra-venta de órganos cadavéricos y la prohíban.
 
¿En qué forma afectaría la moral o la dignidad humana que las personas enfermas que necesitan un transplante puedan acordar libremente con los donantes o con las familias de los difuntos la compra del órgano a ser transplantado? Es difícil entenderlo. Pero, si permitir un mercado de órganos para transplantes ofende la sensibilidad de muchos, no menos ofensiva pareciera la muerte innecesaria de miles de personas a causa de una arbitraria restricción.
 
La escasez de órganos aumenta con el avance de la tecnología que hace posibles nuevos transplantes. Y cada año son más los que mueren esperando en las largas listas de candidatos a trasplante. La donación anticipada de órganos a ser utilizados cuando la persona haya fallecido es una acción que ennoblece sobremanera al donante. Y muchas personas tienen la grandeza, decencia y solidaridad de donar sus órganos, en lugar de llevarlos a la tumba donde a nadie puede servirles. Pero, lamentablemente, pese a las extensas campañas educativas y humanitarias, todos los años son menos los donantes y más los pacientes que dependen de un transplante para seguir viviendo.
 
Es necesario crear nuevos incentivos. Un buen incentivo sería organizar una Fundación que dé prioridad en los transplantes a las personas que donaron sus órganos con anterioridad. La donación se haría así como un seguro, antes de requerir un transplante. De esta forma habrá más donantes y menos personas morirán en vano. Pero ello no es suficiente. Es imperioso dejar en libertad a los enfermos convenir con los donantes o las familias de los difuntos una recompensa monetaria por el órgano a ser transplantado.
 
La ciencia económica estudia la escasez, sea de alimentos, empleos o de órganos para trasplante. La escasez es casi siempre el resultado de las restricciones que establecen los gobiernos impidiendo a las personas acordar voluntariamente el intercambio de bienes y servicios. Y cuanto más fuerte la restricción, mayor es la escasez. La prohibición de la compra-venta de órganos origina su escasez y es responsable de la muerte de numerosas personas.
 
Para la economía la solución es eliminar las restricciones de modo que la oferta iguale la demanda y con ello termina la escasez. Pero esta solución, conceptualmente simple y eficaz, es considerada –por quienes no necesitan un transplante– profundamente inmoral y denigrante.
 
La mayoría de los intelectuales, religiosos, políticos y médicos aseguran que los órganos no pueden convertirse en una simple mercancía que se vende al mejor postor. ¡El cuerpo humano –dicen– es el santuario del alma, no puede comprarse y venderse! Entre tanto, incontables familias viven la tragedia de ver a sus seres queridos agonizar vanamente en total impotencia. Ni el alma ni el cuerpo de estos importan.
 
La visión libertaria es diferente. El cuerpo humano es sagrado; precisamente por eso es propiedad absoluta de una persona. Nadie más que ella tiene derecho a decidir qué hacer con su vida. Este es su derecho fundamental, la fuente de su moral, su virtud y dignidad. Su decisión de donar o vender sus órganos no afecta la moral de nadie. En cambio, si a esa persona se le niega el derecho a disponer de su cuerpo, incluso después de muerta, porque otros lo consideran ofensivo, se la convierte en un esclavo. Y en ello no hay virtud ni moral. La dignidad humana radica en la libertad individual.
 
©  AIPE
 
Porfirio Cristaldo Ayala es corresponsal de AIPE en Asunción (Paraguay) y presidente del Foro Libertario.

En Sociedad

    0
    comentarios