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Victor Davis Hanson

Hipocresía bipartidista

Su mansión y sus aviones privados han consumido mucho más combustible fósil que lo habitual entre los ciudadanos de a pie a los que Gore intimida para que cambien sus derrochadores hábitos de vida y consumo.

Recientemente, varios políticos conservadores, moralistas y líderes evangélicos se han visto envueltos en diversos escándalos. Como congresistas, Tom Delay y Duke Cunningham han tenido algunos roces con las leyes de la ética, mientras su ex colega Mark Foley y el pastor de una gran congregación evangélica, Ted Haggard, se vieron implicados en embarazosas aventuras sexuales.

Ya en el pasado han saltado escándalos relativos a otros conservadores prominentes que predicaban la virtud en público al tiempo que satisfacían sus deseos privados, ya fuera el juego, el abuso de las drogas u otros vicios.

Pero los republicanos moralistas no acaparan el mercado de la hipocresía. Si darse a los excesos les avergüenza a algunos de ellos, para un buen número de demócratas, que supuestamente representan al pueblo, la hipocresía se deriva del disfrute de privilegios propios de le élite al tiempo que alegan que Estados Unidos le concede sus favores injustamente a unos pocos. En el circo romano de hoy en día, practicar el populismo mientras se lleva un elevado tren de vida pega tan mal con la izquierda como balbucear virtudes a la antigua usanza y llevar una doble vida para la derecha.

El multimillonario progresista George Soros ha arengado a la Administración Bush por su presunta falta de moralidad en Irak. Pero él ha hecho literalmente caja con ella. Parece como si pusiera siempre por delante el beneficio capitalista a su elevada ideología izquierdista, lo que explicaría la razón por la que la compañía de gestión de Soros acaba de adquirir casi dos millones de acciones de Halliburton, la empresa que fue dirigida por Dick Cheney y que ha sido demonizada por los progres por haber sacado beneficio económico de la guerra.

Al Gore ha predicado ante millones de personas los peligros del cambio climático provocado por las emisiones incontroladas de dióxido de carbono. Pero su mansión y sus aviones privados han consumido mucho más combustible fósil que lo habitual entre los ciudadanos de a pie a los que Gore intimida para que cambien sus derrochadores hábitos de vida y consumo.

La congresista Nancy Pelosi prometió poner fin a los privilegios de la élite republicana. Muy bien. Pero, en calidad de persidenta de la Cámara, exigió un avión exageradamente grande y que consume combustible a espuertas para sus viajes privados de idea y vuelta a San Francisco, a un coste que sobrepasa con creces el asignado a su predecesor.

El candidato presidencial John Edwards se lamenta constantemente por la existencia de "las dos Américas", una rica y la otra pobre. Pero este multimillonario abogado acaba de terminar de construirse una mansión de 2.600 metros cuadrados. Su palacio es mucho más caro de lo que se pueden permitir incluso la mayor parte de esa gente que pertenece a la "América rica" que, según Edwards, vive a expensas de los americanos más pobres.

Tanto para conservadores como para progresistas, los días sencillos de Harry Truman y los transparentes de Dwight Eisenhower parece que pasaron a la historia, y por dos motivos.

En primer lugar, el país ha cambiado. La globalización, la alta tecnología y los miles de millones en préstamos han hecho, en general, a los norteamericanos materialmente más ricos que los mejores sueños de nuestros padres. Todo ese dinero y comodidades han llevado consigo constantes tentaciones de complacencia. A pesar de toda esa retórica de "valores familiares" y "dos naciones", los estadounidenses de todas las clases acumulan de todo, desde videojuegos hasta coches de lujo gracias a créditos fáciles casi ilimitados.

Las deudas, la bebida, las drogas, el juego, la lotería, el sexo ya no parecen provocar ni gran contención o rechazo, y los más destacados de entre nosotros son con frecuencia los más susceptibles a estos nuevos deseos. En el estilo de vida norteamericano moderno, pulirse el crédito de la tarjeta es el nuevo evangelio nacional. A pesar de la nostálgica retórica de moralidad y populismo, pocos demócratas o republicanos tienen electorados con monos de trabajo arando la tierra de sol a sol.

En segundo lugar, en nuestro mundo de saturación mediática, lo que cuenta es lo que se dice, no la realidad. Los multimillonarios nos dan conferencias sobre justicia social, mientras los pecadores claman contra el pecado.

En política, cada año electoral se gastan cientos de millones de dólares en campañas. Encuestadores, expertos en imagen y asesores mediáticos dan forma a cada elección. Los candidatos se sitúan así tan lejos del electorado que la vieja idea de que sus acciones deben estar de acuerdo con sus palabras se ve como algo tremendamente anticuado.

Los líderes políticos de este país son esencialmente homogéneos. Los republicanos pueden representar a los electores de valores tradicionales y los demócratas pueden defender a quienes menos tienen, pero sus estilos de vida similares reflejan más el privilegio compartido de una clase política que las diferencias inherentes a las creencias de sus electorados. Las figuras nacionales pueden hablar en conservador o en progresista, pero tanto unos como otros tienden más a actuar como libertinos.

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