Menú
Tomás Cuesta

El papá de la hija

Lo cierto es que el fichaje del papá de la hija, ese homenaje intempestivo al cuarto mandamiento, tiene un tufo ilegítimo por muy legal que sea.

Doña Rita Maestre (que todavía está en capilla –o sea, donde siempre– esperando ir a juicio por su performance en tetas) acaba de hacer patente que, pese a que en líneas generales no se halle en sintonía con la doctrina de la Iglesia, hay principios morales que no sólo comparte sino que también defiende. El mandamiento que prescribe honrar al padre (al padre y a la padra, en jerigonza posmoderna: las tablas de Ley no mancillan el género) tiene mayor enjundia de lo que muchos piensan y la piedad filial, la virtuosa pietas, es –o, por desgracia, era– uno de los pilares esenciales de la cultura de Occidente.

Sirva el excurso introductorio para poner de manifiesto que, en lo sustancial al menos, a un servidor de ustedes le parece de perlas la devoción de doña Rita por alguien que ha mimado su vigilia y sus sueños. Que pagó sus estudios en liceos de élite; que alentó sus coqueteos con la revolución pendiente; que, entre escrache y escrache, avizoró que, con el tiempo, la niña de sus ojos podría hacer carrera.

Otrosí: en este caso hay que tener en cuenta que, en lugar de enfangarse en un conflicto (el generacional, ya saben, tan recurrente, tan avieso) que ensombrece los días y agosta los afectos, el señor Luis Maestre, funcionario de pro, no hizo oídos sordos a la llamada de la selva que, tal vez por contagio, bullía en sus adentros. Hete aquí, pues, que el padre abjuró del "padrone" y se empadronó en Podemos llegando a cuadrar un círculo en el que la camaradería ideológica apuntala y amplía los vínculos genéticos.

No es de extrañar, por tanto, que quien ejerce de vestal en el pagano santuario de Manuela Carmena, en lugar de obcecarse con dar matarile al páter (no fuera a ser que, al cabo, se encarnase en Electra) le tiene en un altar que deja en el cepillo una remuneración de nivel treinta. ¡Feliz familia aquella en que una hija de papá reintegra, con creces, la deuda de un sinfín de amorosos desvelos y el papá de la hija, amén de sacar pecho, saca también tajada del jubiloso enhebre!

Sin embargo, la gente, la mala gente en general y en especial esa jauría insaciable de los perros de prensa, argüirán que el nepotismo, el sobrinismo y ahora, rizando el rizo, el descarado compadreo son, y seguirán siendo, el verdadero abracadabra, el exclusivo santo y seña que abre las puertas –y las bolsas– de las zahúrdas de Cibeles. Como no han de faltar aquellos que, desenvainando el filo de su mohoso ingenio, objeten que, a este paso, la abuelita del cuento (¡abuelita, abuelita, qué dientes más largos tienes!) acabará de desnortarse en Cercanías luego de haber fingido que fatigaba el Metro.

Lo cierto es que el fichaje del papá de la hija, ese homenaje intempestivo al cuarto mandamiento, tiene un tufo ilegítimo por muy legal que sea. Mas los especialistas en levantar alfombras y en promover autos de fe sobre honras y haciendas han hecho de la desfachatez una liturgia y de la impunidad un credo. Doña Rita Maestre, naturalmente, calla o, por mejor decir, se abstiene. A ella, en teoría, nadie le ha dado vela en este sombrío entierro y, puesto que de su progenitor se trata, los tratos –y las tretas– no son de su incumbencia.

Es lástima que una avezada politóloga con pujos de sex simbol y de súper vedete del verbo se haya visto privada de una oportunidad de lucimiento. Podría, por ejemplo, haber puesto en escena –así, a bote pronto y cogida por los pelos– la entrañable proclama del socialismo utópico antes de ser prostituido por la siniestra sociedad de Marx & Engels. "Todos los hombres son iguales", rezaba la ingenua arenga. Equilicuá: parientes

Temas

En España

    0
    comentarios